Desde mi Buhardilla Mesonzoica
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sábado, 11 de enero de 2020

PERDÓNAME


PERDÓNAME

Se flexible como el junco y no rígido como el cedro”. (J. J. Engel).  

Recuerdo hace años, cuando el Teatro Chaver era uno de los mejores coliseos de la región, si no el mejor, disfrutando con la actuación del Dúo Dinámico, rebozado con sustanciosas gotas de saudade, escuchamos las canciones de nuestra juventud. Esas melodías que nos hicieron felices en aquel hermoso tiempo. Una de las baladas que más emociones sustentó fue ‘Perdóname’, escrita sobre los prodigiosos años sesenta por Manolo y Ramón, a la sazón, ídolos de todas las zagalas en flor de nuestro país.


La verdad es que sí, que vamos adquiriendo el título de ‘mayores’, aunque no con reparos, y ya nos parece que fue anteayer cuando, en los guateques de los domingos, bailábamos con las preciosas chiquillas, aquello de “Perdóooooname…, te lo supliiiícooo...” o “Con un sorbito de champán” de los Brincos, otro grupo inolvidable, o Salvatore Adamo y su “Mis manos en tu cintura” una de las preferidas por aquello del ‘baile agarrao’, (por cierto, su traducción literal, dicen que era “Mis manos en tus caderas”), pero la mojigata censura hizo que cambiasen la letra por ‘la cintura’.  ¡Ummmm! ¡Qué tiempos…!
Parece que se me ha ido el hilo de la cuestión, porque de lo que yo deseaba escribir era sobre el verbo ‘Perdonar’… y es que, hoy más que nunca, el mundo está necesitado de palabras como esa: ¡Perdóname! Qué hermoso vocablo si todos la pronunciáramos en las ocasiones que metemos el zancajo. ¿Habrá algo que satisfaga más ante un ‘lapsus’ que te expresen con dignidad, no con jactancia?: ¡Perdóname!
Pero… ¿Dónde está los límites de ese compromiso? ¿Cuál es la medida…? Lo cierto es que el mundo necesita cada día más, entonar ese ‘mea culpa’, ese canto del cisne, que sólo sentimos la necesidad de pronunciarlo, como si de un testamento se tratara.
Nos resistimos a reconocer esas carencias, propias del ser humano, que nos harían a su vez más personas. Asumir esos errores es mucho más encomiable que ocultarlos, porque a la larga seguro que se vuelven contra nosotros inexorablemente. 
¿Cómo vamos a reconocer nuestros propios traspiés si somos incapaces de perdonar los de nuestros semejantes? Sin duda sería una verdadera catarsis. ¿Jamás hemos errado conduciendo el automóvil…? No nos creamos por ello el mejor chofer del mundo. ¿Nunca nos ha salido la paella muy dulce o muy salada…? Claro que, a lo mejor es que de ningún modo hemos osado cocinar. 


En cierta ocasión dos compañeros de trabajo se enzarzaron con unas palabras más gruesas de lo normal, insultándose con vulgaridades. Uno de ellos recapacitó e intentó reconciliarse, y el día siguiente al entrar al trabajo se dirigió al otro: -"Buenos días fulano..."-, el otro volvió el rostro con desprecio. Y así cada mañana, enviaba el conciliador saludo, pero sin respuesta. Hasta que harto de tanto saludo, el huraño compañero, por fin le contestó: -"Si sabes que no quiero hablarte, no me saludes más..."- Entonces fue cuando su 'ex-amigo', riendo suavemente, le replicó: -" Pues haz como yo, ¡¡disimula...!!-
Perdonar debiera ser como una declaración de amor, anteponer el afecto a las posibles faltas cometidas. Perdonar no significa aprobar el daño cometido, aunque sí olvidar los sentimientos negativos. En definitiva la falta de perdón es propia de personas resentidas. Convirtamos nuestros muros en peldaños. Grandes hombres cayeron de su pedestal por su remisión a solicitar el perdón de los ciudadanos. Ahí tenemos a muchos altos dirigentes, en el afán de ocultar sus errores, en vez de pedir dignamente perdón.
No es lo mismo el respeto que el temor… tampoco la tolerancia, es sinónimo de libertinaje. ¿Dónde está la frontera entre ellos…? Lo cierto es que la verdadera tolerancia es la que perdona incluso a los intolerantes. Y como recomienda mi ‘alter ego’ Paco el Supersabio: -“…cuando nos equivoquemos, estemos dispuestos a rectificar y, cuando creamos tener la razón, no seamos insoportables.”-


También el autor de “El Elogio de la Locura”, Erasmo, es consciente de que el verdadero espíritu humanista se demuestra: - "...deponiendo su orgullo para aprender lo que no sabe y cediendo en su altanería para enseñar lo que sabe…"- ; se refiere a la propia Estulticia o Locura en su carta al teólogo Martín Dorp.
Y es que sin auténticos valores, sin plena convicción democrática, sin ecuanimidad, sin predicar con el ejemplo, difícilmente podremos perdonar o pedir perdón.  Ya lo aseveró "Aquel": "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra..."
En suma, perdonar es un hermoso acto de amor propio, un regalo que nos damos a nosotros mismos.

Antonio González Noguerol
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