A VECES LLEGAN CARTAS
“Las cartas de amor son como los fármacos,
muchos venenos y pocos remedios.”
Anónimo.
muchos venenos y pocos remedios.”
Anónimo.
Se ha perdido el arte de la correspondencia, aquella alocución epistolar ha sido liquidada por el teléfono, sobre todo por el celular, vulgarmente llamado móvil. El lenguaje hablado vence a la escritura por la mayor sensación de proximidad que proporciona, pero ello implica valorar la imprecisión sobre la exactitud.
Como asevera mi amigo Juanito el Perchas, hombre instruido: "Hemos sobrevalorado el artilugio que permite sólo el diálogo en menoscabo del soliloquio." Pero esto es otro cantar, ya que no podemos menospreciar los avances tecnológicos.
Como asevera mi amigo Juanito el Perchas, hombre instruido: "Hemos sobrevalorado el artilugio que permite sólo el diálogo en menoscabo del soliloquio." Pero esto es otro cantar, ya que no podemos menospreciar los avances tecnológicos.
Con el teléfono, el tiempo es oro, y se concede una vulgar prima a la concisión, pues se sabe que una inspirada digresión poética puede costarnos un prosaico puñado de monedas. Las llamadas telefónicas sabemos que son irremediablemente efímeras, a no ser que no le temamos a la factura mensual, además de que jamás llegaremos a publicar un compendio erudito de preclaras conversaciones telefónicas.
En los últimos años, otra forma epistolar "riza el rizo", se trata del 'Guasap' (WhatsApp), aunque como el mundo en que vivimos, un género escaso de poesía y de literatura (más bien parece nombre de cuchufleta), donde millones de seres humanos intercambian repetitivos mensajillos triviales, inflamando las llamadas redes sociales de insustanciales historias infestadas de abreviaturas y vocablos extraños, una jerigonza como un nuevo 'esperanto', aun más universal. Es el canto del cisne de una sociedad aburrida y mediocre.
En los últimos años, otra forma epistolar "riza el rizo", se trata del 'Guasap' (WhatsApp), aunque como el mundo en que vivimos, un género escaso de poesía y de literatura (más bien parece nombre de cuchufleta), donde millones de seres humanos intercambian repetitivos mensajillos triviales, inflamando las llamadas redes sociales de insustanciales historias infestadas de abreviaturas y vocablos extraños, una jerigonza como un nuevo 'esperanto', aun más universal. Es el canto del cisne de una sociedad aburrida y mediocre.
Sin embargo, ¡qué diferencia a una carta, en la que podemos extendernos con expresiones de lirismo!, aunque fuésemos tachados de anacrónicos.
Y es que hoy casi no se escriben cartas, y aun menos epístolas amatorias donde expresar con frases rebosantes de pasión hacia la persona amada. En otros tiempos, la misiva amorosa circulaba ordinariamente por los buzones de correos, los amantes se declaraban confidencialmente su cariño, sin embargo, cuántas cartas de amor no llegaban a su destino por motivos diversos. Tal vez por los más insospechados y variopintos impulsos. Pero quizás su pérdida le aportó un nuevo sello aureolado de platonismo místico. De llegar a su meta la carta hubiese continuado su curso amoroso y finalmente gozaría o sufriría la cruda realidad desvirtuada por los desvaríos amatorios. Y así, de aquella manera, permanece en el recuerdo como una flor perenne, sin mancha, deliciosamente fragante. Qué hubiese sido de la historia de amor de joven Werther, aderezada por las apasionadas cartas donde se idealiza el más puro y sincero perfume amatorio, si se transformara con la palpable consumación de su amor por Charlotte. No habría historia paradigmática amorosa, sólo “cornamentas”. En cambio de esta triste, pero dulce forma, se produce un adulterio implícito, que al no efectuarse tangiblemente, pierde su carácter punible, no por ello dejaría de serlo. Un ‘pecado’, no sólo ha de ser público, también es pecado aunque sólo lo conozca su autor. O como Romeo y Juliette, amoroso suicidio, matrimonio sin consumar, merced a las crípticas misivas, eludiendo la intolerante autoridad paterna y en complicidad clerical, desafiando a Montescos y Capuletos. ¿Cómo hubiese transcurrido ese matrimonio con la aquiescencia de ambos consuegros? Sin duda que el mito del amor hasta la muerte se habría trastocado.
Se han escrito cartas de amor que jamás llegaron a los ojos destinados a leerlas y por ende nunca ofrecieron respuesta, o posiblemente, sí alcanzaron su destino, pero demasiado tarde, cuando no había desagravio, un compromiso de honor condicionaba la respuesta, la cual quedaba solo en el pensamiento mejor guardado de la damisela. Como dice aquel bolero del trovador: "Si yo lo hubiese sabido hoy sería toda de él". Compromisos antepuestos se interponían entre los amantes.
Las epístolas de la vida condicionan a los seres humanos, los débitos adquiridos sin previa reflexión obligan a la manifiesta infelicidad perenne por someterse a las normas. Cuántas doncellas se habrán visto abocadas a un matrimonio no deseado aunque sí arreglado por los padres y por ello encaminada, como una desamparada ovejita, camino del desolladero.
En la actualidad vivimos un tiempo mucho más prosaico, lo poco que se escribe está relacionado con el fútbol, la política o la macroeconomía, por eso ya no se escriben cartas de amor. Como expresa Alberti: "La exhausta flor perdida en su reposo, rompe su sueño en la raíz mojada…"
Por todo lo dicho, deberíamos convertir en objeto de adoración el lenguaje amatorio escrito.
Y es que hoy casi no se escriben cartas, y aun menos epístolas amatorias donde expresar con frases rebosantes de pasión hacia la persona amada. En otros tiempos, la misiva amorosa circulaba ordinariamente por los buzones de correos, los amantes se declaraban confidencialmente su cariño, sin embargo, cuántas cartas de amor no llegaban a su destino por motivos diversos. Tal vez por los más insospechados y variopintos impulsos. Pero quizás su pérdida le aportó un nuevo sello aureolado de platonismo místico. De llegar a su meta la carta hubiese continuado su curso amoroso y finalmente gozaría o sufriría la cruda realidad desvirtuada por los desvaríos amatorios. Y así, de aquella manera, permanece en el recuerdo como una flor perenne, sin mancha, deliciosamente fragante. Qué hubiese sido de la historia de amor de joven Werther, aderezada por las apasionadas cartas donde se idealiza el más puro y sincero perfume amatorio, si se transformara con la palpable consumación de su amor por Charlotte. No habría historia paradigmática amorosa, sólo “cornamentas”. En cambio de esta triste, pero dulce forma, se produce un adulterio implícito, que al no efectuarse tangiblemente, pierde su carácter punible, no por ello dejaría de serlo. Un ‘pecado’, no sólo ha de ser público, también es pecado aunque sólo lo conozca su autor. O como Romeo y Juliette, amoroso suicidio, matrimonio sin consumar, merced a las crípticas misivas, eludiendo la intolerante autoridad paterna y en complicidad clerical, desafiando a Montescos y Capuletos. ¿Cómo hubiese transcurrido ese matrimonio con la aquiescencia de ambos consuegros? Sin duda que el mito del amor hasta la muerte se habría trastocado.
Se han escrito cartas de amor que jamás llegaron a los ojos destinados a leerlas y por ende nunca ofrecieron respuesta, o posiblemente, sí alcanzaron su destino, pero demasiado tarde, cuando no había desagravio, un compromiso de honor condicionaba la respuesta, la cual quedaba solo en el pensamiento mejor guardado de la damisela. Como dice aquel bolero del trovador: "Si yo lo hubiese sabido hoy sería toda de él". Compromisos antepuestos se interponían entre los amantes.
Las epístolas de la vida condicionan a los seres humanos, los débitos adquiridos sin previa reflexión obligan a la manifiesta infelicidad perenne por someterse a las normas. Cuántas doncellas se habrán visto abocadas a un matrimonio no deseado aunque sí arreglado por los padres y por ello encaminada, como una desamparada ovejita, camino del desolladero.
En la actualidad vivimos un tiempo mucho más prosaico, lo poco que se escribe está relacionado con el fútbol, la política o la macroeconomía, por eso ya no se escriben cartas de amor. Como expresa Alberti: "La exhausta flor perdida en su reposo, rompe su sueño en la raíz mojada…"
Por todo lo dicho, deberíamos convertir en objeto de adoración el lenguaje amatorio escrito.
Antonio González Noguerol