BOTICA PARA EL RECUERDO
(La Casona de las Boticarias)
Escudo heráldico de la casona.
Escudo heráldico de la casona.
A lo largo del siglo XX, en nuestra villa se han establecido numerosas boticas con competentes profesionales del fármaco, como suele decirse “Aquí hay de todo, como en botica”, cuando en determinado lugar, no falta nada de lo necesario o se presume que reúne todos los productos o remedios que pueden ser ofertados. La frase, procede del siglo XVI, cuando el Imperio español dominaba el mundo, por lo que las boticas del país estaban bien surtidas de todos los medicamentos y remedios curativos naturales conocidos en aquellos tiempos.
Y es que hay de todo en este 'valle de lágrimas', boticarios serios y formales y otros no tanto que, como el de la Verbena de la Paloma, don Hilarión, también gustaban de flirtear con las hijas de Eva, aunque ¿a quién no le gustan las hijas de nuestros primeros padres? Pero dejemos las bromas y centrémonos en el tema. Naturalmente, aparte de estos naturalistas y curanderos, nada más alejado de los profesionales de la medicina…, en las antiguas boticas, (que hoy llamamos farmacias y algunos el novedoso "oficina de farmacia"), solía haber una oferta relativamente abundante de los remedios que un enfermo necesitaba para curarse.
Pero centrémonos en Cehegín donde han pasado numerosos licenciados en farmacia, artífices de la fórmula magistral. En el número 20 de la calle Mayor de Cehegín, se ubicó una botica, que ya no ejerce como tal, está cerrada mucho tiempo y no es posible verla, o al menos es difícil. Esta mansión, data de los siglos XVII y XVIII y en la fachada a la calle Mayor campea un curioso y original escudo de la familia "Álvarez", según la citada placa.
"La Casa de las Boticarias", realmente perteneció a don Alonso de Góngora, y sus descendientes la vendieron en 1864 a don Frey Cayo Ortega y Muñoz, de la Orden de Santiago, cura párroco de la Iglesia Mayor de Santa María Magdalena, quien la adquirió para su residencia y la de su querido sobrino Telesforo Ortega Rivas, criado a la sombra del clerigo. Tiene la casona un claustro, o lo que las propietarias llamaban "Corredor" con aljibe, en cuya carrucha se observa las iniciales "A.G." (suponemos que hacen referencia a don Alonso Góngora), abierto a las tres plantas del edificio con acceso a las habitaciones o celdas, que posibilita a lo que alude la placa: "que pudo ser habitado por las Monjas de la Concepción". Otro detalle que no pasa desapercibido en la antiguas fotos son los pequeños cuadros con imágenes del Vía Crucis, señal que indica su posible uso piadoso.
Y es que los numerosos escudos heráldicos de las casas-palacio cehegineras son un verdadero laberinto, pues, salvo los más conocidos, todo está por desentrañar y es debido al ocaso de tantas familias y a las transmisiones de fincas urbanas.
Don Telesforo estudió Farmacia, y
en 1878 estableció su primera "botica" en la calle de La Unión,
trasladándose después a la calle Mayor en uno de los bajos de la citada
mansión. Casó con doña Emilia Lorencio y Clemente, perteneciente a una de las
prestigiosas familias de la localidad. Don Telesforo fue farmacéutico municipal
y protector del venerable Hospital de la Real Piedad.
De aquel matrimonio nacieron
cuatro hijas –cuatro hermanitas, como en los libros de cuento-: Teresa, Pepa y
las dos gemelas Carmen y Emilia, y un varón, "don Paco Ortega
Lorencio", que también fue farmacéutico. Cuando falleció don Telesforo, el
joven boticario se instaló por su cuenta, según dicen, cerca de la Cuesta del
Parador y la viuda e hijas continuaron regentando la botica a modo de droguería
o parafarmacia, con muchas de las fórmulas magistrales creadas por el padre; a
partir de entonces las señoritas de Ortega Lorencio ya serían conocidas para
siempre como: "las Boticarias".
Como decimos, está cerrada
desde los años sesenta del pasado siglo XX, porque todo cambia y vivimos otros
tiempos en los que las pomadas y alquimias de antaño son sustituidas por las
drogas que nos suministran a diario las multinacionales farmacéuticas para hacernos
la vida placentera. Las Boticarias elaboraban un ungüento en pomada, (bálsamo
terapéutico y milagrosa panacea), envasado en unas preciosas cajitas de palma,
lo mismo se utilizaba para los quemados que para el cutis, igual para aliviar
un picazo que para suavizar una llaguita entre las ingles de los bebés o la
pupa del mozo travieso. Don Francisco Ortega Lorencio, hermano de aquellas
populares drogueras, aseguran que fue el creador de aquella pomada.
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(UN ANTES Y UN DESPUÉS)
Se cuenta que en aquel antiguo caserón…, o como era conocido por nuestros mayores: la casa de doña Emilia, o también de “Las Telesforas”, evocando a su padre el arcaico boticario don Telesforo Ortega, como digo, cuentan que poseía una biblioteca procedente del antiguo convento, que fue aquel recoleto edificio, retiro de monjas, con libros que contenían vetustas fórmulas magistrales de ungüentos para todas las curaciones.
(Foto, hermanas gemelas, de comunión y de nazarenas)
Me contaba Abraham Ruiz, mi querido amigo y cronista oficial, en aquellas tardes apacibles del estío ceheginero, entre otras anécdotas, estas dos referidas a esta distinguida y original familia: -una mañana penetra en "la botica" una mozuela y le espeta al farmacéutico don Telesforo: - "... dice mi madre que si tiene Vd. 'espíritu de contradicción'..."-, el licenciado respondió socarrón: "... Pepica, dile a tu madre que baje, que preguntan por ella..." La otra anécdota, es esta: - Por los años 1930 vinieron los misioneros a Cehegín, y en una primera reunión acordaron con las señoras constituir grupos de trabajo en varias viviendas y al sugerir ofrecimientos, las cuatro hermanas contestaron al unísono: -"En mi corredor... - En mi corredor... - En mi corredor... - En mi corredor... -" y el misionero, preguntó por las características de 'aquellos corredores' ... que eran sólo uno. Doña Emilia falleció centenaria, cuidada y mimada por aquellas hijas ejemplares, dotadas de gran carácter, poco agraciadas físicamente, muy listas, y que siempre hablaban las cuatro a la vez, lo que causaba tanta gracia a los visitantes.
Y otra cuestión poco conocida: ¡También les gustaba las corridas de toros! Al menos los tradicionales festivales taurinos a beneficio del vecino Hospital de la Real Piedad.
La botica exhibía, en unas bellas estanterías torneadas de madera noble, unos tarros de cerámica donde guardaban diversos productos curativos. Los tarros y muebles de este establecimiento sirven ahora de decoración en la farmacia del licenciado Fernández Ortega, ubicada en el barrio de las Maravillas, y nos hacen recordar otros tiempos, es como una historia encuadernada que ya no se lee, de la orden de la receta de la técnica magistral. No poseían marcas, ni específicos, era el mundo del trabajo directo, de la curación artesana. Ahí están todavía, aunque tan sólo en el recuerdo de la rebotica tertuliana donde se discutiría de lo divino y humano, los antiguos jarabes y aguas, la triaca –contra las mordeduras de bichos venenosos--, los posos de excreta y otros productos animales. Estaba, seguramente, recién llegado el estramonio (sus hojas secas se usaban como medicamento contra las afecciones asmáticas, fumándolas mezcladas con tabaco, y las hojas y las semillas, como narcótico y antiespasmódico), la gutagamba, el cornezuelo de centeno, la ipecacuana (muy usada en medicina como vomitiva, tónica, purgante y sudorífica), el crémor tártaro para purgarse, el cáustico lunar, el sulfato ferroso y otras preparaciones inorgánicas. Cosmético de valeriana y canela --como antiespasmódico--. Se rechazaban como preámbulo de la superstición las telarañas, también llamadas “polvos de puerta”, el musgo de cráneo humano, la leche virginal o los huesos del corazón de cierva preñada.
Botica sin boticario, hoy ruinosa, ya camino del olvidado monumento del vestigio. ¡¡Misteriosa botica en el nº 20 de la calle Mayor ceheginera!!, con su botamen talaverano, tarros ostentado nombres desusados que se han borrado de todas partes menos de los libros de medicina.
Su destino ya se cumplió y todo queda en el recuerdo, porque…,¿cómo pretender en el siglo XXI curarnos enfermedades de siglo XVIII…? ¿Sí?....... Pero mejor dejarla donde está como un símbolo de la fugacidad de la posología.
Nota: Algunos datos recogidos de diversos archivos locales, de cronistas, y de historias locales.