SOCIEDAD "LA PEÑA" DE CEHEGIN
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Fachada de lo que fue la Botica y La Peña. |
La Sociedad “La Peña” era un
reducido círculo, decían, escisión del casino, fundación debida a ciertas
divergencias entre dos tertulias con ideas políticas distintas. Ubicada en plena calle Mayor, frente al Casino de Cehegín, en los bajos de la vivienda de la familia Ortega Lorencio, junto a la famosa botica. Existía,
además, un grupete de socios que se denominaban “La Checa”, una especie de
cenáculo de socios decanos, — al líder le apodaban en ‘la checa’ como Lamamié
(por ser el jefe del partido tradicionalista local, como analogía con Lamamié de
Clairac, a la sazón presidente nacional del mismo partido). Allí se hablaba de lo
divino y lo humano, por cierto, se recuerda aquella frase lapidaria del Dr. Ginés
De Paco sobre la Peña, refrendando, con su característica ironía: “…'La
Peña' nació como un apartado del 'Casino', con la condición de que sus socios
no hablasen de política…, para hablar de política, naturalmente”. A imitación de su hermano mayor, el Casino, también disfrutaba de una pequeña pecera que daba a la calle Mayor.
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Fachada de la Sociedad Casino de Cehegín |
En esta pintoresca asociación
también se fumaba y bebía a destajo, sobre todo coñac y puros Farias. En los
veranos los socios solían sentarse en la acera —frente al casino, donde también
hacían lo propio los parroquianos de aquella sociedad— y pedían al camarero del
ambigú los refrigerios correspondientes: -“Pepe, un servicio, por favor…”–, un
servicio en el argot de la Peña se componía
de café, copa y puro, acompañado de un vaso de agua, y después del café
solían consumir sendas copas de coñac amenizando la ‘casquera’ diaria, pero,
como se repetían la raciones del néctar jerezano a lo largo de la tarde, se
solían escanciar en la taza del café y cuando algún amigo les saludaba: -“Qué
tal…”, respondían: -“…ya ves, aquí tomando café…”,- si bien, lo que realmente
tomaban era coñac, pero en taza para disimular. También se organizaban
importantes timbas, donde se sucedían todo tipo de lances, como aquel socio que
desplumaron y llegó a jugarse hasta el cerdo que criaba para sacrificar en la
navidad, o partidas fuertes que duraban hasta dos o tres días seguidos, donde
corría, además de los 'cuartos', la bebida y el tabaco. En cierta ocasión, un socio, cuya identidad no
voy a desvelar, acababa de cobrar en el banco la nómina, (entonces abrían también
por la tarde), entró en ‘la Peña’ y se unió a la partida de naipes. De vuelta a
casa, sobre la una de la madrugada, le pregunta su esposa: - “Cobraste la
paga…”- el marido, sin saber qué inventarse, le contestó nervioso: - “Si vieras
lo que me ha ocurrido…, me ha salido un tío con una estaca y me ha robado todo
el dinero..."- La realidad fue, que se jugó el resto al rey de bastos y lo perdió
todo.
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Sala de Juego |
Otra famosa velada de muchos
miles de duros, –habida cuenta que entonces estaba prohibido el juego de
envite-, corrió la voz que se estaba desarrollando dicha
partida y a cierta hora se presentó la autoridad preguntando al conserje: “Se
ve luz en el piso de arriba, ¿Qué hacen ahí a estas horas?" –— y el sagaz
empleado le replicó, guiñándole el ojo: -Es un encuentro entre señoras y
caballeros, usted ya me entiende, asuntos delicados…"- y el guardia sensible a
las aventuras donjuanescas, discretamente le indicó a su compañero la salida,
al fin y al cabo era 'cuestión de hombres'. Y de esta forma el conserje evitó una
redada que habría puesto en compromiso a algunos señores de la ‘buena sociedad
ceheginera’.
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Tapiz de la Maja Desnuda de Goya |
La Peña estaba decorada con
unos enormes tapices de pinturas de Goya colgados en las paredes…. Destacaba 'la Maja Desnuda'; los zagales con la impúber incontinencia a cuestas, al descuido del
conserje, penetraban y se admiraban boquiabiertos contemplando aquella hermosa
mujer retratada como dios la trajo al mundo, aunque después tuviesen que
visitar el confesionario a riesgo de sufrir una enérgica reprimenda, tanto del
cura, que les amenazaba con el infierno, como de sus padres que les tachaban de
jóvenes desvergonzados, además de algún soltarles algún jetazo.
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Tapiz de la Gallina Ciega de Goya |
Eran las cosas de aquellos
años de penurias y anatemas para muchos y de abundancia para unos pocos.
Naturalmente, de pequeños pecados, comparados con todo cuanto observamos a
diario en nuestra idolatrada sociedad de consumo.