LA SOLEDAD
“Ama tu soledad y soporta el sufrimiento que te cause”. Rilke.
Dicen que la soledad es mala compañera de viaje, que deprime, que es propia de personas atormentadas. También apuntan que la soportan individuos orgullosos, que en el fondo padecen complejo de inferioridad. Y que la sufren más las mujeres, sobre todo las viudas y también los ancianos y los marginados. Ciertamente es muy triste encontrarse solo.
En los países desarrollados parece que es donde más prolifera la soledad. Puede que dicha aseveración sea porque no por estar rodeado completamente de muchedumbre se está más acompañado. Se trata de una clase de aislamiento en compañía, acaso el más patético; no se puede estar más solo que cuando no tenemos nada que hablar con nuestro acompañante o con quienes nos rodean; posiblemente sea la más difícil de curar. En cambio una soledad compartida puede llegar a ser incluso gratificante. Expresa un viejo aforismo: “No es bueno que el hombre esté solo...”
Sin duda que el retraimiento no se remedia rodeándose de gente, se lleva dentro y uno mismo lo convierte en positivo o destructivo, todos los extremos son malos; como todo en la vida, lo excesivo es nocivo.
La soledad negativa es casi siempre consecuencia del aburrimiento, de la apatía, la energía acumulada permanece aletargada, necesita aflorar y desarrollarse, entregarse a los demás. Incluso aparecen sin quererlo sentimientos sombríos que allanan una actitud destructiva ante el porvenir. El hastío se apodera de la persona negándole toda actitud optimista, todo está mal, nada puede considerarse perfecto, todo es negro, no hay arreglo posible. Se trata de la típica figura metafórica del vaso medio lleno o medio vacío.
Pero no me negarán que el ser humano también necesita de vez en cuando un rato de soledad, desde luego positiva, de meditación... Esos momentos relajados cuando brota la clarividencia, es cuando nuestros mayores sueños vuelan por senderos inexplorados. Nadie nos estorba, nadie deshace el mágico momento, ese intensísimo instante que nos hace sentir la verdadera felicidad de estar completamente en paz con nosotros mismos, una sensación de auténtica libertad, nada nos condiciona y no hemos de fingir... Ese trance introspectivo que sirve de nexo, sin intermediarios, con los dioses de la creatividad.
Podemos percibir atentamente el croar de las ranas a la orilla del Argos, mientras nos encandilamos ante el espejo del sol mirándose en el agua que desciende cabrilleante, o emocionarnos con una hermosa sinfonía, aunque sea en cualquier paraje solitario, cobijados en el automóvil a merced de los cuatro vientos. Podemos permitirnos ser todo lo que somos y sentir todo lo que sentimos, estamos capacitados para ejercer el libre albedrío sin ninguna reserva..., no tenemos cerca a nadie que nos contradiga, que critique nuestra actitud..., un verdadero lujo.
Evocamos más intensamente esta forma de soledad cuando nos hallamos con otras personas, pues con ellas, incluso con un amante a veces, nos sentimos incómodos, sufrimos por nuestras diferencias de gusto, temperamento, humor. Con otros seres humanos, nuestra visión se hace doble. Nos preocupamos pensando ¿"Qué opinará?..... ¿Qué opino yo...? ¿Pensará que discrepo por fastidiarle..., o aceptará mis puntos de vista?...” “¿Creerá que pretendo arrebatarle su protagonismo..? ¿Entenderá mi buena fe o lo tergiversará?...Tolerará mi intromisión?... El impacto original se pierde, se desvanece..., el consenso ha fenecido. Qué difícil es la convivencia pacifica. Si no queremos la guerra hemos de consentir.
Por ello cuando se alcanza la reposada, aunque recelada, jubilación, después de tantos avatares vividos a lo largo de nuestra existencia, contemplamos el mundo de otra forma, nos inunda un paisaje diferente, reflexionamos más, estamos inmunizados del comején de la prisa, la actividad frenética ya no nos afecta como antes, es como si nuestro corazón renaciera y curiosamente las pulsaciones marcaran un “tempo moderato”. Así apartaremos esos instantes de soledad negativa y de abatimiento que solo nos conducirían más rápidamente al ostracismo y la temida senectud.
Es el momento de aportar gestos de experiencia a quien los pida, no de regalar consejos, la gente huye de ellos. Contaba mi padre sobre un amigo, harto de recomendaciones, al que alguien le quiso dar unos consejos y éste le contestó socarrón: -“Te agradezco tu interés, pero resulta que tengo en mi “allá`rriba” una habitación llena de cajas…¡¡repletas de consejos…‼”
En los países desarrollados parece que es donde más prolifera la soledad. Puede que dicha aseveración sea porque no por estar rodeado completamente de muchedumbre se está más acompañado. Se trata de una clase de aislamiento en compañía, acaso el más patético; no se puede estar más solo que cuando no tenemos nada que hablar con nuestro acompañante o con quienes nos rodean; posiblemente sea la más difícil de curar. En cambio una soledad compartida puede llegar a ser incluso gratificante. Expresa un viejo aforismo: “No es bueno que el hombre esté solo...”
Sin duda que el retraimiento no se remedia rodeándose de gente, se lleva dentro y uno mismo lo convierte en positivo o destructivo, todos los extremos son malos; como todo en la vida, lo excesivo es nocivo.
La gente cruel se mofa del solitario. |
Pero no me negarán que el ser humano también necesita de vez en cuando un rato de soledad, desde luego positiva, de meditación... Esos momentos relajados cuando brota la clarividencia, es cuando nuestros mayores sueños vuelan por senderos inexplorados. Nadie nos estorba, nadie deshace el mágico momento, ese intensísimo instante que nos hace sentir la verdadera felicidad de estar completamente en paz con nosotros mismos, una sensación de auténtica libertad, nada nos condiciona y no hemos de fingir... Ese trance introspectivo que sirve de nexo, sin intermediarios, con los dioses de la creatividad.
Podemos percibir atentamente el croar de las ranas a la orilla del Argos, mientras nos encandilamos ante el espejo del sol mirándose en el agua que desciende cabrilleante, o emocionarnos con una hermosa sinfonía, aunque sea en cualquier paraje solitario, cobijados en el automóvil a merced de los cuatro vientos. Podemos permitirnos ser todo lo que somos y sentir todo lo que sentimos, estamos capacitados para ejercer el libre albedrío sin ninguna reserva..., no tenemos cerca a nadie que nos contradiga, que critique nuestra actitud..., un verdadero lujo.
Evocamos más intensamente esta forma de soledad cuando nos hallamos con otras personas, pues con ellas, incluso con un amante a veces, nos sentimos incómodos, sufrimos por nuestras diferencias de gusto, temperamento, humor. Con otros seres humanos, nuestra visión se hace doble. Nos preocupamos pensando ¿"Qué opinará?..... ¿Qué opino yo...? ¿Pensará que discrepo por fastidiarle..., o aceptará mis puntos de vista?...” “¿Creerá que pretendo arrebatarle su protagonismo..? ¿Entenderá mi buena fe o lo tergiversará?...Tolerará mi intromisión?... El impacto original se pierde, se desvanece..., el consenso ha fenecido. Qué difícil es la convivencia pacifica. Si no queremos la guerra hemos de consentir.
Por ello cuando se alcanza la reposada, aunque recelada, jubilación, después de tantos avatares vividos a lo largo de nuestra existencia, contemplamos el mundo de otra forma, nos inunda un paisaje diferente, reflexionamos más, estamos inmunizados del comején de la prisa, la actividad frenética ya no nos afecta como antes, es como si nuestro corazón renaciera y curiosamente las pulsaciones marcaran un “tempo moderato”. Así apartaremos esos instantes de soledad negativa y de abatimiento que solo nos conducirían más rápidamente al ostracismo y la temida senectud.
Es el momento de aportar gestos de experiencia a quien los pida, no de regalar consejos, la gente huye de ellos. Contaba mi padre sobre un amigo, harto de recomendaciones, al que alguien le quiso dar unos consejos y éste le contestó socarrón: -“Te agradezco tu interés, pero resulta que tengo en mi “allá`rriba” una habitación llena de cajas…¡¡repletas de consejos…‼”
Antonio González Noguerol