EL PUNTARRÓN (UN MILENARIO LUGAR)
Qué de sal y de sol sobre
tu viento, / Qué apretado racimo de cal
pura,
Qué trallazo de luz mi
pensamiento. / Te dejaré, te dejaré en tu
altura,
Jinete de la roca dura y
casta, / Quijote soñador de tu
llanura.
(L. F. Carranza.)
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Puntarrón, Peña del Judío y casas colgadas |
Cehegín aparece hacia el siglo X
iniciando su conformación en torno a un castillo roqueño que fue construido a
partir de un campamento militar musulmán, y junto al cual se fueron instalando
comerciantes y población en general, lo que daría origen a la más antigua zona
urbana del pueblo que, al parecer, estaba ubicada entre la zona de la calle Nueva
y la Cuesta de las Maravillas y el lugar conocido como el Puntarrón.
PUNTARRÓN -ANTES Y DESPUÉS-
En época musulmana se dotó de una
muralla a la población, cuyo primer lienzo comenzaba en la calle Nueva, seguía
por lo que hoy es la plaza Vieja, continuaba por la actual plaza de los
Alpargateros, sobre la Peña del Judío y desde allí iba a la torre del Pozo para
subir hasta enlazar con el castillo por la actual calle de santa María
Magdalena y la puerta que se conoce como de Caravaca. Durante el siglo XIV, ya
después de la reconquista del Reino de Murcia por los cristianos, Cehegín
sufrió un estancamiento demográfico que llevó a toda esta zona, casi a la
despoblación, por lo que la parte urbana perdió población con respecto al siglo
XIII. En el siglo XV se va produciendo progresivamente un aumento poblacional y
económico, que llevó a realizar dos ampliaciones en la muralla, muestra del
crecimiento de la villa. Por un lado, se cerró todo lo que hoy es el Puntarrón
con un lienzo que bajaba, más o menos desde la Puerta de Canara hasta el lugar
de los molinos y subía a la torre del Pozo. A finales del siglo XV se cerca el
Arrabal que se conforma entre el Puntarrón y el Coso, aunque este último queda
como un barrio fuera del recinto amurallado.
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Murallas almohades y torreón bajo la cuesta de la Iglesia. |
Hasta principios del siglo XVI el
primer núcleo original urbano había sido el cabezo donde estaba el castillo y
la iglesia parroquial de santa María Magdalena, pero la mejora poblacional y de
la economía hace que la población aumente espectacularmente.
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Calle Paisanos -izq. El Pozo- |
La calle Paisanos, era la arteria
principal de la Barriada del Puntarrón. Tiene su origen en la familia Corbalán, apodados "paisanos", vivieron en aquella calle en el siglo XVIII. Hasta hace poco se juntaban en el
callejero las del escultor Salzillo, José Cava, Tollo, Pilar y La Parra, sobre la
Calle de la Orden, todas ellas comenzaban en el Mesón Viejo, durante bastantes
años, prácticamente devastadas y convertidas en ejidos. Sin embargo, en la
actualidad se han remozado y ornamentado con jardinería y vallas protectoras de
madera y pavimento, que facilitan el paseo, admirando las vistas de la zona.
Antaño, los menestrales y los peones se asentaron en el Puntarrón, configurando una
amalgama de almas que sobrevivían de milagro en aquella laberíntica colmena
infestada de parásitos y hambre, y algunas veces con vivencias esperpénticas.
En los peores tiempos de la posguerra, por ciertas callejuelas les podía
sorprender el grito de: “¡Agua vaaaa…!” y caer una lluvia, no solo de líquido
elemento, y sí mezclado con algún escatológico detritus que fluía acariciando
las escurrimbres hacia el río. Así mismo, se acomodaban en el
paisaje algunas mujeres con peines espesos en ristre, exprimiendo los cabellos
de otra, donde anidaban escurridizas liendres. Aunque no todo era sordidez, también por aquellas tabernas de vino recio, se podía sentir el cante jondo: un fandango, una bulería o una soleá, nacido de las minas cercanas. O los cantos de los alpargateros, evocando a Gardel o Negrete... ¡Todo un poema rizado de lamentos!
Por sus despeñaderos de cobre de la Peña del Judío, se
ponía el sol durmiente mientras los muchachos remendados de hambre vieja, subían de su diaria
recolecta por los huertos y hoyas del Argos, a riesgo de ser cazados por los severos
guardas rurales. Más tarde, algunos fugitivos de la miseria cazaban, entre juncos, docenas de ranas, que desollaban con increíble pericia, para posteriormente ofrecerlas por las casas pudientes o los bares de la calle Mayor, como manjar exquisito, y muchos zagales, provistos de largas cañas
arrancadas de los cañaverales del río, confeccionaban una suerte de caña de pescar
con cebo que balanceaban desde las alturas, ejerciendo de cazadores de pajarillos,
que luego vendían a las tabernas cercanas para servirlos fritos.
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Peña del Judío y Molino del Argos |
Desde este altozano se contempla
un impresionante panorama a vista de pájaro, el arcaico Puente del Santo, más
abajo, contemplamos las ruinas de la ermita de San Sebastián o del Santo,
protagonista de antañonas leyendas y pórtico del fértil valle de Canara.
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Panorama desde el Puntarrón |
¡Ay...!,
desdichado Puntarrón ¡Cuánto has vivido y sufrido!, has subsistido entre tus
ruinosas casuchas colgadas y un montón de escombreras, mientras tus gentes emigraban
descorazonados en busca de otros mundos mejores.
Hoy, afortunadamente pareces
despertar de tu letargo y sueñas con verte convertido en un bucólico mirador. En
un momento de contemplación gozamos de ese paisaje. Y de nuevo, por los últimos
resquicios del crepúsculo, se perfila una escuadrilla de vencejos, sobrevolando
con gran alborozo los recónditos refugios del precipicio. Viajan de más allá
del brocal de viejo Argos, y planean con un extraño rumor de mar por la
estremecida ondulación de los chopos y los álamos, evocando el ópalo chillón del
flamear de tu bandera, cuando ondeaba orgullosa en la torre del homenaje, detrás
del castillo en ruinas, donde tantos asedios resistió y tantas batallas se gestaron por sus inexpugnables aledaños.
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Puntarrón, Argos y Cabecico Mina Carlota |
Comienzan a croar las ranas por los escasos vados del Puente Santo, viudas por las sequías, al compás del eco lastimero de las campanas de Santa María Magdalena, mientras los grillos armonizan con su ‘perpetuum mobile’, su cántico nupcial entre los jarales cercanos. Se cierne una mollinica silenciosa que cae ingrávida de cielo y refresca las incipientes hojas de las vecinas arboledas de “Las Caballerías”, acallando a los chopos solitarios del “Huerto del rey”, que se aquietan tamizados por un sutil vientecillo aterciopelado, rizando el arroyo creciente del río tornado de gris. Una temprana estrella tiñe su estela de hilo áureo con el postrero rayo luminoso que esconde su faz por la mina Carlota. Como un asomo, las luces oscuras se adueñan del entorno, llaman a las puertas y a los corazones para adormecer la quietud con el maravilloso tapiz de ensueño reflejado en las almas de tanto contemplar a Theogin, ‘la tierra de Dios’.
Alemán Sainz escribió del Puntarrón:
Tiene una belleza viva y a veces misteriosa… Parece dispuesto a contarnos
pequeñas historias humanas, humildes, sencillas y a veces dramáticas que no
saldrán nunca en las revistas del corazón…
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Torre del Pozo -Cueva de la Encantá- |
Y es que el Puntarrón ceheginero
poseía duende, como la Cueva de la Encantá, eso que sale de lo más hondo del ser y que mucho quisieran
experimentar, aunque esta sensación no está a la venta.
Fuentes: Archivo Municipal y otros cronistas, tradición oral, etc. Fotos del autor, de archivo internet y de Fco. Ortega.