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jueves, 26 de noviembre de 2015

LA MATANZA DEL “CHINO”.

LA MATANZA DEL “CHINO”.

O LA "MUERTE MARRANO"

(“POR SAN ANDRÉS MATA TU RES, MEJOR ANTES QUE DESPUÉS”)

Paisaje otoñal.
Se nos echa encima diciembre, recio y grisáceo pero jubiloso, uno de los meses más fascinantes del año. Tal vez al lector le parezca un gusto extravagante, pero visiten el Casco Antiguo de Cehegín en esta época y no verán nada más impresionante.
En nuestras latitudes se instalan las melancólicas brumas, las mañanas son cubiertas por ese cendal misterioso y sutil... Antiguas canciones infantiles evocan a la niebla: "... que se eleve rauda al cielo para huir del fiero lobo, porque si no, la raptará...".

Paisaje de Peñarrubia con niebla.

Del calendario –es otoño- caen sin pausa las hojas y se avecina el tradicional Puente de la Purísima, además de la conmemoración de nuestra Constitución, seguramente el casi medio siglo más floreciente de la Historia de España. (Aunque en la actualidad no estemos para tirar muchos cohetes). 
Una de las viejas tradiciones se desata y vamos rebuscando en las arcas de las abuelas los ‘apichusques’ del belén: los zagales, ilusionados, seleccionan las olvidadas figuritas: los pastores, las casicas, los Reyes Magos, Herodes y su soldadesca, “El tío cagando”, los mercaderes y naturalmente el arcaico Nacimiento del niñico Jesús.
Antaño, el 8 de diciembre –además del onomástico de las pocas ‘Conchis’ e ‘Inmas’ que van quedando- se festejaba el día de la Madre y el recordado Luis el Sacristán, ante el general alborozo juvenil, repartía bocadillos y jícaras de chocolate a todos cuantos se despegaran de las sábanas y acudieran a la entonces llamada Misa de Alba. 
Como señala el antiguo refrán: en torno al 30 de noviembre deberíamos efectuar el sacrificio del cerdo o mejor como aquí la denominamos: “la matanza del chino o muerte marrano”, uno de nuestros más tradicionales atavismos tragantones.

El cochino camina hacia su destino.
Jornadas dedicadas a las labores gastronómicas que antaño gozaban de pleno apogeo, aportando una extraordinaria despensa para todo el año en numerosas casas pudientes: desde los sabrosos embutidos -entre ellos, el 'obispo', un enorme relleno con lo mejor del cerdo- a los perniles y lomos embuchados que se salaban en la ‘allárriba’. Además de reservar las mantecas del gorrino para la futura elaboración de los deliciosos mantecados navideños. 
Las marraneras quedaban vacías, sobre todo por el cariño que se le llegaba a tomar a los cerditos, todo un año criándolos a base de nutritivos berbajos y alimentos sobrantes como los pericos de alcuza con algún picado. Al pobre cochino le llegaba su hora, en algunos casos dramática, pues debido a los escarnios sufridos defecaba la excluyente y escatológica ‘morcilla del banco’, -poco apetecible por cierto-.

Matanza típica ceheginera.
Una vez seccionado, se preparaba la ‘muestra’ para ser analizada por el veterinario, y una vez obtenido el beneplácito, se pasaba a la acción.
Lo primero, bajar hasta las espléndidas riberas del río Argos, que a la sazón discurría cabrilleante y caudaloso, a lavar las tripas de infortunado puerco con gran cantidad de limones y naranjas para desinfectar y aclararlas debidamente.

Mujeres lavando la tripas en el río Argos.
Entretanto se iniciaba la ‘Ceremonia Sagrada’: imprimiéndoles brillo a las viejas perolas y cazos con arena y limón (para ello paseaba por el pueblo aquel viejo decrépito ofreciendo a grito pelado: “¡¡Arena…, Arena…, el arenero”!!). 
Se bajaban de las 'falsas' los enormes hierros enrobinados junto a los atizadores y demás adminículos de la lumbre. Cuando el leñoso infierno hogareño chisporreteaba como un castillo de fuegos de artificio comenzaba la cocción de toda la exquisita mixtura de sabores: el morcón, la ennegrecida butifarra junto a las socorridas morcillas, los chorizos, la longaniza y los rellenos coloraos y blancos de cuyos jugosos posos resultaba el glorioso pringue, popular matahambres de una época y padre de todos los ungüentos actuales con que adulteramos el imposible apetito de los insufribles zagales. ¿A quién no le gustaría, en aquellos tiempos, el mantecoso y bienaventurado pringue extendido en una generosa rebanada de pan de carrasca rebozada con azúcar?... -"Sabed que el pringue le gusta a to'dios …"-  sentenciaba el tío Mazantine, voluptuoso catador de las delicias del cerdo. Sin que faltara las tradicionales migas ruleras con 'tajás' y la suculenta olla de tocino.

Delicias de la matanza de cerdo.
Y es que aquella chicha sabrosona del ‘chino’ estaba muy rica. Todo un lujurioso festival de sabores con los que cada casa pudiente celebraba la bacanal previa a Navidad. Y después del banquete despertábamos la guitarra, la zambomba y la pandereta para afinarlas, porque el Adviento emanaba efluvios navideños y recordaba los suculentos mantecados y el oloroso alfajor bien regados con Anís Flor de Murcia y Mistela ceheginera.
Como canta la habanera de 'La del Manojo de Rosas': ¡¡Qué tiempos aquellos!!...

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