Desde mi
buhardilla mesonzoica
LA HISTORIA ¿UNA
FARSA?
“La
Historia es aquello que aseguramos que pasó pero que nos encantaría saber cómo…”
(Horangel)
La historia está
preñada de ejemplos recurrentes, analogías de las que podríamos extraer numerosas
soluciones de conflictos, pero el hombre “erre que erre” no ceja en sus
despropósitos desde el principio de los tiempos. Es tal el egoísmo que nos socava,
la miopía sufrida de tanto mirarnos el ombligo, que somos incapaces de
renunciar a nuestras vanidades para lograr una sociedad más justa para todos.
La pregunta que
con mayor frecuencia se hace a los historiadores es si la Historia tiene una
utilidad. Si podemos extraer lecciones de ella. O si será una farsa tendenciosa
elaborada por un grupo de perversos charlatana.
Cuando la gente
habla de lecciones históricas quiere decir que desea estar segura de que la
Historia sigue unas normas similares a las científicas. Pero, si fuera una
ciencia nos permitiría saber hoy lo que ocurrirá mañana.
¿Por qué no es así
entonces? ... la respuesta radica en la variable
imprevisible, o sea el Hombre…, un ser que a través de los siglos ha
variado el signo de la historia simplemente por cualquier locura intemperada,
por un empecinamiento recalcitrante o, en algunos casos, simplemente por
negarse a “torcer el brazo”.
Es curioso que en
el siglo XXI sigamos los mismos pasos que se sucedieron a lo largo de las
crónicas históricas. ¿Avances…? Sí, sustanciosos, sobre todo en la técnica y en
la ciencia, donde se han marcado grandes hitos. En las demás cuestiones de la
sociedad de este mundo mundial, como diría mi amigo Luis el Periño, apenas se
han producido cambios que podamos considerar totalmente enjundiosos. Y eso que
nosotros en nuestras latitudes, en el llamado primer mundo, no nos podemos quejar, al fin y al cabo, pertenecemos
a la Sociedad del Bienestar y de la
libertad de expresión. Sin embargo, sufrimos a los mismos sumos sacerdotes
presidiendo los “templos de la vida”; iguales fariseos, saduceos, paganos y escribas,
doctos en la perversión; los “tiburones” del poderío continúan disponiendo los
bolsillos de los siervos; los mismos fundamentalistas,
los hipócritas de siempre, suscriben nuestras creencias, atemorizando al
personal con soluciones arcanas y con su propio miedo, que sustentan. Pavor a
perder sus privilegios obtenidos por medios ilícitos o deseo imperioso y
codicioso de recuperarlos. ¿Será ese el oscuro objeto de tanta crispación?
¡Cuánto cuesta
escalar los peldaños…! Y si acaso logramos ascender alguno, si podemos, no
resistimos la tentación de regresar al estatus anterior temiendo caer rodando
escaleras abajo. ¿Ignoran estos visionarios mercachifles que la sociedad va
delante de las leyes…, que cualquier decisión, que tanto cuesta asumir, ya ha
sido contraída por la gran mayoría de las gentes…? Sin duda, el pueblo asume con mayor facilidad
los cambios que sus gobernantes. Pero ellos, anquilosados en el tiempo,
prefieren sostener el axioma del Príncipe de Salina del Gatopardo: “Es necesario cambiar algunas cosas para que
nada cambie…”
Así, oprimiéndonos
los unos a los otros, el pez gordo sigue merendándose al chico, y de esta forma
vamos encauzando la Historia que algún día nuestros nietos se encargarán de
enjuiciar.
Antonio