PERDÓNAME
“Se
flexible como el junco y no rígido como el cedro”. (J.
J. Engel).
Recuerdo
hace años, cuando el Teatro Chaver era uno de los mejores coliseos de la región,
si no el mejor, disfrutando con la actuación del Dúo Dinámico, rebozado con sustanciosas
gotas de saudade, escuchamos las canciones de nuestra juventud. Esas melodías
que nos hicieron felices en aquel hermoso tiempo. Una de las baladas que más
emociones sustentó fue ‘Perdóname’, escrita sobre los prodigiosos años sesenta
por Manolo y Ramón, a la sazón, ídolos de todas las zagalas en flor de
nuestro país.
La verdad
es que sí, que vamos adquiriendo el título de ‘mayores’, aunque no con reparos,
y ya nos parece que fue anteayer cuando, en los guateques de los domingos, bailábamos
con las preciosas chiquillas, aquello de “Perdóooooname…, te lo supliiiícooo...” o
“Con un sorbito de champán” de los Brincos, otro grupo inolvidable, o Salvatore
Adamo y su “Mis manos en tu cintura” una de las preferidas por aquello del
‘baile agarrao’, (por cierto, su traducción literal, dicen que era “Mis manos en
tus caderas”), pero la mojigata censura hizo que cambiasen la letra por ‘la
cintura’. ¡Ummmm! ¡Qué tiempos…!
Parece que
se me ha ido el hilo de la cuestión, porque de lo que yo deseaba escribir era sobre
el verbo ‘Perdonar’… y es que, hoy más que nunca, el mundo está necesitado de
palabras como esa: ¡Perdóname! Qué hermoso
vocablo si todos la pronunciáramos en las ocasiones que metemos el zancajo. ¿Habrá
algo que satisfaga más ante un ‘lapsus’ que te expresen con dignidad, no con jactancia?:
¡Perdóname!
Pero… ¿Dónde
está los límites de ese compromiso? ¿Cuál es la medida…? Lo cierto es que el
mundo necesita cada día más, entonar ese ‘mea culpa’, ese canto del cisne, que
sólo sentimos la necesidad de pronunciarlo, como si de un testamento se
tratara.
Nos resistimos
a reconocer esas carencias, propias del ser humano, que nos harían a su vez más
personas. Asumir esos errores es mucho más encomiable que ocultarlos, porque a
la larga seguro que se vuelven contra nosotros inexorablemente.
¿Cómo vamos a
reconocer nuestros propios traspiés si somos incapaces de perdonar los de
nuestros semejantes? Sin duda sería una verdadera catarsis. ¿Jamás hemos errado
conduciendo el automóvil…? No nos creamos por ello el mejor chofer del mundo. ¿Nunca
nos ha salido la paella muy dulce o muy salada…? Claro que, a lo mejor es que de
ningún modo hemos osado cocinar.
En cierta ocasión dos compañeros de trabajo se enzarzaron con unas palabras más gruesas de lo normal, insultándose con vulgaridades. Uno de ellos recapacitó e intentó reconciliarse, y el día siguiente al entrar al trabajo se dirigió al otro: -"Buenos días fulano..."-, el otro volvió el rostro con desprecio. Y así cada mañana, enviaba el conciliador saludo, pero sin respuesta. Hasta que harto de tanto saludo, el huraño compañero, por fin le contestó: -"Si sabes que no quiero hablarte, no me saludes más..."- Entonces fue cuando su 'ex-amigo', riendo suavemente, le replicó: -" Pues haz como yo, ¡¡disimula...!!-
Perdonar
debiera ser como una declaración de amor, anteponer el afecto a las posibles faltas
cometidas. Perdonar no significa aprobar el daño cometido, aunque sí olvidar los
sentimientos negativos. En definitiva la falta de perdón es propia de personas
resentidas. Convirtamos nuestros muros en peldaños. Grandes hombres cayeron de
su pedestal por su remisión a solicitar el perdón de los ciudadanos. Ahí
tenemos a muchos altos dirigentes, en el afán de ocultar sus errores, en vez de
pedir dignamente perdón.
No es lo
mismo el respeto que el temor… tampoco la tolerancia, es sinónimo de libertinaje. ¿Dónde está la frontera entre ellos…?
Lo cierto es que la verdadera tolerancia es la que perdona incluso a los
intolerantes. Y como recomienda mi ‘alter ego’ Paco el Supersabio: -“…cuando
nos equivoquemos, estemos dispuestos a rectificar y, cuando creamos tener la
razón, no seamos insoportables.”-
También el
autor de “El Elogio de la Locura”, Erasmo, es consciente de que el verdadero
espíritu humanista se demuestra: - "...deponiendo su orgullo para aprender lo
que no sabe y cediendo en su altanería para enseñar lo que sabe…"- ; se
refiere a la propia Estulticia o Locura en su carta al teólogo Martín Dorp.
Y es que sin auténticos valores, sin plena convicción democrática, sin ecuanimidad,
sin predicar con el ejemplo, difícilmente podremos perdonar o pedir perdón. Ya lo aseveró "Aquel": "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra..."
En suma, perdonar es un hermoso acto de amor propio, un regalo que nos damos a nosotros mismos.
En suma, perdonar es un hermoso acto de amor propio, un regalo que nos damos a nosotros mismos.
Antonio González Noguerol