Apodos de Cehegín

Diccionario del Noroeste

Recorrido por mi pueblo

lunes, 22 de mayo de 2017

BEGASTRI (LA CIUDAD PERDIDA)

BEGASTRI

(LA CIUDAD PERDIDA).


Fue una de las primeras sedes episcopales de España y uno de los puntos de entrada del cristianismo en la Península Ibérica. Ubicada en una posición privilegiada en lo alto de un cerro, su visita nos enseña lo que fue un municipium romanum construido sobre un enclave ibérico y que alcanzó su plenitud en la época visigoda.

Foto virtual de Begastri (al fondo la basílica)

Durante mucho tiempo, Begastri fue para los estudiosos la ‘Ciudad Perdida. Su existencia era conocida desde antiguo, pero no se conocía su ubicación exacta, de manera que se buscaban sus restos en lugares como Murcia capital e incluso en puntos de alguna provincia limítrofe.

Sarcófago de Adam -Begastri.-

 Su identificación se hizo posible tras dos hallazgos realizados en el Cabecico de Roenas, a poco más de dos kilómetros de Cehegín. Unas lluvias torrenciales en 1978 dejaron al descubierto un ara de mármol de la época de Augusto, ofrenda de los habitantes a Júpiter, y una lápida con la inscripción "RES PUBLICA BEGASTRE NSIUM".

Croquis virtual de la ciudad.
Se trataba de un gran núcleo poblacional que nació como ciudad ibera y sus restos se pueden datar desde el siglo IV a.C. Entonces ya era importante en la zona, como atestiguan los restos que el comercio con el Mediterráneo oriental dejó en ella. Incluso en la creación de un torno alfarero, seguramente fenicio.
 

El yacimiento que permanece ahora es una pequeña acrópolis de planta ovalada cuya cima amesetada se encuentra cercada por una sólida muralla de sillares, torreada y en la que se conocen hasta ahora tres de sus puertas. La primera muralla (puerta oriental) es uno de los ejemplos más imponentes de ciudades fortificadas en la antigüedad tardía en España.

Señalización desde una finca cercana

La romanización llegó a Begastri tras la toma de Cartago Nova por Escipión. Los romanos remodelaron la ciudad, le dieron la categoría de municipium en el siglo I y engrandecieron su conjunto con un foro y edificios públicos (posiblemente un teatro y un anfiteatro), con el empleo de sillares, ladrillos y hormigón. 

Reloj de sol adosado a la pared de la entrada.

Bajo el cerro han aparecido restos de villas romanas dedicadas a la explotación agropecuaria, además de vestigios de una canalización de agua, aún hoy en uso, que emplea el trazado romano. (ejemplo: los restos más importantes de un acueducto en el valle del Paraíso, río Quípar arriba.)

Restos del acueducto que suministraba el agua a Begastri.
(Valle del Paraíso).
El periodo de paz se mantuvo con los romanos hasta el siglo III, pero las inquietantes noticias de la llegada de los bárbaros hicieron temer por su futuro a los pobladores de Begastri, de manera que construyeron una fuerte muralla de cinco metros de grosor y hasta once de altura, protegida por dos torres. Después, tras la conquista del sur peninsular por Justiniano, quien desde Bizancio quiso volver a unificar el Imperio, se dotó de un segundo recinto de muralla a la ciudad.
Begastri se cristianizó muy pronto, pese a las persecuciones de los emperadores. Ya en los siglos II y III atestiguan las fuentes; la ciudad tenía en el siglo IV una comunidad cristiana documentada. En época visigoda se mantuvo la religión y cuando Recaredo se convirtió al cristianismo, en 589, Begastri debió de pasar a ser sede episcopal, puesto que los obispos de la ciudad acudieron al IV Concilio de Toledo, en el año 633. En aquella época se erigió una basílica con el patronazgo de San Vicente.

Foto virtual altar mayor de la basílica de Begastri.
La llegada de los musulmanes en 711 no hizo desaparecer la comunidad cristiana de Begastri. Los moros respetaron el núcleo mozárabe que quedó en el lugar, hasta que Begastri fue desapareciendo poco a poco en favor de la cercana Cehegín árabe, donde numerosas construcciones e inmuebles guardan en muros restos extraídos de la Ciudad Perdida. Los musulmanes no dejarían que se repararan las puertas y torreones que fortificaban la ciudad por razones estratégicas.


Otro de los más singulares objetos encontrados en el yacimiento murciano es una singular Cruz monogramática de origen paleocristiano de bronce, una de las más antiguas de España.

Uno de los salones del Museo Arqueológico de Cehegín (en cuyo techo vemos colgada la cruz monogramática).
Los hallazgos más importantes puede contemplarlos el viajero en el Museo Arqueológico de Cehegín, espacio que ocupa el edificio barroco del viejo Ayuntamiento y la Casa-palacio de los Fajardo.

Puente del antiguo FC sobre el Quípar (Hoy de la Vía Verde)

Por todo lo expuesto, allí a la vera del río Quípar y atravesada por la Vía Verde del Noroeste de Murcia puede visitarse los restos de esta enigmática Ciudad Perdida.

lunes, 8 de mayo de 2017

PUENTES SOBRE EL VIEJO RIO ARGOS -V


El viejo río Argos, el de los Cien Mil Ojos. 



"Un río de aguas pérfidamente mansas como la sonrisa de una mujer."
(M. J. de Larra)


Puente de la Vía sobre el Argos.

Una bandada de gaviotas planea por el Cantal Blanco. Van a saciar su sed al arroyo que nace junto a la casita de los Montalvos, pero una suave ventolera hace cantar a los cañaverales que espantan a las avecillas sedientas. Debajo, frente al monumental Puente de la Vía y junto a las hoyas vecinas, brota un nacimiento de agua cristalina donde las 'mariquitas' saltan y bailan al son del cabrilleo del río, los matorrales tiernos verdean  y los lechosos juncos danzan al son de la brisa alocada. Si deseamos refrescarnos, nada más placentero que romper la calma del cauce y abuzarnos unas tragantadas de líquido elemento en su plenitud de frescura. 
Los boscajes del río Argos, han conciliado siempre en la vida de los cehegineros. Han asistido a los conciertos de batracios que en las noches de estío claman al cielo pidiendo agua para sus humedales estériles. 

Riada por el río Argos 
A la madrugada llegarían el Punchas, el Porras o el Rojo el Torraos a capturar las más hermosas ranas para degustarlas en casa Barras. Porque hay que ver lo ricas que están a la plancha las ancas de rana. Quien las ha probado lo sabe.

Cañaverales del Argos, un selvático camino

Luego al mediodía, bajo el implacable sol de la canícula, los zagales se chapuzan en la 'vaeras' y juegan a batallas acuáticas mientras una rebaño de borreguillas, conducida por Juanito el Macanas, mordisquea los suculentos verdores del cauce.

Río Argos (al fondo el puente de Piedra.)
El Argos prosigue su periplo en busca del padre Segura, pero antes le esperan extraordinarias aventuras, un poco más abajo ha de atravesar el otro puente, el de coloso de Piedra que vigila imponente la silueta ceheginense que se muestra espléndida. Si paseamos al atardecer por ese ostentoso paseo de la Ronda de Poniente, a la vera del meandro que forma el Casco Antiguo, en las faldas del casi desaparecido Huerto Ruenas, por el hondo del Cubo, podemos recorrer una senda que nos muestra las decrépitas ruinas de algunos de los numerosos molinos de Cehegín, el del Morcillo, el del Cubo o el del Papel, y si seguimos río abajo podemos localizar algunos que apenas se sostienen en pie como el de los Reondos, y ya cerca de San Ginés todavía muele el de Pedro Franco, antaño conocido como Molino de la Pólvora. Cuántos molinos harineros movidos por la fuerza hidráulica de las acequias cuya agua moría en el río. Algún día será menester realizar un severo estudio de ellos. 
Es curiosa la analogía de nuestro río Argos con la Mitología. Toda una sucesión de encuentros. Porque hay que resaltar que Argos fue el señor de los Cien Mil Ojos, el sueño de los puentes cehegineros.

El viejo Puente del Santo.
Hay que ver los inagotables cañaverales que brotan en las riberas del Argos y qué habilidad en las manos de los hortelanos para construir cercas y tenderetes para los tomates y otras plantas de hortalizas y no digamos la cantidad de objetos que fabricaban: flautas de caña que los pacientes huertanos confeccionaban para deleite de los pequeñuelos y de algunos animalicos. Personajes como el tío Picho, siempre ensimismado por las riberas, laborando, con las cañas o los mimbres, preciosos canastillos para venderlos en el mercado semanal de los domingos en la República del Mesoncico; o el ingenio de los recolectores furtivos del río Argos, ganándose el pan como podían en los momentos precarios de aquellos míseros años, ofreciendo en la puerta del cine Alfaro los frutos del almez, los populares aratones, cuyos huesecillos eran lanzados como proyectiles, a través de un trozo de caña a guisa de cerbatana para diversión de la Torraera del recordado cine y correctivo a los burgueses del patio de butacas, que apetecían los asientos de la fila 11 para atrás como refugio. 
Canutos de caña que los guardias municipales con un celo desmedido solían aprehender y pisotear y si era menester llevarse p`arriba al infractor. —“ir p’arriba”, significaba llevarlo detenido hasta el cuerpo de guardia, popularmente conocido como cuartico de repeso

La sombra alargada del árbol sobre el viejo molino

También servían las flautas de caña, igual que Dafnis, como diversión del cabrero en las largas horas de pastoreo, donde afinaba dulces melodías y chistaba a alguna cabrita extraviada.   
Si Dafnis y Cloe hubiesen habitado en Cehegín puede que se hubiesen perdido también en nuestros cañaverales del Argos, porque quién sabe las parejas que se habrán extraviado por aquellas selváticas riberas. 
¡Ay, río Argos, cuánta historia encierras en tu cauce!

Mujeres lavando ropa en el río.
Recuerdas aquellos viejos tiempos cuando las lavanderas ejercían su duro oficio entre guijarros, mientras los viejos verdes se asomaban por el Puente Santo a contemplar las pantorrillas de las más descuidadas.
Pero aquella fue otra época.

Antonio González Noguerol.