NOSTALGIAS
"Nostalgias de escuchar su risa loca y sentir junto a mi boca, como un fuego, su respiración..." (tango).
Sostienes, con cierta displicencia, que no es conveniente vivir de recuerdos, que hay que olvidar la gran aventura de lo acontecido, que hemos de afrontar el presente y sobre todo otear el por venir y mordazmente aludes a Ionesco cuando dogmatiza, ante lo absurdo de la existencia, que: “… el pasado mata, ahoga, aísla, ciega…”
Pero también admitirás que la vida sería una eterna peregrinación por parajes perdidos sin el tormento de la añoranza. Como asevera Emmanuel Geibel: -“¿Debemos acaso afligirnos porque una hermosa felicidad huyó rápidamente?...”–
Un breve encuentro y un largo recuerdo hacen el alma rica y libre, aunque asome la nostalgia por las rendijas de nuestras buhardillas…
Si nuestras sienes lucen, ya, muchas hebras argentadas y hemos robado los secretos de la vida, nuestros corazones permanecen perennes como aquellas agridulces infancias cuando aún ignorábamos la palabra frenesí.
La incipiente caricia adolescente, premiosa e improvisada quizás; una urgente mirada mendigando algo imposible entonces, o la angustia de la primera separación… ¿Cómo olvidar tantas cosas…?
Ese olor del ser amado asaltándonos turbulento como un sorprendente regalo olvidado… Porque… ¿Quién no atesoró un fragante jazmín entre la memoria de las páginas del libro preferido o ‘un mechón de su cabello’ como cantaba el melancólico Adamo, desde el ‘pickúp,’ en el guateque del domingo por la tarde…?
Eran los prodigiosos años del “Yesterday”.
Eran los prodigiosos años del “Yesterday”.
¿Te acuerdas…? Qué joviales y airosos acudíamos las mozas y los muchachos, con las mejores galanuras, a los verdes paseos domingueros, oteando el fugitivo rompeolas de los puentes ceheginenses que se miraban, a la sazón, en los azules espejos del Argos y Quípar.
Por el arroyuelo que descendía de La Pollera, el agua cabrilleante, tarareaba bucólicas estrofas chisporroteando los ribazos adonde las revoltosas zagalas en flor, bajo la sombra de los encandilados mancebos, refrescaban sus mejillas sazonadas por los soles desnudos.
En esas alamedas se aventaban los sueños adolescentes al son de la dulce balada que el soplo primaveral canturreaba a través de los ramajes centenarios del Camino de la Estación. Los prados de esmeralda cercanos se atufaban con los bufidos del ‘caballo de hierro’ que frenaba lastimosamente en su arribada, y se cubrían con un manto de ubérrimos ababoles borrachos del licor de la rociada, mostrándose espléndidos para la merienda de un famélico rebaño que codicioso mostraba su alegría con el filarmónico soniquete de los cencerros.
Eran cadencias de la placentera mocedad. El lenguaje envolvente de las flores primigenias.
Cómo arrinconar en las recónditas esquinas de nuestra recordación los nocherniegos remansos, paseando por las callejas bajo la bruma del incipiente otoño mezclada con el humo de las chimeneas que, como decrépitos faros, giraban sobre la negrura del Mar Mallejo.
¿Y aquellas placenteras serenatas del estío compartiendo melocotones “segundos” perfumados con vino de la tierra, acompañados de conversación, gaudeamus y música…?
¿Cómo borrar de la memoria los arrebatadores bailes carnavalescos en el barroco salón de los espejos donde afloraban recatadas intemperancias escondidas en el sedoso frufruteo de los disfraces…, o las verbenas de Fiestas Patronales, cuando las parejas se iniciaban en el ‘ceñimiento’ junto a la piscina, mientras la envidiosa luna coqueteaba con el agua al ritmo evocador del bolero “Me llaman El Loco” que tan admirablemente entonaban ‘Juan Marcial y la Orquesta Tureskán’…?
Escenario en la Piscina para las Verbenas Fiestas. |
Quisiera ser un Ícaro para contemplarte en lo alto y descender con el tibio sol de la tarde hasta abrazarte y a la manera de Serrat poder cantarte: “... Quién fuese abrigo para andar contigo…”
Insistes tenaz, con la cínica influencia de los prosaicos: “…no es recomendable la nostalgia…” ¿Y cómo subsistir sin la utopía de la ‘búsqueda del tiempo perdido’…? ¿No comprendes, que en este atardecer de ausencias nos hemos hecho mayores soñando con inefables castillos aunque sean fuegos de artificio?
Igual que Ulises, navegamos por mares extraviados contemplando las aves que nos señalan la ruta fiable porque se han averiado los sextantes y hemos estado a punto de zozobrar en brazos del ‘enemigo’. Pero no debemos regomeyar, ni inquietarnos, aunque se acerquen crepúsculos, volverán, con las ‘oscuras golondrinas’, otros pletóricos amaneceres. Vivimos en los corazones que dejamos tras nosotros y eso no es morir.
Me estrujas acusándome de romántico –y acaso de cursi, intuyo- pues has de saber que, como un siervo de la gleba, siempre permaneceré a tu lado.
Debes excusarme Cehegín amado, pero, ¿Cómo no sentir nostalgia de ti, de tu ubérrimo paisaje, de tus proverbiales paradojas, de tu altivez decadente y tu pusilánime modestia?... Qué le vamos a hacer si nací bajo el halda del Mesoncico a la sombra del ‘Parador de doña Blanca’.
Debes excusarme Cehegín amado, pero, ¿Cómo no sentir nostalgia de ti, de tu ubérrimo paisaje, de tus proverbiales paradojas, de tu altivez decadente y tu pusilánime modestia?... Qué le vamos a hacer si nací bajo el halda del Mesoncico a la sombra del ‘Parador de doña Blanca’.
Sin duda, es la pertinaz saudade que abrasa intensamente…
Antonio González Noguerol