Desde mi Buhardilla Mesonzoica
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martes, 1 de febrero de 2022

BARBAS Y CALVOS -COMO USTED PREFIERA-

LAS BARBAS Y LOS PELAOS

¿Por qué absolutamente todos los actores españoles llevan barba...?

Cómo proliferan últimamente los hombres calvos, mejor dicho “pelaos”, con testuces como hermosas bolas de billar y paradójicamente su contrapunto: los barbudos incipientes. Es que eso de lucir melena parece una vulgaridad, o muestra decadente de gente descreída. Son facetas peregrinas, en esta "apetardada" época que nos ha tocado vivir.


Esas barbitas lampiñas que más bien semejan a aquellos perezosos, que solo se afeitan una vez a la semana, no tienen nada que ver con aquellos poblados barbudos que imponían un respeto rozando el temor. ¿Y esos chicos imberbes impolutos, algunos protagonistas de la vida pública, paradójicamente ataviados con un costoso traje de alpaca y corbata de seda?


Anda que los “pelaos” … Un buen ejemplo lo evocamos en el cine con aquel tipo duro: Kojak, el del sempiterno chupachups —Telly Savallas—. Dicen que desde aquella moda comenzó la decadencia del tabaco.  Pero, el que se lleva la palma entre los divinos calvos es el célebre “siete-magnífico” Yul Brinner, que alcanzó la fama cuando rodó Salomón y la Reina de Saba junto a Gina Lollobrigida, sustituyendo al guaperas de Tyrone Power, fallecido en pleno rodaje de un ataque al corazón ―aunque las lenguas viperinas aseveraron que, en realidad, el motivo no fue la angina de pecho, sino el “pecho de la Gina”, que no es lo mismo―


Pues sí, todo un paradójico mundillo de “pelófilos” y “calvófilos” —valga la expresión- según ratifican lo expertos, observamos que las barbas crecen unos 0,38 mm. por día, es decir unos 14 cm. al año. Sin cuidarla ni recortarla podría alcanzar fácilmente 9 metros de largo en toda la vida. Ustedes se imaginan que se pusiera de moda lucir barbas que colgaran como si de una larga bufanda se tratara. Una solución para el crudo invierno, pero por el camino que vamos con el deshielo y el calentamiento global a lo más que podrían aspirar estos barbudos es a usarla a guisa de taparrabos.
 
Desde la antigüedad la barba ha pasado por diferentes vicisitudes. Sobre los 4.000 años (a. J.C.) se sabe que los egipcios utilizaban navajas de oro, cobre y bronce para el afeitado, aunque hay que suponer que debían lucir un cutis bastante curtido, como el de mi amigo Ángel ‘el Carón’ que debido a unas ronchas que le salen en media faz, debe afeitarse con jabón y cuchilla por un lado, mientras por el otro sólo admite la maquinilla eléctrica —pero ésta es otra historia, de la que hablaremos algún día-, aunque yo creo que la solución eficaz para el Carón sería dejarse las patillas largas―.
Pero volvamos al tema que nos ocupa. Los romanos y griegos, en cambio, consideraban la barba como signo de madurez. Era distintivo de sabiduría y mesura. Hacia el 300 (a. C.) un joven patricio romano realizó la primera afeitada y de esta forma apareció como una ceremonia de virilidad. 

Aquiles

Por el contrario, los egipcios se dejaban crecer solamente la punta de la barbilla —a guisa de facha de chivo— mientras que los griegos de antes de Cristo se dejaban barba, pero no bigote. Los emperadores de la decadencia romana fueron casi todos barbudos, seguramente intentaban asustar a los temibles bárbaros, cosa dudosa.

Los galos la conservaban puntiaguda, como los machos cabríos ya que convivían con ellos y así los confiaban y era más fácil cazarlos. Ya, en el siglo VI retornó la moda del rasurado. En contraste, entre los bárbaros del norte proliferaban las barbas pobladas, acaso por el interés de dar una imagen de fiereza, aunque más bien sería por la falta de higiene que les caracterizaba, ya que por aquellos parajes abundaba el agua y no necesitaban trasvases ni campañas pro-líquido elemento.

España, en el siglo XIV, acogió la moda de la barba postiza. Y en el siglo XVII se impusieron los cabellos negros. El referente son los cuadros del Conde Duque de Olivares pintados por Velázquez. La cabellera estaba formada por numerosos bucles y rizos. Pero en el siglo XVIII, los elegantes se afeitaban siempre y se acicalaban con intensos perfumes y pacotillas.  En este siglo también la perilla se ha relacionado con hombres muy viriles y que siempre se han movido por los bajos fondos. Es el caso de los piratas caribeños o los truhanes de taberna ―espécimen este último que no ha decaído nunca a través de los siglos―. Por esta parte existe un contrapunto más novelesco: el de los caballeros del siglo XVIII.

 El héroe de Alejandro Dumas, el mosquetero D´Artagnan, es su más fiel exponente, aquel que aseguran le espetó, espada en ristre, al Cardenal Richelieu: ― «¡Buchón que te capo…!» ― y le asestó una estocada en salva sea la parte viril del cuerpo.
La Historia da bandazos y con el Romanticismo en el siglo XIX, de nuevo vuelve la perilla, pero esta vez una barba seria que, junto a unas profundas ojeras, producía un efecto melancólico entre las damas. El poeta romántico español Gustavo Adolfo Bécquer fundió con su poesía y aspecto ambas visiones. Las dos generaciones de escritores españoles más famosas, las de 1898 y 1927, también lucieron el adorno estético de la perilla, añadiéndole un marcado carácter cultural. 

En su momento la barba descuidada fue emblema de revolucionarios guerrilleros como “el Ché” o de pacíficos e indolentes hippies, haciendo el amor y no la guerra. En cambio la barba cuidada fue signo de sofisticada distinción. Y un periódico bajo el brazo, una poblada barba y un aire despistado, eran símbolos de la más pura “intelectualidad”, algunos eran identificados con el epíteto de “sobaco ilustrado”, incluso de 'malasombra' como la de genial literato don Ramón del Valle Inclán, con su poblada barba con tintes de bufanda.

Como comentamos antes, hoy se lucen ambas tendencias: asépticos calvos con pinta de atleta y respetables caballeros de abandonada y chapuceada barba. Como decía aquel famoso matador de toros: “Hay gente pa’tó”. En realidad, solamente cada barbudo puede explicar el auténtico 'porqué' de su poblado vello. Es “la flor de su secreto”.


Pero no sería justo finalizar este recorrido “peluqueril”, este viaje alrededor de las barbas y los rasurados modélicos, sin recordar la figura del gran humorista Gila y sus anuncios de la famosa cuchilla española ¡Filomatic!, cuando aseguraba complacido: —«¡Da un gustirrinín!…»—

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