Desde mi Buhardilla Mesonzoica
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domingo, 15 de enero de 2017

SENCILLEZ

SENCILLEZ


El hombre que consigue ver las cosas pequeñas,
     tiene la mirada limpia.
 (Proverbio chino).    
     
No sé si ustedes lo habrán observado, pero en estos tiempos que corren parece como si la población sufriera de "mala sombra".
En otras palabras, bullimos en una sociedad satisfecha pero antipática, prepotente y egoísta: es el mundo de los nuevos pudientes, los de la calidad de vida, esos que piensan que todos viven igual de bien que ellos, esas personas vanidosas, narcisistas, que no ven más allá de sus narices, que creen ser el ombligo de su mundo. ¿Es que acaso lo son?...
Comentaba un recordado amigo, cachondo él: -“Asistimos al advenimiento de tres nuevos segmentos sociales: 1ª. La gente grande, que son los que están podridos de billetes de banco; 2ª. La gente encantadora, que son los nuevos ricos que presumen de todo y comen lo mejor y finalmente, la 3ª., la de los ‘piojos resucitaos’ que son lo que han pasado de todo, hasta hambre,  y ahora, dan su existencia por la ostentación, su credo es un ‘reló roles’ y un cuatro ruedas con diez ‘airbas’ y piloto automático.”-
Y es cierto, abundan cada vez más estos fulanos. Tienden a jactarse de su opulencia y, como en tiempos no muy lejanos la pasean con superioridad creyendo que la poseen por herencia divina. Aman más que a su vida los tratamientos y reverencias y gustan de exhibir su presunta hidalguía como si fuese patente de corso para ejercer ciertos excesos.

Prepotencia total
Desconocen que la mayoría de las veces el talento es la recompensa por el trabajo y la perseverancia.
La suficiencia les impide valorar lo incultos que son. Su petulante miopía, fruto de la envidia camuflada que les recome, les hace situarse en la inopia intelectual. Pero no se asusten, no todo el mundo es así, por fortuna existe muchísima gente con otras peculiaridades.
Y es que aquéllos ignoran que la más agradable de todas las compañías es la de la persona sencilla, franca, benevolente, sin pretensiones de angustiosa grandeza; la que ama la vida y sabe cómo vivirla, siempre afable, de carácter templado y firme como un ancla, agudo sentido del humor, buen talante y exquisitos modos.



Esas personas generosas que se saltan las trivialidades mundanas con el desparpajo del pájaro canoro que nos despierta con sus gorgojos cada mañana, sin alardear de cuestiones trascendentes y que sólo prestan su atención a las cosas positivas y dignas del mundo que nos rodea.
Estos semejantes suelen ser, además, indulgentes y de relación franca. No quiere esto decir que han de comportarse con chabacanería, como un gracioso impertinente, confundiendo la familiaridad con las actitudes vulgares y carentes de modales, no dudando en tomarse ciertas licencias con la excusa de su pretendida confianza.
El diccionario de la R.A.E., define “familiaridad” como “llaneza y confianza mutua entre algunas personas”: Llaneza o lo que es igual, sencillez, es sinónimo de bondad y fraternidad, espontaneidad y confianza. Así son los magnánimos, seres que carecen de jactancia y desazón, y cuyo alimento espiritual es la verdad, junto con los más altos valores dondequiera que los encuentren. El altruismo es su tarjeta de visita.
 Por un ser de esta suerte cambiaríamos gustosamente al más brillante sabio, al artista más genial o al más extraordinario deportista.
Cuanta más grandeza, más llaneza”. Afirma un conocido refrán.
Dicho todo esto llegamos a la conclusión de que lo verdaderamente maravilloso e importante, lo que vale la pena..., es lo sutil, como los ingrávidos copos de nieve descendiendo en una mañana de invierno; lo espontáneo, como la risa de un niño; la comprensión, reflejada en la mirada inteligente de un anciano; lo dúctil, como la complacencia de una madre; lo cotidiano vivido con intensidad desde lo más hondo de nuestros sentimientos; sin ceremonias ni boatos; sin actitudes hieráticas y grandilocuentes. Con el esplendor y la dignidad de lo auténtico.
 Afirmaba Blaise Pascal: - “La nobleza de un hombre es reconocer su propia pequeñez...” –en todo caso uno diría que un hombre auténticamente grande es cuando saber reconocer su propia pequeñez-.
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