El viejo río Argos, el de los Cien Mil Ojos.
"Un río de aguas pérfidamente mansas como la sonrisa de una mujer."
(M. J. de Larra)
Puente de la Vía sobre el Argos.
Una bandada de gaviotas planea por el Cantal Blanco. Van a saciar su sed al arroyo que nace junto a la casita de los Montalvos, pero una suave ventolera hace cantar a los cañaverales que espantan a las avecillas sedientas. Debajo, frente al monumental Puente de la Vía y junto a las hoyas vecinas, brota un nacimiento de agua cristalina donde las 'mariquitas' saltan y bailan al son del cabrilleo del río, los matorrales tiernos verdean y los lechosos juncos danzan al son de la brisa alocada. Si deseamos refrescarnos, nada más placentero que romper la calma del cauce y abuzarnos unas tragantadas de líquido elemento en su plenitud de frescura.
Los boscajes del río Argos, han conciliado siempre en la vida de los cehegineros. Han asistido a los conciertos de batracios que en las noches de estío claman al cielo pidiendo agua para sus humedales estériles.
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Riada por el río Argos |
A la madrugada llegarían el
Punchas, el Porras o el Rojo el Torraos a capturar las más hermosas ranas para degustarlas
en casa Barras. Porque hay que ver lo ricas que están a la plancha las ancas de
rana. Quien las ha probado lo sabe.
Cañaverales del Argos, un selvático camino |
Luego al mediodía, bajo el implacable sol de la canícula, los zagales se chapuzan en la 'vaeras' y juegan a batallas acuáticas mientras una rebaño de borreguillas, conducida por Juanito el Macanas, mordisquea los suculentos verdores del cauce.
Río Argos (al fondo el puente de Piedra.) |
El Argos prosigue su periplo en
busca del padre Segura, pero antes le esperan extraordinarias aventuras,
un poco más abajo ha de atravesar el otro puente, el de coloso de Piedra que vigila
imponente la silueta ceheginense que se muestra espléndida. Si paseamos al
atardecer por ese ostentoso paseo de la Ronda de Poniente, a la vera del meandro que
forma el Casco Antiguo, en las faldas del casi desaparecido Huerto Ruenas, por el hondo del Cubo, podemos recorrer una senda que nos
muestra las decrépitas ruinas de algunos de los numerosos molinos de Cehegín, el del
Morcillo, el del Cubo o el del Papel, y si seguimos río abajo podemos localizar
algunos que apenas se sostienen en pie como el de los Reondos, y ya cerca de
San Ginés todavía muele el de Pedro Franco, antaño conocido como Molino de la
Pólvora. Cuántos molinos harineros movidos por la fuerza hidráulica de las
acequias cuya agua moría en el río. Algún día será menester realizar un severo
estudio de ellos.
Es
curiosa la analogía de nuestro río Argos con la Mitología. Toda una sucesión de
encuentros. Porque hay que resaltar que Argos fue el señor de los Cien Mil Ojos,
el sueño de los puentes cehegineros.
El viejo Puente del Santo. |
Hay
que ver los inagotables cañaverales que brotan en las riberas del Argos y qué habilidad
en las manos de los hortelanos para construir cercas y tenderetes para los
tomates y otras plantas de hortalizas y no digamos la cantidad de objetos que
fabricaban: flautas de caña que los pacientes huertanos confeccionaban para
deleite de los pequeñuelos y de algunos animalicos. Personajes como el tío Picho, siempre ensimismado
por las riberas, laborando, con las cañas o los mimbres, preciosos canastillos
para venderlos en el mercado semanal de los domingos en la República del Mesoncico;
o el ingenio de los recolectores furtivos
del río Argos, ganándose el pan como podían en los momentos precarios de
aquellos míseros años, ofreciendo en la puerta del cine Alfaro los frutos del
almez, los populares aratones, cuyos huesecillos eran lanzados como proyectiles,
a través de un trozo de caña a guisa de cerbatana para diversión de la Torraera del recordado cine y correctivo a los burgueses del
patio de butacas, que apetecían los asientos de la fila 11 para atrás como
refugio.
Canutos
de caña que los guardias municipales con un celo desmedido solían aprehender y
pisotear y si era menester llevarse p`arriba
al infractor. —“ir p’arriba”, significaba llevarlo detenido hasta el cuerpo de
guardia, popularmente conocido como cuartico de repeso—
La sombra alargada del árbol sobre el viejo molino |
También
servían las flautas de caña, igual que Dafnis, como diversión del cabrero en
las largas horas de pastoreo, donde afinaba dulces melodías y chistaba a alguna
cabrita extraviada.
Si Dafnis
y Cloe hubiesen habitado en Cehegín puede que se hubiesen perdido también en
nuestros cañaverales del Argos, porque quién sabe las parejas que se habrán
extraviado por aquellas selváticas riberas.
¡Ay, río
Argos, cuánta historia encierras en tu cauce!
Recuerdas
aquellos viejos tiempos cuando las lavanderas ejercían su duro oficio
entre guijarros, mientras los viejos verdes se asomaban por el Puente Santo a contemplar
las pantorrillas de las más descuidadas.
Mujeres lavando ropa en el río.
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Pero aquella fue otra época.
Antonio González Noguerol.