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domingo, 22 de mayo de 2022

LA PEÑA DE CEHEGÍN

 SOCIEDAD "LA PEÑA" DE CEHEGIN

Fachada de lo que fue la Botica y La Peña.

La Sociedad “La Peña” era un reducido círculo, decían, escisión del casino, fundación debida a ciertas divergencias entre dos tertulias con ideas políticas distintas. Ubicada en plena calle Mayor, frente al Casino de Cehegín, en los bajos de la vivienda de la familia Ortega Lorencio, junto a la famosa botica. Existía, además, un grupete de socios que se denominaban “La Checa”, una especie de cenáculo de socios decanos, — al líder le apodaban en ‘la checa’ como Lamamié (por ser el jefe del partido tradicionalista local, como analogía con Lamamié de Clairac, a la sazón presidente nacional del mismo partido). Allí se hablaba de lo divino y lo humano, por cierto, se recuerda aquella frase lapidaria del Dr. Ginés De Paco sobre la Peña, refrendando, con su característica ironía: “…'La Peña' nació como un apartado del 'Casino', con la condición de que sus socios no hablasen de política…, para hablar de política, naturalmente”. A imitación de su hermano mayor, el Casino, también disfrutaba de una pequeña pecera que daba a la calle Mayor. 

Fachada de la Sociedad Casino de Cehegín

En esta pintoresca asociación también se fumaba y bebía a destajo, sobre todo coñac y puros Farias. En los veranos los socios solían sentarse en la acera —frente al casino, donde también hacían lo propio los parroquianos de aquella sociedad— y pedían al camarero del ambigú los refrigerios correspondientes: -“Pepe, un servicio, por favor…”–, un servicio en el argot de la Peña se componía  de café, copa y puro, acompañado de un vaso de agua, y después del café solían consumir sendas copas de coñac amenizando la ‘casquera’ diaria, pero, como se repetían la raciones del néctar jerezano a lo largo de la tarde, se solían escanciar en la taza del café y cuando algún amigo les saludaba: -“Qué tal…”, respondían: -“…ya ves, aquí tomando café…”,- si bien, lo que realmente tomaban era coñac, pero en taza para disimular. También se organizaban importantes timbas, donde se sucedían todo tipo de lances, como aquel socio que desplumaron y llegó a jugarse hasta el cerdo que criaba para sacrificar en la navidad, o partidas fuertes que duraban hasta dos o tres días seguidos, donde corría, además de los 'cuartos', la bebida y el tabaco. En cierta ocasión, un socio, cuya identidad no voy a desvelar, acababa de cobrar en el banco la nómina, (entonces abrían también por la tarde), entró en ‘la Peña’ y se unió a la partida de naipes. De vuelta a casa, sobre la una de la madrugada, le pregunta su esposa: - “Cobraste la paga…”- el marido, sin saber qué inventarse, le contestó nervioso: - “Si vieras lo que me ha ocurrido…, me ha salido un tío con una estaca y me ha robado todo el dinero..."- La realidad fue, que se jugó el resto al rey de bastos y lo perdió todo.

Sala de Juego

Otra famosa velada de muchos miles de duros, –habida cuenta que entonces estaba prohibido el juego de envite-, corrió la voz que se estaba desarrollando dicha partida y a cierta hora se presentó la autoridad preguntando al conserje: “Se ve luz en el piso de arriba, ¿Qué hacen ahí a estas horas?" –— y el sagaz empleado le replicó, guiñándole el ojo: -Es un encuentro entre señoras y caballeros, usted ya me entiende, asuntos delicados…"- y el guardia sensible a las aventuras donjuanescas, discretamente le indicó a su compañero la salida, al fin y al cabo era 'cuestión de hombres'. Y de esta forma el conserje evitó una redada que habría puesto en compromiso a algunos señores de la ‘buena sociedad ceheginera’.

Tapiz de la Maja Desnuda de Goya

La Peña estaba decorada con unos enormes tapices de pinturas de Goya colgados en las paredes…. Destacaba 'la Maja Desnuda'; los zagales con la impúber incontinencia a cuestas, al descuido del conserje, penetraban y se admiraban boquiabiertos contemplando aquella hermosa mujer retratada como dios la trajo al mundo, aunque después tuviesen que visitar el confesionario a riesgo de sufrir una enérgica reprimenda, tanto del cura, que les amenazaba con el infierno, como de sus padres que les tachaban de jóvenes desvergonzados, además de algún soltarles algún jetazo.

 Tapiz de la Gallina Ciega de Goya

Eran las cosas de aquellos años de penurias y anatemas para muchos y de abundancia para unos pocos. Naturalmente, de pequeños pecados, comparados con todo cuanto observamos a diario en nuestra idolatrada sociedad de consumo.

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