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miércoles, 26 de octubre de 2022

EL LENGUAJE MODERNO

 EL LENGUAJE 'MODERNO'

“Sólo nos damos cuenta del valor del idioma cuando tenemos que poner un telegrama.”

Evaristo Acevedo. –Humorista-

Real Academia Española de la Lengua

Hace tiempo que venimos observando numerosas peculiaridades que van incorporándose, sin pausa, pero sin prisa a nuestro acervo cotidiano. Es sabido, aunque a los madrileños les moleste, que donde peor se habla el castellano es en la capital de España. Podríamos poner numerosos ejemplos gráficos: «La regalé un perfume muy bueno» en vez de «Le regalé… etc.» -el 'laísmo'-, o «De Madriz al cielo» sustituyendo la consonante final “d” por “z”,  y así numerosos giros del rico lenguaje cervantino. No sólo localismos procedentes del variado paisaje ibérico, sino también de otros lugares muchos más lejanos, como el vocablo de moda "fake news" (porqué no decir falsa noticia o Bulo). Lo realmente preocupante, es la agresión que sufre hoy nuestra ancestral lengua, además del turismo y la inmigración que suelen deteriorarla notablemente, los medios de comunicación debieran ser el garante de la pureza lingüística. Ni mucho menos pedimos cerrar las fronteras filológicas en un mundo globalizado cada día más, serían medidas absurdas, pero sí, exigir a los profesionales de la comunicación que cuidaran con esmero sus expresiones oratorias. Nuestra TVE, —por no nombrar a las otras que son vergüenza ajena— es un ejemplo palmario del mal hablar. Populares locutores profesionales, parlantes orates, desde sus púlpitos mediáticos, maltratan a diario la hidalga lengua castellana, ilustres tertulianos flagelan sin piedad los cimientos del lenguaje que tanto ha costado enriquecer a escritores y artistas.


Y no digamos la jerga usada por los medios publicitarios, donde, con menoscabo del más elemental esmero por la pureza de las expresiones, no les importa añadir frases irrefutables para llamar la atención del prudente ciudadano.

Hoy la sociedad de consumo exige contundencia en sus mensajes, aunque hieran sin piedad el intelecto. Sufrimos ―o gozamos, según quien― un constante bombardeo publicitario incitando al más desaforado consumismo. Los anuncios subliminales se adueñan de nuestra vida y así podemos percibir mensajes exacerbados.

Hace unos días escuchaba por radio el anuncio de unas radiografías digitales que ofrecían algo así: Obtenga unas “magníficas” mamografías.... y bla, bla... Pues qué bien, pensé. Menos mal que serán magníficas, sobre todo si dan positivo. ¡Qué bárbaro!

Y otro que aseguraba que: ...le damos la oportunidad de ganar miles de euros, si realiza estos cursos que son los “mejores del mercado” .... como si ofertaran melones. Y es que vivimos en eso, en un vastísimo mercado donde todo se compra y se vende al mejor postor, naturalmente pujador de dinero. 

Habría que recordar aquellos hermosos versos de Ataualpa Yupanki cantados por Alberto Cortez: Solamente lo barato se compra con el dinero… Pero sigamos con el tema que nos ocupa: el castigado lenguaje castellano. Es tanta la influencia anglófila en nuestra cultura que como todos sabemos se ha puesto de moda un impresentable seudodialecto conocido como spanglish. Un ejemplo palmario son estas fotos de la señal de tráfico, 'Stop', que demuestra lo dicho: en nuestra querida España es así, y en cambio en los pueblos hispanohablantes de América usan la otra 'Pare' y también 'Alto' . 


Una especie de lengua descafeinada y edulcorada con lamentables vocablos que sonrojarían al mismísimo Quevedo, y mira que sería difícil abochornar al cáustico de don Francisco. Y así hablamos en esta sociedad macroeconómica, macarrónica, afligida, hipotecada y paupérrima, totalmente influenciada por un cóctel de palabrejas angloamericanas.


Los políticos nos amedrentan a diario con empachosos términos económicos como recesión, inflación, deflación, rescate, déficit exterior, crecimiento, endeudamiento, prima de riesgo, y muchísimos más que inundan las portadas de los medios de comunicación. Controversias sobre si son dos décimas de más o de menos en el precio del dinero, para valorar la in-felicidad de los españolitos. 
Y es tal la confusión que producen en el sufrido ciudadano medio que no es difícil escuchar al personal lamentarse seriamente, que este país está abocado a la catástrofe diferenciando si los índices bursátiles, tasas, incrementos relativos, etc, nos encaminan a la contracción o a la expansión, y auguran tiempos difíciles, como  si hubiesen pasado todos por la Facultad de Ciencias Económicas de la Sorbona. -Como es obvio en la barra del bar, ante unas cervecitas frescas y unos langostinos, aunque sean de Vinaroz, porque los del 'Mal' Menor, ya sabemos cómo anda el patio. Por ello como asevera Luis Lerena, en un estupendo artículo: -Al político le resulta difícil seguir el consejo centenario del inmortal poeta y sabio embaucador, que fue Gonzalo de Berceo, de hablar, en el fondo y en la forma, el lenguaje que suele el pueblo hablar a su vecino. Por el contrario, se agudiza cada más la distancia lingüística y física entre quienes hablan el bárbaro lenguaje llamado culto y aquellos que conservan el tesoro del lenguaje coloquial, lleno de hermosura y sencillez.

Últimamente, como en cada época, el discurso de moda gira en torno a vocablos que de tan rebuscados se transforman en modismos indigestos, como: Empoderar; Poner en valor; Resiliencia (que no, resilencia); Desinformación; Influencer; Viral y Virtual; Fusionar; Procesionar; Posturear; Desconexion digital; Referente; Sostenible; Publicitar; Polarizar; etc. etc. y luego están las expresiones habituales en la calle: ¡Guay!; Vale; ¡Qué fuerte!; Currar; A ver; ¿Vale?; Quedar; Genial..., y muchos más empalagosos palabros.  Pero no se preocupen porque esto no acaba, se avecinan unos cuantos días de campaña donde nos bombardearán con todo tipo de crípticos mensajes ofreciéndonos el mono y el oro con ininteligibles soluciones a la inacabable crisis. 

 Antonio González Noguerol -Motolite-.



 

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