Apodos de Cehegín

Diccionario del Noroeste

Recorrido por mi pueblo

lunes, 26 de julio de 2021

EL CHOCOLATE DEL LORO

¿QUÉ ES EL CHOCOLATE DEL LORO? 

Frases como esta suelen ponerse de moda… Como muchos recordaran, hace años, era habitual oírsela a algún político, criticando la penosa gestión que habían realizado sus oponentes. Lo llamativo era el mimetismo que ejercían estas expresiones en los subalternos y los jefecillos de la periferia, no había perorata que no fuese rematada con “eso es el chocolate del loro”.

Escribió el profesor Pancracio Celdrán en su libro “Hablar con corrección”, que “el chocolate del loro” se usa para designar aquella situación en la que tratan de equilibrar la economía doméstica prescindiendo únicamente de pequeños gastos, sin entrar en los grandes.

También explica don Pancracio el origen del dicho: En el Madrid dieciochesco, un agasajo no era tal si no había una taza de chocolate como parte del mismo. El producto era caro y así, habitualmente los indianos, hacían alarde de sus riquezas. Alguno de estos opulentos exiliados se habían traído un loro de su época en América, que ostentaban orgullosos en el salón de su casa. El pajarraco, dentro de su lujosa jaula, tenía un recipiente con chocolate para que picoteara, a pesar del coste del manjar. Cuando alguno de estos acaudalados que había ofrecido chocolate por doquier, incluso a su papagayo, comenzaba a decaer económicamente, privaba al pobre animal del capricho. Pero seguía ofreciendo chocolate a los invitados a sus fiestas, ya que de otro modo quedaría de manifiesto su progresiva penuria. Y este es el origen del proverbio, que parece bastante obvio y literal. Escamotear el chocolate al pobre lorito es miseria si se compara con el derroche de tazas rebosantes a los convidados.

Los españoles, siempre, preocupados por la apariencia. Luis Vélez de Guevara le llama «carta de pago de la cena» en El Diablo Cojuelo. “Ni había cena, ni había aceitunas, pero el Hidalgo no podía salir a la calle sin su palillo de dientes, para que quien le viese no pudiera pensar que pasaba hambre”. También en El Lazarillo de Tormes habla del palillo de dientes, cuando el hidalgo al que sirvió Lazarillo: «salía a la puerta escarbando los dientes que nada tenían entre sí con una paja de las que aún había en la casa».!

Eran los tiempos del hambre y ocurrían peregrinas situaciones: Mi padre me contaba que, tras la Guerra Civil, algunos amigos suyos se echaban miguillas de pan por el bigote o el jersey, para aparentar que habían comido. En aquellos penosos tiempos, en la tertulia del casino algunos solían disimular sus carencias; cuentan de un socio que entró en el salón de la 'peceras' rascándose la palma de la mano: ¿Qué te ocurre...? -Le preguntaron- el socio manifestó circunspecto: -Es que he empezado el primer jamón de la matanza de este año y de tanto cortar chullas, me ha salido esta ampolla...- Y el caso es que todos sabían que su economía jamás le permitió disfrutar de una "muerte marrano." 


Hay gente que guardan las apariencias, muchos nuevos pobres en este país de nuevos ricos, y en realidad, pocos loros y poco chocolate de verdad. Y así es todo en esta querida España nuestra, solapamos lo importante y nos resignamos con 'El Chocolate del Loro'.


jueves, 15 de julio de 2021

EL PUNTARRÓN (UN MILENARIO LUGAR)

 

EL  PUNTARRÓN (UN MILENARIO LUGAR)

Qué de sal y de sol sobre tu viento, / Qué apretado racimo de cal pura,
Qué trallazo de luz mi pensamiento. / Te dejaré, te dejaré en tu altura,
Jinete de la roca dura y casta, / Quijote soñador de tu llanura.
(L. F. Carranza.)

Puntarrón, Peña del Judío y casas colgadas

Cehegín aparece hacia el siglo X iniciando su conformación en torno a un castillo roqueño que fue construido a partir de un campamento militar musulmán, y junto al cual se fueron instalando comerciantes y población en general, lo que daría origen a la más antigua zona urbana del pueblo que, al parecer, estaba ubicada entre la zona de la calle Nueva y la Cuesta de las Maravillas y el lugar conocido como el Puntarrón.

PUNTARRÓN -ANTES Y DESPUÉS-

En época musulmana se dotó de una muralla a la población, cuyo primer lienzo comenzaba en la calle Nueva, seguía por lo que hoy es la plaza Vieja, continuaba por la actual plaza de los Alpargateros, sobre la Peña del Judío y desde allí iba a la torre del Pozo para subir hasta enlazar con el castillo por la actual calle de santa María Magdalena y la puerta que se conoce como de Caravaca. Durante el siglo XIV, ya después de la reconquista del Reino de Murcia por los cristianos, Cehegín sufrió un estancamiento demográfico que llevó a toda esta zona, casi a la despoblación, por lo que la parte urbana perdió población con respecto al siglo XIII. En el siglo XV se va produciendo progresivamente un aumento poblacional y económico, que llevó a realizar dos ampliaciones en la muralla, muestra del crecimiento de la villa. Por un lado, se cerró todo lo que hoy es el Puntarrón con un lienzo que bajaba, más o menos desde la Puerta de Canara hasta el lugar de los molinos y subía a la torre del Pozo. A finales del siglo XV se cerca el Arrabal que se conforma entre el Puntarrón y el Coso, aunque este último queda como un barrio fuera del recinto amurallado.

Murallas almohades y torreón bajo la cuesta de la Iglesia.

Hasta principios del siglo XVI el primer núcleo original urbano había sido el cabezo donde estaba el castillo y la iglesia parroquial de santa María Magdalena, pero la mejora poblacional y de la economía hace que la población aumente espectacularmente.

Calle Paisanos -izq. El Pozo-

La calle Paisanos, era la arteria principal de la Barriada del Puntarrón. Tiene su origen en la familia Corbalán, apodados "paisanos", vivieron en aquella calle en el siglo XVIII. Hasta hace poco se juntaban en el callejero las del escultor Salzillo, José Cava, Tollo, Pilar y La Parra, sobre la Calle de la Orden, todas ellas comenzaban en el Mesón Viejo, durante bastantes años, prácticamente devastadas y convertidas en ejidos. Sin embargo, en la actualidad se han remozado y ornamentado con jardinería y vallas protectoras de madera y pavimento, que facilitan el paseo, admirando las vistas de la zona.

Antaño, los menestrales y los peones se asentaron en el Puntarrón, configurando una amalgama de almas que sobrevivían de milagro en aquella laberíntica colmena infestada de parásitos y hambre, y algunas veces con vivencias esperpénticas. 

En los peores tiempos de la posguerra, por ciertas callejuelas les podía sorprender el grito de: “¡Agua vaaaa…!” y caer una lluvia, no solo de líquido elemento, y sí mezclado con algún escatológico detritus que fluía acariciando las escurrimbres hacia el río. Así mismo, se acomodaban en el paisaje algunas mujeres con peines espesos en ristre, exprimiendo los cabellos de otra, donde anidaban escurridizas liendres. Aunque no todo era sordidez, también por aquellas tabernas de vino recio, se podía sentir el cante jondo: un fandango, una bulería o una soleá, nacido de las minas cercanas. O los cantos de los alpargateros, evocando a Gardel o Negrete... ¡Todo un poema rizado de lamentos!

Por sus despeñaderos de cobre de la Peña del Judío, se ponía el sol durmiente mientras los muchachos remendados de hambre vieja, subían de su diaria recolecta por los huertos y hoyas del Argos, a riesgo de ser cazados por los severos guardas rurales. Más tarde, algunos fugitivos de la miseria cazaban, entre juncos, docenas de ranas, que desollaban con increíble pericia, para posteriormente ofrecerlas por las casas pudientes o los bares de la calle Mayor, como manjar exquisito, y muchos zagales, provistos de largas cañas arrancadas de los cañaverales del río, confeccionaban una suerte de caña de pescar con cebo que balanceaban desde las alturas, ejerciendo de cazadores de pajarillos, que luego vendían a las tabernas cercanas para servirlos fritos.

Peña del Judío y Molino del Argos

Desde este altozano se contempla un impresionante panorama a vista de pájaro, el arcaico Puente del Santo, más abajo, contemplamos las ruinas de la ermita de San Sebastián o del Santo, protagonista de antañonas leyendas y pórtico del fértil valle de Canara. 

Panorama desde el Puntarrón

¡Ay...!, desdichado Puntarrón ¡Cuánto has vivido y sufrido!, has subsistido entre tus ruinosas casuchas colgadas y un montón de escombreras, mientras tus gentes emigraban descorazonados en busca de otros mundos mejores.

Hoy, afortunadamente pareces despertar de tu letargo y sueñas con verte convertido en un bucólico mirador. En un momento de contemplación gozamos de ese paisaje. Y de nuevo, por los últimos resquicios del crepúsculo, se perfila una escuadrilla de vencejos, sobrevolando con gran alborozo los recónditos refugios del precipicio. Viajan de más allá del brocal de viejo Argos, y planean con un extraño rumor de mar por la estremecida ondulación de los chopos y los álamos, evocando el ópalo chillón del flamear de tu bandera, cuando ondeaba orgullosa en la torre del homenaje, detrás del castillo en ruinas, donde tantos asedios resistió y tantas batallas se gestaron por sus inexpugnables aledaños. 

Puntarrón, Argos y Cabecico Mina Carlota

Comienzan a croar las ranas por los escasos vados del Puente Santo, viudas por las sequías, al compás del eco lastimero de las campanas de Santa María Magdalena, mientras los grillos armonizan con su ‘perpetuum mobile’, su cántico nupcial entre los jarales cercanos. Se cierne una mollinica silenciosa que cae ingrávida de cielo y refresca las incipientes hojas de las vecinas arboledas de “Las Caballerías”, acallando a los chopos solitarios del “Huerto del rey”, que se aquietan tamizados por un sutil vientecillo aterciopelado, rizando el arroyo creciente del río tornado de gris. Una temprana estrella tiñe su estela de hilo áureo con el postrero rayo luminoso que esconde su faz por la mina Carlota. Como un asomo, las luces oscuras se adueñan del entorno, llaman a las puertas y a los corazones para adormecer la quietud con el maravilloso tapiz de ensueño reflejado en las almas de tanto contemplar a Theogin, ‘la tierra de Dios’.

Alemán Sainz escribió del Puntarrón: Tiene una belleza viva y a veces misteriosa… Parece dispuesto a contarnos pequeñas historias humanas, humildes, sencillas y a veces dramáticas que no saldrán nunca en las revistas del corazón…

Torre del Pozo -Cueva de la Encantá-

Y es que el Puntarrón ceheginero poseía duende, como la Cueva de la Encantá, eso que sale de lo más hondo del ser y que mucho quisieran experimentar, aunque esta sensación no está a la venta.

Fuentes: Archivo Municipal y otros cronistas, tradición oral, etc. Fotos del autor, de archivo internet y de Fco. Ortega.