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sábado, 13 de enero de 2024

¿VIAJEROS O TURISTAS?

 

           SLOW TRAVEL (VIAJAR TRANQUILO)

“Y después me dijo un arriero, que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar…”

 (José Alfredo Jiménez)

No es lo mismo un turista que un viajero. Viajar es conocer lugares y gentes, sabores y olores, culturas y tradiciones. — ¿Cómo dice…? — ¿Que tiene prisa? — Entonces no sigamos con el tema...

Hace unos meses escribía en otro artículo sobre esos vocablos de moda en Occidente: Slow Down (Cultura de la Templanza), una innovación sobre la mesura, la idea de tomarse la vida con más tranquilidad y a su vez realizar las cosas del quehacer diario con el tiempo necesario para que el trabajo esté bien hecho. Un canto a la pausa, una apología de la placidez.

Pues bien, estos días que muchos “afortunados” regresan de las ansiadas vacaciones, me viene la reflexión sobre la cultura del viaje. Pero no la forma actual de 'turismo de masas', lo que conocemos hoy como transitar por esos mundos de Dios: Ir a cualquier lugar lo más rápido posible —es bien sabido algunas conversaciones de barra de bar, sobre quién tarda menos minutos en desplazarse a cualquier destino—.  Todos los adelantos, como todo en la vida, aportan pros y contras: las autovías impiden gozar de las maravillas del campo y de la visión cercana de las villas del trayecto, y sin duda, seguridad y rapidez.

 
El ‘AVE’ es un medio de transporte rapidísimo, pero…, ¿qué ha sido de aquellas apacibles paradas en las viejas estaciones desde donde se podía disfrutar de los monótonos ofrecimientos de los vendedores ambulantes, mientras aguardábamos el volteo de la campana anunciando la salida del convoy? Cuando viajamos como un correcaminos, nos perdemos los pequeños detalles que consiguen que cada sitio sea excitante y único. Deslucimos la aventura del viajero, ese encuentro con lugares desconocidos y culturas distintas. El espejismo de la meta nos impide contemplar el trayecto. El peregrinaje observador, la aventura del camino, es otra cosa. ¿Cómo podemos confundir el viaje con una carrera a más de 250 km. hora para llegar cuanto antes a nuestro destino, enclaustrados en un tren de alta velocidad como si viajásemos en un cohete supersónico? Y al final, al regreso de nuestro cómodo periplo, cuando en la lista de cosas a descubrir está todo comprobado, volvemos a casa más cansados que cuando salimos y acaso más defraudados y aburridos. —“Me gusta andar…, pero no sigo el camino, pues lo seguro ya no tiene misterio…”— así canta Facundo Cabral en la voz de Alberto Cortez.

Esa es la razón por la que el desplazamiento lento puede ganar terreno. El viaje pausado busca disfrutar del espacio (transitar en trenes antiguos o barcaza o bicicleta o a pie); tomar nuestro tiempo para sumergirnos sobre la cultura local; momentos para desconectar y relajarnos; y ante todo gozar de las cosas pequeñas. ¿No se han emocionado cuando aparece emergiendo sobre el horizonte de una carretera secundaria un pueblecito encantador con su torre y su peculiar silueta? ¿A que han sentido ganas de salirse del trayecto y lanzarse a la aventura del conocimiento del lugar? Hay que tomárselo con calma. No hay prisa. Les puedo asegurar que es de lo más gratificante.

Visitar París y no apresurarse hacia los Campos Elíseos o a ver de cerca la Torre Eiffel no es ninguna herejía turística, si se opta por instalarse en un tranquilo hotel y, desde ahí, explorar las inmediaciones y hablar con las personas que viven y trabajan en ellas. Porque puede ocurrirle como a un amigo, que presume de muy trotamundos, que cuando regresó de París comentaba entusiasmado la visita: —«…es una maravilla, grandes colas de todo el mundo, tuvimos que esperar una mañana entera en la pirámide del Louvre..., muchos fotógrafos japoneses, menudos pasillos tiene el museo..., también estuve en el d’Orsay, un gentío por todos sitios» —Le pregunto: —«Pero bueno y ¿qué tal?..., la expresión artística, el espíritu de los grandes maestros, la técnica, te habrás detenido minuciosamente, el misterio de la Gioconda» —; nos replica un tanto mosqueado: —«Pero bueno, cómo se nota que no has ido..., acaso crees que puedes pararte a ver algo tranquilamente, ¡joder!, necesitarías meses para ello..., para eso son las fotos que he sacado y que ya te enseñaré…». (¿)

El movimiento Viajar Tranquilo (Slow Travel) prefiere las ciudades pequeñas y los pueblos a las grandes urbes. Elige los alojamientos rurales y que el viaje discurra sin abusar de las autopistas. Parando de vez en cuando para conocer por dónde vamos, y cómo va cambiando el paisaje campestre y humano mientras viajamos. En concreto un pueblo como este de la foto CEHEGÍN.

Pero, por lo visto, parece que la obligación de la proyectada aventura nos condiciona y debemos seguir la ruta mas corta para llegar a tiempo al destino prefijado por las agencias de viajes. Es obvio que no vivimos en un mundo ideal y a menudo tenemos que viajar más rápido de lo que quisiéramos. Pero al menos deberíamos intentar, siempre que sea posible, un modo de viaje más sosegado. Nos proporcionaría placer, mejores recuerdos y mayor sostenibilidad. No movemos a diario muy cerca de lugares maravillosos y, paradójicamente, recorremos medio mundo para bañarnos en playas iguales que las de nuestro entorno. Recordemos que el Viajar Tranquilo es conocer bien un lugar en muchos días, en vez de conocer muchos sitios superficialmente. Despacico y con buena letra es como mejor llegará a esta nueva —aunque no tan novedosa— forma de entender el tiempo de ocio.

 Antonio González Noguerol

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