El imperio de los olores.
“Son tus perjúmenes mujer/ los que me sulibeyan…”
Canción nicaragüense de Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina.
Canción nicaragüense de Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina.
En otra época en los días previos a las fiestas navideñas, ciertos olores polarizaban la atmósfera de nuestras calles: efluvios de la miel, mezclada con las especias, las mantecas y los cacaos, los frutos secos tostados y todo un deleitoso catálogo de sabores que se elaboraban en los hogares ceheginenses. Llegaba la Navidad una de las fiestas más entrañables y evocadoras del año y el olfato se regocijaba en una lujuriosa borrachera de aromas confiteriles.
El Olfato, uno de los sentidos más insinuantes del ser humano, hacía de las suyas.
Pues de este último se trata, del insinuante sentido del olfato.
Es evidente que los otros cuatro también disponen de méritos para cuidarlos: ¿Cómo podríamos vivir sin el Tacto? —la suave caricia, el placentero roce…— ¿Y privados de la Vista? —Debemos dar gracias a los cielos por conservar tan valioso instrumento que nos hace contemplar las maravillas de este loco mundo— pero anda que el Oído, ¡menudo regalo! —el cántico de los ramajes del bosque en una mañana de otoño o ¡la música de Bach!— y naturalmente el Gusto —la rapsodia de sabores que nos ofrece la vida— aunque todos ellos, sin la alianza de una herramienta como el Olfato, seguramente no serían iguales.
¿Nunca han sentido un estremecimiento al recibir la alusiva sensación de un olor? Un mundo variopinto que nos retrotrae a innumerables situaciones vividas a lo largo de nuestra existencia...
La dulce fragancia del bebé amamantado por el pecho de su madre. O el gozoso olor de las papillas calientes de harina tostada…
Hay perfumes que perturban el ánimo en situaciones inesperadas, te abrazan o te envuelven como un manto evocador. El ramalazo del primer amor: el pañuelo robado sagazmente e impregnado de la fragancia amada. La brisa marina, algas, peces, o en contrapunto, el perfume de la floresta: tomillo, romero…, —uno de los olores primarios junto a la menta— el halo dulzón de los jazmines en complicidad con el mareante “galán de noche”. O la delicada esencia de la canela mezclada con el chocolate. ¿Sabían que ambos aromas son afrodisíacos...?
Y los relajantes efluvios de peluquería de señoras o de barbería, naturalmente de caballeros, -porque jamás he oído que existan barberías de mujeres, ¿ustedes sí...?-
La ropa recién lavada o el placentero desayuno de café recién hecho y tostadas calientes. Otros aromas nos soliviantan: El éter, otra emanación primaria —avinagrada o podrida—. El del arca recién abierta y el repelente pestazo a naftalina o alcanfor, otro de los grandes tufillos, ―olor a 'polilla', como solían decir nuestras madres— Olor a muerto, otro hedor primigenio —no muy agradable, por cierto—, y a flores de crisantemo para los difuntos… Y otros ofrecen cierto vaho placentero: el coche nuevo, extraño aroma ¿verdad?…o y su peculiar sustituto en nuestra tierra: el bienoliente “pero de trompa alcuza” —bálsamo de abuela—.
El Olfato, uno de los sentidos más insinuantes del ser humano, hacía de las suyas.
Ya aprendimos desde niños en la escuela: «El hombre goza de cinco sentidos, ver, oír, gustar, tocar y oler ».
Es evidente que los otros cuatro también disponen de méritos para cuidarlos: ¿Cómo podríamos vivir sin el Tacto? —la suave caricia, el placentero roce…— ¿Y privados de la Vista? —Debemos dar gracias a los cielos por conservar tan valioso instrumento que nos hace contemplar las maravillas de este loco mundo— pero anda que el Oído, ¡menudo regalo! —el cántico de los ramajes del bosque en una mañana de otoño o ¡la música de Bach!— y naturalmente el Gusto —la rapsodia de sabores que nos ofrece la vida— aunque todos ellos, sin la alianza de una herramienta como el Olfato, seguramente no serían iguales.
¿Nunca han sentido un estremecimiento al recibir la alusiva sensación de un olor? Un mundo variopinto que nos retrotrae a innumerables situaciones vividas a lo largo de nuestra existencia...
La dulce fragancia del bebé amamantado por el pecho de su madre. O el gozoso olor de las papillas calientes de harina tostada…
Hay perfumes que perturban el ánimo en situaciones inesperadas, te abrazan o te envuelven como un manto evocador. El ramalazo del primer amor: el pañuelo robado sagazmente e impregnado de la fragancia amada. La brisa marina, algas, peces, o en contrapunto, el perfume de la floresta: tomillo, romero…, —uno de los olores primarios junto a la menta— el halo dulzón de los jazmines en complicidad con el mareante “galán de noche”. O la delicada esencia de la canela mezclada con el chocolate. ¿Sabían que ambos aromas son afrodisíacos...?
Y los relajantes efluvios de peluquería de señoras o de barbería, naturalmente de caballeros, -porque jamás he oído que existan barberías de mujeres, ¿ustedes sí...?-
La ropa recién lavada o el placentero desayuno de café recién hecho y tostadas calientes. Otros aromas nos soliviantan: El éter, otra emanación primaria —avinagrada o podrida—. El del arca recién abierta y el repelente pestazo a naftalina o alcanfor, otro de los grandes tufillos, ―olor a 'polilla', como solían decir nuestras madres— Olor a muerto, otro hedor primigenio —no muy agradable, por cierto—, y a flores de crisantemo para los difuntos… Y otros ofrecen cierto vaho placentero: el coche nuevo, extraño aroma ¿verdad?…o y su peculiar sustituto en nuestra tierra: el bienoliente “pero de trompa alcuza” —bálsamo de abuela—.
Olores todos percibidos por la mucosa olfatoria, el mágico órgano sensorial. Hay cientos de ellos...
La característica colonia de veterana meretriz, o el hálito de los ciegos de antaño — Olor a ciego... ¿No han olido nunca esa irradiación de los viejos invidentes…?— ¿Y el del puesto autumnal de castañas tostadas? ¡nostalgias antiguas que se refugian en los rincones del alma!
Anda que el olor que invade ya estos días a leña quemada por las decrépitas chimeneas de nuestro casco antiguo ceheginense. Qué gozada contemplar desde el paseo de la Concepción el entramado de tejados atufados por la humareda que se mezcla con la bruma vespertina. ¡Uuummmm!... ¡Cuántos aromas perdidos por los recónditos rincones de nuestro ánimo! Una sinfonía de perfumes. Una mixtura de ofrendas para el Olfato.
La característica colonia de veterana meretriz, o el hálito de los ciegos de antaño — Olor a ciego... ¿No han olido nunca esa irradiación de los viejos invidentes…?— ¿Y el del puesto autumnal de castañas tostadas? ¡nostalgias antiguas que se refugian en los rincones del alma!
Anda que el olor que invade ya estos días a leña quemada por las decrépitas chimeneas de nuestro casco antiguo ceheginense. Qué gozada contemplar desde el paseo de la Concepción el entramado de tejados atufados por la humareda que se mezcla con la bruma vespertina. ¡Uuummmm!... ¡Cuántos aromas perdidos por los recónditos rincones de nuestro ánimo! Una sinfonía de perfumes. Una mixtura de ofrendas para el Olfato.
¿Y ese bálsamo que produce la libido, plena atracción de la pareja? Es curioso cómo ciertos olores del cuerpo que ahora tratamos de eliminar y que escondemos con diversos productos perfumados eran, por el contrario, apreciados en otros momentos de nuestra historia. Así, podemos observar, por ejemplo, en la novela de Alberto Isúa "El amor en dos tiempos" (1931) que al protagonista le turbaban “la redondez y la blancura de los hombros” y “el efluvio delicado de las axilas de su amada.”
¿Qué poder evocador poseerán los olores para que la mariposa hembra atraiga con tanto ardor al macho con sólo su perfume perturbador y a larga distancia? ¿Qué tendrá esa sustancia odorífera…?
¿Qué poder evocador poseerán los olores para que la mariposa hembra atraiga con tanto ardor al macho con sólo su perfume perturbador y a larga distancia? ¿Qué tendrá esa sustancia odorífera…?
El almizcle (Al-Misk) generado por las feromonas de los animales a fin de atraer al sexo opuesto durante la época de celo es fundamental para la seducción. Es la feromona, la atracción sexual más segura para la reproducción.
Las gotas de almizcle recuerdan además al olor de la piel limpia y desnuda, recién salida de la ducha. Se trata de fragancias frescas aunque no ácidas, ideales para aquellas personas a las que no les gusta sentirse demasiado perfumadas.
La observación de que el sudor humano adquiere determinado olor sólo a partir de la adolescencia, insinúa que las feromonas pueden afectar, en algún momento, el comportamiento humano.
Pero, no sólo es todo lo dicho el sentido del Olfato, también se compenetra con el Gusto, de tal manera, que forman un perfecto equipo. Las papilas gustativas pueden captar si un alimento está dulce o salado e incluso si es más o menos ácido o amargo pero jamás denotará si sabe a carne, pescado u hortaliza. Esto siempre deberá compartirlo con el sentido del Olfato que es quien en realidad reconoce si lo que degustamos “sabe” o, mejor, huele a ello. Por eso aseverábamos arriba la importancia capital de los sentidos, si careciésemos de la percepción del Olfato y además fuésemos invidentes y tampoco pudiéramos tocar ese alimento, nos podrían dar de comer cualquier cosa y lo consumiríamos tranquilamente sin apreciar sus características.
«Hoy en día sabemos que nuestros bulbos olfativos, el punto en el que percibimos por primera vez un olor, están vinculados con la amígdala, el centro cerebral que gobierna el instinto, por lo que es fácil deducir que los olores tiene la capacidad de grabar y activar los recuerdos», explica Katherine Ellison, periodista de investigación galardonada con el Pulitzer, en su obra "Inteligencia materna".
Como afirmaba Manuel Díaz Prieto en La Vanguardia: «España, es para los especialistas, uno de los países del mundo que más se perfuma. La tradición árabe y una cultura olorosa que busca satisfacer los sentidos —diferente a la francesa o anglosajona, que tienden a tapar los olores— baña toda nuestra memoria sensorial».
Y es que el imperio de los olores es para los seres humanos mucho más importante de lo que siempre habíamos supuesto.
«Hoy en día sabemos que nuestros bulbos olfativos, el punto en el que percibimos por primera vez un olor, están vinculados con la amígdala, el centro cerebral que gobierna el instinto, por lo que es fácil deducir que los olores tiene la capacidad de grabar y activar los recuerdos», explica Katherine Ellison, periodista de investigación galardonada con el Pulitzer, en su obra "Inteligencia materna".
También Marcel Proust mostró, hace algo más de un siglo, la poderosa interconexión que se da entre el olfato, el gusto, la emoción y la memoria, cuando escribió su famosa obra en la que el sabor de una magdalena daba pie al recuerdo de toda una vida.
Y es que el imperio de los olores es para los seres humanos mucho más importante de lo que siempre habíamos supuesto.
En definitiva, una de las maravillas de la Creación
Antonio González Noguerol .
NOTA: Algunos datos escogidos de diversas publicaciones.