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miércoles, 28 de septiembre de 2016

MI VIEJO CASTILLO

MI VIEJO CASTILLO. (Fantasía)

“Me han dicho que no rezas; que tienes diez de moro y cinco de cristiano;
 pero yo no hago caso, ¡Te lo juro…!   (L. F. Carranza)
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Reconstrucción fotográfica de la plaza del Castillo de Cehegín. (F.Ortega Bustamante)
La otra amanecida, dormitaba inquieto, me invadía una ensoñación. Seguías en pie, ¡viejo castillo…! allí erguido en lo alto, a los cuatro vientos de ese enorme cabezo fortificado que es Cehegín.
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Sobre tus arcillosas almenas los vigías apostados en los torreones que abrazan tus murallas observaban movimientos de tropas por 'Las Caballerías'. 
Aquella mañana franqueó el paso levadizo de la Puerta de Canara un jinete de la taifa de Murcia: - “Mi señor el emir Ibn Hud al-Dawla me envía con este correo urgente…”- y entregó al alcaide este mensaje: “Contra el recinto muladí se avecinan tiempos de asedio y debéis estar en alerta por la posible invasión de una hueste cristiana, me informan que intentan rescatar a la hija del Adelantado de Begastri que ha sido raptada por una patrulla almohade”.


Castillo virtual de Cehegín
En efecto ‘El Zagal’, capitán de la guardia mora, cautivado por la belleza de la damisela begastrense, la transportó en la grupa de su caballo, la puso en manos de las concubinas y le exhortó: “No llores más cristiana, no te atormentes así, pues tengo yo, mi sultana, un nuevo Edén en Cehegín…” (*)
En el silente espacio crepuscular, sobre tu espigada Torre del Ladrón de Aguas, se filtraban los últimos rayos de cobre que anunciaban el cotidiano concierto de ranas y el quejío de los grillos, mientras los vencejos y las golondrinas buscaban sus nidos de amor en los terraplenes del Alcázar y El Coso, ajenos a las asechanzas de los invasores cobijados entre los jarales del río Argos.
La brisa del atardecer perfumaba tus patios de alhábegas morunas adormeciendo los ababoles de los ribazos del entorno.

Panorámica Iglesia y Castillo (aún en pie)

Por tus tortuosas callejuelas, configuradas para obstaculizar escaramuzas, los villanos bullían alarmados ante la posible intrusión de la soldadesca cristiana.
Concha ‘la Morisca’ ejercía los sortilegios en su guarida de la Cueva de la Encantá y los chamanes y nigromantes, escondidos en las covachuelas del Puntarrón, conjuraban con sus hechicerías el inminente peligro. 
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Mi turbador ensueño seguía desbocado por el inquietante desfile.
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Tus gentiles doncellas de sedas cautivadoras eran atropelladas por la horda invasora en una atmósfera de cruentas reyertas, estruendo de cornetas y arcabuces que reventaban el límpido aire con el tufillo azucarado de la pólvora y el pegajoso bálsamo ensangrentado que fluía por tus sañudas barbacanas. 
¡Ay!, castillo ceheginero, eras una vez más inefable escenario bélico.

Entrada Castillo.

Los cantares de tus gestas estaban servidos. Bardos y juglares glorificarían tus leyendas de moros barbudos con alfanjes de oro y caballos engalanados; de gallardos cristianos y arteros judíos arrebatados por la codicia; de santos sin corona; y agraciadas princesas -una suerte de suspiros aislados entre celosías-; de cenadores de lapislázuli y aljibes de espejo cercados por bienolientes galanes de noche y blanquísimos cilindros …


Un tímido sol asomaba ya por las rendijas de mi ventana cuando se deshizo el ensueño. Había sido una ofuscación y la mente se despierta, se calma la desazón y el agitado corazón late de nuevo relajado; retornamos a la diáfana realidad… 
Sin embargo has de saber, ¡viejo castillo!, que continúas arrebujado en la memoria colectiva de otros tiempos. Arguyen algunos prosaicos que es donde mejor reposas, que no es tu época. Ni el rocío de las auroras te adornará con abalorios, ni tus airosos torreones te abrigarán del manto blanco invernal, ni siquiera aquellos abrasadores soles de oriente encenderán tus espléndidas alboradas del estío.

Ruinas Torre del Homenaje.

Ya sé que eras una achacosa montaña en ruinas, un triste abismo de detritus; dicen que es la ley de la vida y era preciso sepultarte bajo las avenidas jalonadas de casas amuralladas de modernidad, aunque sin alma, sin almenas, ni barbacanas. 
No obstante, nadie…, ni siquiera los cascotes de tus murallas, inhumados por los ‘caminos verdes’ del Arrón… ¡Nadie!, podrá olvidar el esplendor de tu inexpugnable y esbelta silueta, el altozano que alertaba a las gentes de Zehegín: “la Tierra de Dios”.

(*): Un ‘guiño’ del romance “Oriental” de José Zorrilla

NOTA: Algunos datos de varios archivos y fotos procedentes del archivo de Francisco Ortega.
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