Apodos de Cehegín

Diccionario del Noroeste

Recorrido por mi pueblo

sábado, 27 de marzo de 2021

DOMINGO DE RAMOS

 DOMINGO DE RAMOS

¡Ya viene el cortejo! ¡Ya viene el cortejo...
Ya se oyen los claros clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines. 

            (Rubén Darío) 

La palmera es señal de gozo y fiesta. De este modo el ‘Domingo de la luna Nisán’ conmemora la entrada de Jesucristo a Jerusalén montado en un borrico donde miles de fieles lo recibieron entre vítores con palmas y ramos de olivo en sus manos. La noticia de sus milagros se había difundido entre los creyentes. Según se recoge en la Biblia, el hijo de Dios accedió entre los gritos de «¡Bendito el que viene en nombre del Señor» y «¡Hosanna en las alturas!» Fue anunciado como el profeta de Nazaret de Galilea. Mientras, los sacerdotes judíos veían este recibimiento como una amenaza y buscaban excusas para encarcelarlo.

La Biblia habla con frecuencia de las palmeras. Con sus frutos se elaboraba miel. El salmista compara al justo con la palma: «...florecerá el justo como la palma, crecerá como el oloroso cedro del Líbano». En el Cantar de los Cantares se dice que «…los rizos del esposo son como racimos de dátiles, negros como el cuervo... mientras que la esbeltez de la esposa es airosa como la palmera...» Palmeros según Dante eran llamados los cristianos que se dirigían a Tierra Santa, romeros los que lo hacían a Roma y peregrinos los que caminaban hasta Santiago en Compostela u otros innumerables lugares de peregrinación.

El  Domingo de Ramos se considera el día más alegre de la Semana Santa. Un día jubiloso y resplandeciente. Según un refrán muy popular en nuestra tierra «En Domingo de Ramos, quien no estrena no tiene manos»Seguro que en más de una ocasión habréis oído este dicho popular, y más de uno empujado por esta tradición ancestral, y familiar, habrá estrenado por lo menos la ropa interior. El refrán es tan popular, que se ha mantenido hasta nuestros días, trae su significado que quien no tenía manos, no tenía trabajo, o no sabía coser, y por tanto era considerado tan pobre que no podía estrenar.
El Evangelista, portado por los blancos en el Marmallejo.- año 1955-

 Antaño, era muy habitual entre los fieles vestir con alguna prenda o complemento nuevo para asistir a este acto festivo y acompañar en procesión a Jesús y su discípulo amado, Juan el Evangelista, una magnífica talla de Sánchez Araciel de la escuela de Salzillo, portado con el extraordinario esfuerzo de aquellos anderos que por el precio de una peonada, además de algunos tragos de revuelto de anís y coñac, saldaban el esforzado recorrido por las retorcidas cuestas del aquel fatigoso Cehegín.

Después de la procesión, las bandas salían de la Iglesia Mayor de Santa María Magdalena tocando los tradicionales pasodobles a lo largo de la calle Mayor, haciendo parada en el Casino de la localidad, para obsequiar a los asistentes y a sus respectivos mecenas.

Y es que Cehegín sorprende; bajo la silueta enhiesta de la torre de la Magdalena se muestra el escenario bíblico que define a nuestro pueblo: un toro despatarrado sobre un enorme cabezo; un sobrecogedor precipicio de tejados amontonados que conforman el peñascoso Conjunto Histórico Artístico sobre un infinito laberinto retorcido abocado hacia la vega del Argos.

A. González Noguerol

 


viernes, 26 de marzo de 2021

VÍA CRUCIS - Camino de la Cruz

 

VÍA CRUCIS 

Camino de la Cruz

"El Nazareno" sale del templo.

Tal vez el Vía Crucis sea el ejemplo de devoción y espiritualidad más puramente identificable con la Semana Santa y la Pasión de Cristo, incluso por encima de las mismas procesiones. Literalmente significa Camino de la Cruz. En la tradición se considera que fueron los franciscanos quienes crearon este ejercicio espiritual. San Francisco y su Orden tomaron, modelaron, extendieron y promovieron su extensión por todo el mundo cristiano.

 Como se sabe, básicamente, el Vía Crucis es un recorrido que recuerda la Pasión de Cristo y en el que hay colocados unas estaciones o “pasos” cada uno de los cuales representa una escena del periodo que transcurre entre el Prendimiento y la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. –De ahí el apelativo de "Pasos" adoptado para los tronos de la Pasión en la imaginería de la semana santa-.

En cada una de las estaciones se realizan paradas para meditar o rezar, bien en silencio o a voz alzada, en comunidad. Consta de catorce estaciones, aunque a veces se añade una más, relacionada con el momento de la Resurrección.

 Un Vía Crucis engloba en su propia definición tanto la acción del recorrido realizado paso por paso por la comunidad, orando en su sentido espiritual y religioso, como también el mismo conjunto físico de estaciones, pintadas o esculpidas con escenas de la Pasión.

Vía Crucis a su paso por "El Coso"

Pero no deseamos referirnos sólo al aspecto religioso, también se trata de recuperar, desde el punto de vista histórico ceheginero, un antiguo Vía Crucis, aún recordado en el siglo XVIII y totalmente olvidado ya durante el XIX, que, comenzando desde la "Ermita de la Sangre de Cristo" (el Santo Cristo), terminaba arriba en lo alto del Paseo de la Concepción, en la ermita de dicho nombre.

Torre del Santo Cristo de la Sangre

Durante los siglos XVI y XVII, una gran parte de la vertiente de Levante del Cabezo de la Concepción, básicamente lo delimitado por la Cuesta de Moreno, la calle de la Tercia, la cumbre del cabezo y la cuesta que posteriormente sería conocida por la del Partidor: la antigua tría de la Villa, Cirugeda, Segisa, las Eras Altas y las Bajas, el Tío Cayetano, las Olivericas, los Pañeros y otro lugar con poca documentación: “Las Ruedas”, junto a los Poyos de Castellanos. 

Calle Zafra

Todo ello, era zona de ejidos y bancales y se hallaba casi sin poblar. Al parecer, desde la ermita del Santo Cristo –a la sazón, entrada natural a la villa desde la cuesta anexa -, subía por la calle de la Tría (también conocido durante el siglo XVIII como el Camino de los Pasos o senda de la Tría Vieja) y desde ahí subiría hasta la calle del Tránsito (los popularmente conocidos como Cuatro Caminos bajo el Paseo), rodeando el cabezo por las calles Veracruz  y Zafra, terminando en la Ermita de la Concepción.

Ermita de la Purísima Concepción
Según Jesús Hidalgo, por unos documentos emanados del Archivo Municipal de Cehegín, a finales del siglo XVII, decían: No tenemos conocimiento de si dichos 'pasos' reflejaban la Pasión de Cristo mediante pinturas o esculturas. Posiblemente las estaciones estaban elaboradas con una especie de pilares en que se exponían pinturas sobre cada estación realizadas en cerámica.”

La calle de la Veracruz adquiere su nombre ya en el siglo XIX, cuando habían pasado al olvido las expresiones Vía Crucis-Camino de la Cruz y el pueblo, por similitud en la pronunciación, terminó transformando el nombre como Vera Cruz.

Fuentes: Archivo Municipal de Cehegín y algunos testimonios de la tradición oral.

viernes, 19 de marzo de 2021

MI CALLE. (Pedro Mª Chico de Guzmán)

MI CALLE. 
(Pedro María Chico de Guzmán)

Yo aprendí en el hogar en qué se funda
la dicha más perfecta, y para hacerla mía 
quise yo ser como mi padre era 
y busqué una mujer como mi madre
entre las hijas de mi hidalga tierra. 

(Gabriel y Galán)

Mi calle, aunque principal, en pleno corazón del Casco Antiguo ceheginero es medianamente estrecha, corta, está cobijada bajo el halda de la plaza de la «república» del Mesoncico y la calle López Chicheri (donde se ubica el actual ayuntamiento, palacio conocido como  «Casa de Jaspe»)
Mi vetusta calle es una cuesta flanqueada por casas arcaicas que poseen un marchamo de enigmática nobleza; luce nombre de un preboste local, don Pedro María Chico de Guzmán, precursor, junto a su hijo Ramón, de la Fundación Hospital de la Real Piedad. No en vano tenemos siempre presentes en la antañona fachada del hospital las bigotudas efigies del padre e hijo (don Pedro y don Ramón), impostados en sendos camafeos de piedra. Para los niños de aquella época, ambos, calle y fundadores, fueron testigos de nuestras primeras rayas e intrépidos traspiés en el colegio de las Hijas de la Caridad, unido al mencionado hospital por un paso elevado que le da lustre al lugar y cuyo antiguo propietario del inmueble –don Manuel Ciudad de la Hoz, que fue subgobernador del Banco de España (**Ver entrada en este blog)- lo donó a la Fundación y en reconocimiento le fue impuesto su nombre a la calle de abajo, llamada antes Bovera, que comienza en la recoleta placica de los Carros. 
Me asaltan añoranzas de adolescencia y me veo en la nocherniega de mi habitación, mientras acaricio la almohada que siempre me regalaba hermosos sueños, adivinaba el paso de los escasos automóviles que descendían con estruendoso traqueteo, y por las luces que se reflejaban deslizándose fugazmente formando espectros en la penumbra contra el techo y paredes, intentando coger miles de veces aquellas sombras chinescas de luz que siempre me sorprendían con ventaja.
 


Los tejados de mi calle -al fondo la espadaña, ya sin campana, de las monjas-

Suena la espadaña del Hospital, las monjitas de la Caridad acuden a la cotidiana misa de alba, para después iniciar su jornada atendiendo a los asilados. Son los mismos ruidos de mi calle cuando era niño, descubriendo olores, compartiendo juegos, haciendo amigos e inventando enemigos. Era una barriada de panas y boinas, delantales y alpargatas, y barro, mucho barro que despiadadamente nos dejaba la abundante lluvia de aquellos revueltos otoños para enfado de mi madre que debía volver a limpiar incesantemente los suelos embarrados por nuestras correrías. Y carretones con borricos mohínos que circulaban de vez en cuando y soltaban roncos rebuznos formando un extraño dúo con los exabruptos de los arrieros que los hostigaban con fiereza, a riesgo de cosechar un brusco par de coces. Por eso nuestro arrugado vecino, el tío Pedro “Mantellina”, nos recomendaba cauto: -“Alejaros siempre de las patas traseras de las bestias, porque cuando más descuidados estéis os pueden obsequiar con una coz.”- No tenía hijos, aunque le gustaban muchos los niños y en las largas trasnochadas del estío, mientras el vecindario tomaba el fresco, solía relatarnos un sinnúmero de cuentos y leyendas que nos dejaban a todos los zagales boquiabiertos: El Tío de los Saines; La Tía Molía; La historia del tío Garrampón y tantos otros, como un seductor "Ramonet" nos contaba: "Tengo un huerto con árboles traídos de la India que brotan bicicletas..."- y preguntaba a cada uno: -“¿A ti cómo te gustaría, con faro y timbre, o portaequipajes…?”- Cada atardecer, en cuanto llegaba del huerto con su borrico, acudíamos anhelantes como una pandilla de pajaruelos: “¡Tío Pedro!... ¿Cómo van las bicis?– y él replicaba con benevolente sonrisa: “Ya van asomando los manillares…, dentro de un mes seguramente salen del todo y os las traeré para que ya podáis montaros…”-

Mi casa natal.

Frente a mi puerta, las casas poseían un pequeño patio y a continuación se interrumpía la fila con una pequeña plazuela que dejaba colarse el sol de aquellos inviernos duros y fríos. Allí las lagartijas, los perros y gatos callejeros tenían su cuartel general y alguna gallina que desertaba del corral de la señora Isabel “la Coletera”, y que era rescatada algo desplumada por la vecina Francisca “la Hornera” porque revoloteando se lanzaba por el pretil que daba a la calle de abajo.
 

En aquella plazuela, cuando escampaba, recibía gratis los rayos de luz a través de linos y algodones azulados de limpieza, tendidos por la señora Isabel y que uno, con ropa de ensuciar, contemplaba —que no veía—mientras merendaba con fruición una rebanada de pan recién hecho por las manos de mi abuela, untado de aceite o vino y azúcar, mientras se preparaba cualquier juego: Las chicas, se entretenían con las muñecas o saltaban a la comba.

Carreras de carritos por aquella empinada cuesta que era mi calle; un partido de fútbol con los zagales vecinos o el salto a la ‘piola’ con retantanillas como: "a la una, la mula -y le daba al que amogaba un taconazo en el culo-; a las dos, la coz -y otro golpe en el trasero; y a las tres la 'culá' de san Andrés -esta vez, eso obvio, que recibía un culazo en la espalda... etc. etc.

El ‘chinchirinete’ era similar; o un juego muy competitivo en aquellos años: las ‘chapas’ y los ‘nines’: se trataba de lanzar unos tacones -que nos regalaba Lorenzo, el  zapatero remendón, prodigioso vecino- unos contra otros y el que 'matara' se llevaba los ‘nines’. O las populares partidas de 'bolas' o del 'Guá'. 


Era una calle muy pintoresca y recoleta, con el desvencijado y enigmático mirador acristalado de la familia Jiménez-Más, cuyas hijas asomaban como pajarillos enjaulados. Más arriba, destacaba el balcón de la "clase de mayores" en el colegio monjil, donde colgaba una campanita cuyos toques estridentes anunciaban el final del recreo a los niños esparcidos por el ‘Mesoncico’. 


Al lado animaba el ambiente la sastrería de Rosendo Zafra y su agraciada esposa Carmen ‘de la Vía’ que instruía a las modistillas, revoltosas mariposas que alborotaban el entorno. Cuántas tardes del sestero nos refugiábamos con su hijo Julio y su primo Rafael, en el viejo corral, sin pollos ni conejos, y allí, con restos de cajones y otros ‘apichusques’, pronosticando una cierta vocación comercial, confeccionábamos un tenderete a guiso de tienda y trapicheábamos con los amigos, menudencias y cosuchas viejas.
Y llegamos a la morada donde nací, el nº10 de la calle Pedro María Chico de Guzmán, poco habitada pero llena de fantasías que nacían y morían cada año. La casa de mis sueños, entre la casita de Pedro ‘el Cartero’ y la del concejal falangista de impoluta camisa azul, presidente del Casino, que se atrevió a comprar el inmueble de la sociedad a doña Magdalena Ruiz de Assín, hasta entonces arrendadora de la institución. Más abajo moraba Salvadora ‘la Zarria’, una mujer de enorme corazón, que curaba innumerables achaques, desde una torcedura hasta un hueso desarmado, una untura en un lugar doloroso, hasta romper, a base de aceite de oliva, el frenillo a los niños con fimosis, aquella mujer era un alma de Dios a quien no interesaba dádiva alguna por su labor: hay quien decía que había nacido “con manto” y de ahí su pericia. Era la suegra del administrador del autobús de la línea Lorca-Cehegín, el señor Juan Pedro Sánchez que vivía rodeado de mujeres, con una bendita esposa, suegra y sus dos encantadoras hijas, Dolores y Salvi. Encima de aquel inmueble ocupaba otra vivienda el reconocido sastre local: el maestro Eloy Salinas, viudo prematuro, bien cuidado por sus hijas, que como las niñas del cuento, cosían y cosían graciosamente sin descanso, mientras los pretendientes las visitaban en aquellas noches de ronda y de boleros. Así mismo, moraba en una covachuela de los sótanos de doña Blanca, la señora Delfina Piñero, una humilde mujer de fácil sonrisa y aires de dignidad y bondad innata.

Trasero palacio de dª Blanca y pretil.

Más abajo, casi al final de la calle, la monumental casona, siempre poderosa y con un imponente halo de misterio, el palacio de doña Blanca de Garnica, que nos daba la espalda con unos austeros balcones encharcados de soles que se reflejaban mirando al poniente y en lontananza la vecina Caravaca. 


Y el rocoso pretil a modo de frontera de las dos calles, Pedro María Chico y Bovera (después titulada 'Manuel Ciudad'), donde los gatos, perros y lagartijas buscaban la sombra en aquellos veranos enquistados de soles inclementes, siempre ladeándose de algunas escurrimbres de los canilleros que sudaban ciertos detritus de los condes y demás señoritos de la calle Mayor de Arriba. En uno de los recovecos, cada año por mayo, se ubicaba un altar para recibir a la Virgen de Fátima en su paseo por las calles cehegineras. En aquellas tardes, los vecinos junto a las monjas de blanquísimas cornetas, se reunían con múltiples macetas y ornamentos bellamente decorados para rezar y cantarle a la Virgen una salve.


Hay tanta novela en esta calle, que algunas veces me siento como capitán y grumete al mismo tiempo de ese barco que la historia da vida. Ahora quisiera dormirme un momento y seguir soñando con aquellos hermosos años en que la vida todavía era sublime.

A. González Noguerol -Motolite-