Desde mi Buhardilla Mesonzoica
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miércoles, 27 de julio de 2016

PREGONEROS

LOS PREGONEROS

Antiguo pregonero municipal.
Los atractivos de cada pueblo se anuncian públicamente en las oficinas de turismo, por las revistas festeras y finalmente por el solemne bando que pronuncia el ilustrado pregonero de turno. 
Pero serían dignos de recordar a unos humildes personajes que han pasado al rincón del olvido en la historia de los pueblos, nos referimos al entrañable pregonero municipal, aquel munícipe encargado de transmitir los edictos u otras cuestiones municipales, voceando por los espacios del pueblo con voz atiplada investido con gorra de autoridad y corneta en ristre: –“De orden del Sr. Alcalde, se hace saber que se va a cortar el agua dos días...”– anunciaba a los ciudadanos con su penetrante ‘miserere’ posterior al reclamo de su trompetilla. –“… además manda el Sr. Alcalde que los quintos tien que subir, pasómañana, al “cuartico repeso” pa medirlos...” Aquellos singulares voceros, representaban un papel importante por pequeño, y sería menester reivindicar su figura de hombre de a pie con indumentaria "municipal de paisano", investido de "media autoridad". Recordamos algunos de estos tipos precursores de los voceros de la TV actual: Pedro el Carriano, hombre rústico y jocoso que hacía las delicias de los chiquillos, o El tío Pirolo reconocido personaje lleno de vitalidad con un sello especial en sus locuciones de atenorada voz, aunque quizás a quien recordamos con más claridad la generación de posguerra sea El Puro, aquel pequeñajo, con una voz tan estridente que alcanzaba los más recónditos escondrijos de nuestro Casco Antiguo.
El pregonero municipal, una figura de otro tiempo, que, seguramente no ha pasado por la mente de las nuevas generaciones, por ello confío que haya servido para evocar algunas añoranzas de nuestra niñez.

El Afilaor y Paragüero

Sin embargo, otros tipos que también recorrían nuestras calles fueron la antítesis, los gritos cantados del afilaor y paragüero, que como un Papageno alentando con su flauta mágica de Pan, ofrecía: "¡¡Se afilan tijeras y cuchillos, también facas pa la muerte marrano…!!" o los del vendedor ambulante: El tío la Moa (Tío de la Moda), aquel viejo buhonero de las montañas...-“Taco, taco y almanaque...,”- rezongaba con su monódica ‘retantanilla’, -“El almanaque de La Puebla..., el almanaque zaragozano,...” –recitaba, ofreciendo los sortilegios de las cabañuelas con ronquidos de bajo buffo.  Eran pintorescos Dulcamaras que conjuraban en devaneos a las zagalas con su 'elixir de amor', un Ramonet ennegrecido por las penurias hambrunas, con fruslerías para acicalar a las mocicas guapas y toda suerte de adivinaciones y oráculos seductores: "Muchachicas, a un precio módico, llevo un perfume de París de la Francia, que acerca en amores a vuestro novios..." 
Gritos cantados que irrumpían con lentitud en la vida silenciosa y más lánguida aún, de nuestras calles sedimentadas de barro, desde los ecos de plazuelas como la de los Carros o la de Pinatos, recónditos mensajes que llegaban desde enigmáticas lontananzas y de los que apenas conseguíamos a distinguir palabras, sino, sencillamente una especie de sorda melodía.

Juego de las Bolas.

Juego del Chinchirinete
Y de nuevo el pregonero, acompañado de bandadas de niños, en libérrima algarabía, abandonaban las bolas y el “chinchirinete” o la “piola” y seguían, como adocenada caterva de ratoncillos en curiosa procesión, al pregonero, que parodiando al Flautista de Hámelín, atraía con su aureola fantástica los sueños infantiles.

El Flautista de Hamelin
Esa fue mi iniciación a la música o mejor dicho las primeras notas que recuerdo, una música en medio del ensimismamiento de los bigardeos impúberes, esparcida por las esquinas mordidas de la miseria rampante. Y así es la música que me gusta escuchar, como la resonancia de un ofrecimiento que planea desde la distancia, que me turba y me domina, como una comunión entre quien ofrece algo con indefectible necesidad y quien desea vehementemente recibir esa dádiva. 
Como el canto de los afilaores o el reclamo de los pregoneros.
En suma, como sentenciaba el genial Manuel de Falla, con emoción.

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