Desde mi Buhardilla Mesonzoica
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viernes, 13 de diciembre de 2019

OREMUS


OREMUS                                   

  De “CÓMO VINO AL MUNDO LA ORACIÓN”
 (Poema de Luis Rosales).
…de manos que juntaron su hermosura
 para calmar, en la extensión nevada, 
su angustia al hombre y su abandono al viento.

                                                         

El culto al Creador no puede circunscribirse sólo al recinto de un templo, naturalmente no quiere esto decir que haya que abandonar estos refugios de piedad y reflexión, aunque el rezo no debiera ser un reflejo de los sentimientos de otros seres, no es una letanía desentrañada por un traductor y transcrita por un amanuense para que sea repetida como el eco monótono de una gota de lluvia. Ni siquiera ha de pertenecer a determinada religión o rito; simplemente constituye una actitud hacia nuestros más recónditos fundamentos, una convicción ante la vida, una respuesta al Universo que nos rodea. 
En todo caso, sí, una apacible plática a solas con Dios, con nuestra conciencia en suma a la que no podemos engañar...
Para algunos, orar es asistir a las ceremonias religiosas flotando entre los radiantes oropeles circundantes, lo imprescindible para observar los dogmas de su religión: las obligaciones heredadas de nuestros progenitores y una vez fuera del santuario la vida sigue y es otro cantar’.
Lo primordial es tener asegurado el “rualico” allá arriba tal como afirma la creencia. Y si sufrimos algún problema, hacer voto al Padre Eterno, que si lo soluciona, le rezaremos unas cuantas plegarias como pago del favor.
Hay otros ‘cantares’ como cuentan de Galileo Galilei que practicando ensimismado el rezo en una iglesia descubrió el Movimiento Pendular observando el balanceo de una lámpara colgada del techo.
O como exhortan con ardiente vehemencia los grandes contendientes actuales: el Gran Rostro Pálido Yanqui, el poderoso Jefe Amarillo, y El Pequeño-Gran Indio Islámico en sendas oraciones: - … recemos hermanos, porque ‘dios’ está de nuestra parte y nos ayudará a eliminar a los perversos infieles...- ¡Y cuidado con los gnomos fundamentalistas furibundos que van aflorando por doquier!
También rezongan otras definiciones del rezo bastante más abruptas, como la de mi tío Mazantine, ahumando el ambiente de aquellos oscuros días de posguerra con su pestilente cachimba llena de un sucedáneo del tabaco conocido como hoja, trozos de colillas recolectadas por las tabernas y mezcla de bote de tabacalera; mascullaba así: -“... hay que lanzar anclas al cielo, para así lograr que prendan algunas allá en el espacio infinito y de esta forma poder agarrarse en caso de que alguien reviente como un ‘ziquitraque’ nuestro truculento mundo...”-
Porque tal como continúa demostrando el belicoso cuaderno de bitácora, los tambores de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis porfían atronadores, sobre todo para el mal llamado Tercer Mundo y por desgracia concurren muchos motivos para seguir implorando. Así nos lo recuerda esta "maldita y perseverante pandemia".
Pero no seamos pesimistas, por fortuna existen otras clases de rezos, acaso, más heterodoxos, pero sin duda, mucho más personales e íntimos, perennes y crecidamente auténticos. Es ante el espectáculo de un amanecer, el instante en que todos los seres vivos refrescan el ánima y el espacio se inunda de maravillosos matices, o cuando la música de Bach se sumerge en los más íntimos rincones de nuestro pensamiento, e incluso el simple contacto de la mano que recibe la tenue caricia de otra mano. Son instantes reverenciables que transcienden la experiencia de la plegaria convencional.
Un genuino néctar a base de sencillez, sazonado con embriagadores salmos calentados al fuego lento de la cordura.     
         Mucho antes de que existiesen las verdades propiamente dichas, los primeros seres racionales debieron pasmarse, excitados, al ver la sinfonía cromática del sol poniente filtrándose a través de las bambalinas enramadas de los árboles, o cuando las trémulas constelaciones claveteaban el firmamento con inagotable esplendor.
Y es que somos criaturas del Cosmos, no menos que los bosques que reverberan inefables después del aguacero o que esas estrellas fugaces que cruzan alocadas por los confines del cielo y por ende, con derecho a existir. Efectivamente, lo veamos claramente o no, el Universo evoluciona tal como debe.
          Por consiguiente, vivamos en paz con Dios, no importa cómo lo imaginemos. Y así sean cuales sean nuestros afanes y aspiraciones, en la ruidosa confusión de la vida moderna, entonemos un himno intercesor con nuestra alma.
Un viejo filósofo describía así la oración: -... una mezcla de estupefacción abrumadora, olvido de sí mismo y además sublime deleite, que es la verdadera catarsis y liberación del alma...”-

                                                           Antonio González Noguerol.
                                                          
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