Desde mi Buhardilla Mesonzoica
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viernes, 17 de febrero de 2017

EL VIEJO MÚSICO AMBULANTE.


 

El Músico Ambulante


Esta historia se refiere a un personaje pintoresco que la mayoría hemos visto alguna vez en la calle; en el aparcamiento de algún supermercado; o en un pasadizo del metro de una gran ciudad.
Es la semblanza de un tal Borislav.
Ya sé, no nos suena su nombre, seguramente no conozcamos a nadie así llamado. Es un músico. Y está casi siempre en “su parcela” tañendo su viejo violoncello, para el agrado de los que transitan, sus arrugadas manos vuelan por el mástil del viejo instrumento, y su traje tan arcaico como él, arremangado y con pátina por el desgaste, quién sabe si heredado de algún viandante piadoso, le presta un aire bohemio. Digo “su parcela”, porque si no estuviera él, sería igual que cualquier otra calle y en ese caso no sería de nadie.  En aquel sitio de Borislav se entrecruzan muchas historias, (de ellas quizá hablemos algún día), pero hoy vamos a conocer a este anciano búlgaro que interpreta relajantes arias y piezas clásicas para el gusto del paseante. Él no lo sabe, pero es muy substancial. Le conocí un atardecer caminando hacia la Plaza Belluga. A pesar de la hora y el clima, se acercaba la noche, y amenazaba ese extraño frío húmedo propio del otoño murciano, algunas personas lo acorralaban. Me acerqué. Interpretaba algo que sonaba a Bach, aunque no muy conocido. Postrado en su banqueta plegable, mientras todos guardaban expectante silencio. Su ajado cello, tallado más por el tiempo que por el lutier que muchos años antes lo fabricara, ¡cantaba…! La belleza de la melodía contrastaba con la torpeza de los movimientos de los frágiles brazos del músico, causados por culpa del abrigo que le protegía del relente que corría por el añoso callejón.
Su arco acariciaba las cuerdas, la agitación de los gestos de su rostro nada tenía que ver con la dulzura de las notas que planeaban como un ave fugitiva. Cada vibrato, cada cambio de nota, la dinámica de la melodía venía a nosotros y se quedaba. Y la pieza acabó, el tempo se detuvo unos segundos, hasta que reaccionamos con un aplauso emocionado. Algunos se sacudieron la calderilla en el remendado tapiz que nuestro artista tenía extendido en el suelo.
Así le conocí. Sin cruzar palabras, sin saber que su nombre era Borislav y que era de Bulgaria. A los pocos días anduve de nuevo por aquel lugar y allí estaba situado en su esquina como una figura ornamentada más. No había mucha gente y le pedí que tocara expresamente la pieza del otro día. Bach de nuevo. Después, recuerdo que le dije "Disculpe, ¿Sabe el Aria en Sol Mayor…?"
Él levantó la cara algo sorprendido, me miró, y sin mediar palabra, alzó el arco y empezó a tocar. Allí estábamos los “tres” prácticamente solos, Borislav, Bach y yo fuimos testigos de excepción de la aterciopelada y maravillosa aria que nos atrapó para siempre en un sublime acto casi religioso.
Así formé parte de la historia de este viejo vagabundo. Él con suma paciencia esperaba en ‘su calle’ a que alguien le arrojara una moneda por su arte y dedicaba su vida a “su música”, como antaño hicieran el herrero a sus forjas o el sembrador a su huerta. Creería que sólo era un músico más, pero, aunque quizás haya alguno que toque Bach igual que él, o mejor, nadie transmitirá aquel mágico instante como el desgarbado anciano, dejándose el aliento con una singular emoción, regalándonos un sentimiento o algún entrañable recuerdo; se dedicaba a su oficio mientras nosotros…, seguimos esperando algún milagro, como las notas de aquel viejo músico ambulante…


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