Apodos de Cehegín

Diccionario del Noroeste

Recorrido por mi pueblo

miércoles, 11 de julio de 2018

CASILLAS DEL PASO A NIVEL

CASILLAS DEL FF.CC. MURCIA-CEHEGÍN


Hubo en otro tiempo, hace muchos años, una "casilla" del ferrocarril con el correspondiente guardabarrera, en el solitario paraje de Cantalobos de Cehegin, bueno, lo que se consideraba afueras del pueblo y que verdaderamente lo era, pues vivir allí era como estar en el lejano oeste. Cae este punto muy cercano a la rotonda de la Cruz de  Begastri, donde cruza precisamente la Vía Verde. Nada queda del aquel paisaje de la primera mitad del siglo XX, donde se encontraba esta caseta del paso a nivel.
¡Todo cambia tanto,…! El tiempo es inexorable. Pasan las generaciones, las personas, los paisajes…y pasan también las casillas del ferrocarril, que ahora, en esta febril época, ya son casi completamente superfluas. Los polígonos industriales han ido tragando tierras vírgenes del pasado y hoy, esos campos que viese el guardabarreras desde su recoleta casilla, se han mutado en polígonos, periferias, complejos deportivos y 'urbanos cinturones de castidad’  de cemento y uralitas…



Estos edificios, conocidos como “casillas”, estaban destinados a vivienda del personal de vías y obras. El capataz de la brigada o cantón y su familia, regentaban y se cuidaban además de abrir y cerrar aquel paso a nivel de la carretera de Murcia, se les conocía y así han quedado bautizados para la posteridad, como "los del pasonivel". Otras familias ferroviarias también se  alojaron en Cehegín y formaron hogares, a todos ellos se les conoció como "los de la vía"; por ejemplo, la esposa del entrañable sastre Rosendo Zafra, Carmen de la Vía, o sus hermanos Pepe el de la Vía, notable ebanista y Encarna, esposa de Rafael Espinosa Pomares.
La casilla era un decorativo chalecito de ladrillo de dos plantas, de preciosa factura, con pequeñas instalaciones anejas destinadas a corral y otros útiles para facilitar la vida de los residentes. La señora del "paso-nivel", era una gentil mujer, llamada Mariana, creo recordar, que socorría a todo el que pasaba por allí, un sediento tenía agua para refrescarse, un accidentado ayuda, algún agricultor que esperaba a alguien, allí tenían la fresca sombra de los hermosos álamos que flanqueaban la antigua carretera de Murcia. Más adelante sobre los años 70, en los últimos estertores de aquella línea ferroviaria, los responsables de la casilla, fue el capataz de vías y obras Cosme Puerta Ciller y su esposa Maravillas.



En la línea Caravaca-Murcia, cubrían el servicio catorce casillas, situadas en los pasos a nivel de las carreteras de mayor circulación, la primera en la Senda de Granada en la capital (junto a la factoría de Estrella de Levante) y la última, la de Cehegín que cruzaba la carretera.
Cuántas anécdotas se recuerdan de aquel lugar, donde no solo se cuidaba del abrir y cerrar el paso a nivel. Contaba el encargado del servicio: "Una  madrugada, un soldado conducía su coche hasta el aeródromo de Alcantarilla y medio somnoliento arremetió contra la barrera; Yo agitaba mi farol y me llevé un susto de muerte ya que el tren llegaba pitando, afortunadamente entre los soldados que viajaban en el automóvil y yo pudimos empujar el coche fuera de la vía".




Hoy recordamos con nostalgia, aquel paraje donde las mozas y los zagales paseaban buscando aparejarse como los gorriones en primavera, a la sombra de aquellos enormes álamos que franqueaban la entrada a Cehegín, hoy también tristemente desaparecidos.

ANTONIO GONZÁLEZ NOGUEROL

lunes, 9 de julio de 2018

A VECES LLEGAN CARTAS

A VECES LLEGAN CARTAS



“Las cartas de amor son como los fármacos,
 muchos venenos y pocos remedios.”

Anónimo.

Se ha perdido el arte de la correspondencia, aquella alocución epistolar ha sido liquidada por el teléfono, sobre todo por el celular, vulgarmente llamado móvil. El lenguaje hablado vence a la escritura por la mayor sensación de proximidad que proporciona, pero ello implica valorar la imprecisión sobre la exactitud.
Como asevera mi amigo Juanito el Perchas, hombre instruido: "Hemos sobrevalorado el artilugio que permite sólo el diálogo en menoscabo del soliloquio." Pero esto es otro cantar, ya que no podemos menospreciar los avances tecnológicos. 
Con el teléfono, el tiempo es oro, y se concede una vulgar prima a la concisión, pues se sabe que una inspirada digresión poética puede costarnos un prosaico puñado de monedas. Las llamadas telefónicas sabemos que son irremediablemente efímeras, a no ser que no le temamos a la factura mensual, además de que jamás llegaremos a publicar un compendio erudito de preclaras conversaciones telefónicas.
En los últimos años, otra forma epistolar "riza el rizo", se trata del 'Guasap' (WhatsApp), aunque como el mundo en que vivimos, un género escaso de poesía y de literatura (más bien parece nombre de cuchufleta), donde millones de seres humanos intercambian repetitivos mensajillos triviales, inflamando las llamadas redes sociales de insustanciales historias infestadas de abreviaturas y vocablos extraños, una jerigonza como un nuevo 'esperanto', aun más universal. Es el canto del cisne de una sociedad aburrida y mediocre. 
 

Sin embargo, ¡qué diferencia a una carta, en la que podemos extendernos con expresiones de lirismo!, aunque fuésemos tachados de anacrónicos.
Y es que hoy casi no se escriben cartas, y aun menos epístolas amatorias donde expresar con frases rebosantes de pasión hacia la persona amada. En otros tiempos, la misiva amorosa circulaba ordinariamente por los buzones de correos, los amantes se declaraban confidencialmente su cariño, sin embargo, cuántas cartas de amor no llegaban a su destino por motivos diversos. Tal vez por los más insospechados y variopintos impulsos. Pero quizás su pérdida le aportó un nuevo sello aureolado de platonismo místico. De llegar a su meta la carta hubiese continuado su curso amoroso y finalmente gozaría o sufriría la cruda realidad desvirtuada por los desvaríos amatorios. Y así, de aquella manera, permanece en el recuerdo como una flor perenne, sin mancha, deliciosamente fragante. Qué hubiese sido de la historia de amor de joven Werther, aderezada por las apasionadas cartas donde se idealiza el más puro y sincero perfume amatorio, si se transformara con la palpable consumación de su amor por Charlotte. No habría historia paradigmática amorosa, sólo “cornamentas”. En cambio de esta triste, pero dulce forma, se produce un adulterio implícito, que al no efectuarse tangiblemente, pierde su carácter punible, no por ello dejaría de serlo. Un ‘pecado’, no sólo ha de ser público, también es pecado aunque sólo lo conozca su autor. O como Romeo y Juliette, amoroso suicidio, matrimonio sin consumar, merced a las crípticas misivas, eludiendo la intolerante autoridad paterna y en complicidad clerical, desafiando a Montescos y Capuletos. ¿Cómo hubiese transcurrido ese matrimonio con la aquiescencia de ambos consuegros? Sin duda que el mito del amor hasta la muerte se habría trastocado.


Se han escrito cartas de amor que jamás llegaron a los ojos destinados a leerlas y por ende nunca ofrecieron respuesta, o posiblemente, sí alcanzaron su destino, pero demasiado tarde, cuando no había desagravio, un compromiso de honor condicionaba la respuesta, la cual quedaba solo en el pensamiento mejor guardado de la damisela. Como dice aquel bolero del trovador: "Si yo lo hubiese sabido hoy sería toda de él". Compromisos antepuestos se interponían entre los amantes.
Las epístolas de la vida condicionan a los seres humanos, los débitos adquiridos sin previa reflexión obligan a la manifiesta infelicidad perenne por someterse a las normas. Cuántas doncellas se habrán visto abocadas a un matrimonio no deseado aunque sí arreglado por los padres y por ello encaminada, como una desamparada ovejita, camino del desolladero.
En la actualidad vivimos un tiempo mucho más prosaico, lo poco que se escribe está relacionado con el fútbol, la política o la macroeconomía, por eso ya no se escriben cartas de amor. Como expresa Alberti: "La exhausta flor perdida en su reposo, rompe su sueño en la raíz mojada…"
Por todo lo dicho, deberíamos convertir en objeto de adoración el lenguaje amatorio escrito.

Antonio González Noguerol