Mi amiga la mosca Cojuela
...¡Oh, viejas moscas voraces / como abejas en abril, / viejas moscas pertinaces / sobre mi calva infantil!... -Antonio Machado-
Paseaba por las sorprendentes callejuelas del casco antiguo ceheginero, aspirando el suave perfume de los cilindros estivales mientras una luna jugascona se ocultaba entre los velos de bochornosa bruma, cuando, escalando la cuesta del Tobalo, percibí un suave cosquilleo en mi incipiente coronilla: era una extraña mosca follonera, intenté espantarla pero ella volvía contumaz al picoteo.
Total que anduve toda la proyectada velada de sosiego dando manotazos al aire como si fuese un enajenado en pleno apogeo.
Total que anduve toda la proyectada velada de sosiego dando manotazos al aire como si fuese un enajenado en pleno apogeo.
Mosca de la fruta |
Desde aquella noche de canícula no se ha despegado de mi lado. Pensé si sería una difunta amiguita de la juventud reencarnada en insecto mosquil, pues no paraba de acariciar mis peludas orejas. Intentaba capearla, pero era inútil, me perseguía y me picoteaba saboreando a capricho mis genes dulciles.
Apenas conjeturaba, por fin, su ausencia, notaba de nuevo su perseverante caricia inmisericorde contra la ternilla de mis apéndices más visibles.
Un día me introduje en el automóvil con sigilo, intentando despistarla, pegué el portazo y ¡zas!... a salir pitando, pero al instante la advertí volar rauda, la muy zorruna, bailando inefablemente por la pantalla panorámica del salpicadero.
Otras veces llamaba mi atención desplegando sus alitas de un peculiar color púrpura que la semejaba a las abejas… ¿Y si fuese, -recapacitaba-, fruto de los devaneos entre una chocante mosca de la fruta y una abeja meliflua de esas que se alimentan de los violáceos chupamieles que brotan espontáneos por los Cuatro Caminos, allí en las faldas del Paseo de la Concepción... ?
También pudiera tratarse de una bisnieta de aquellas gordas moscas cojoneras originarias del viejo y yermo Puntarrón donde el Tío Godepe las coleccionaba en tarros de fruta usados. Resignado, ante tanto "amor mosquil" y bastante ‘mosqueado’ con este enigmático asunto, planeaba cómo actuar...
La otra noche leía yo un rato, tratando de impedir la modorra que me produce la TV, cuando de pronto noté unas cosquillitas, unas dúctiles caricias en los párpados. Naturalmente era mi engolosinada díptera que, contumaz, intentaba relajar mi ánimo, pero yo no sé si injustamente cabreado la quise aplastar con el libro y como mosca muy ‘avispada’ se zafó atropelladamente ocasionándome con el tomo una leve contusión en la frente, mientras que a ella le produje una pequeña lesión en una pata, lo que originó que se contoneara aún más coquetuela, aunque un poquito 'cojuela'...
Mosca pertinaz |
¡No aguantaba más...! Proyecté todos los medios a mi alcance para quitármela de encima, pero era imposible ¡Nada, que no se va! Lo intenté con "flit", pero ella se escondía bajo las mangas de mi camisa y cuando se extinguía el olor, volvía rauda a bailarse una rumbita por delante de mis narices. Sospecho que ella debía sufrir cierta misantropía mosquil, pues siempre sobrevolaba solitaria como aquella famosa ave; a no ser que escondiese sus 'secretillos' por ahí.
Alcanzó nuestra ’pegajosa relación’ tal punto que sentí el deseo de apodarla 'Diablesa Cojuela', por aquello de que planeaba descaradamente por el mar de tejados de ese enorme montículo que es el casco antiguo ceheginero, sobre todo de noche y cuando decidía aterrizar confundía mi cocorota con un aeródromo umbrío.
Por tanto resolví adoptar a esta perseverante 'Diablesa' e intentar amaestrarla para poderla arrojar sobre algunos sujetos desagradables, -que me caen mal y no sé por qué-, para espolearles el sentido del humor; ejercicio muy sano por cierto.
Pero... ¡Ay!, destino irreversible, el otro día charlaba con un amigo por el apacible mirador de la plaza del Castillo ceheginero, lógicamente escoltado por la halagüeña 'Cojuela' planeando en derredor.
De pronto, exhalé un agradecido bostezo, de esos agrestes pero gratificantes, y mi querida camarada, la mosca Cojuela, que en esta ocasión volaba algo atolondrada, posiblemente debido al bochorno de la noche ceheginera mezclado con las doce campanadas del reloj de la Concepción, se coló en el lóbrego túnel de mi boca acariciando desesperada mis amígdalas y a una vertiginosa velocidad descendente llegó hasta la mismísima laringe, atragantándome la garganta de tal modo que barrunté se marchaba 'por el otro lado'. Después de dos tragantadas de agua fresca de la fuente del jardín de la plaza del Castillo y casi aliviado de las correspondientes carrasperas, supongo que en una desenfrenada carrera por mis entrañas se mezclaría con el resto de materia digestiva con la que viajará hacia donde ustedes y yo sabemos.
Y esta es la triste historia de la mosca cojonera, mi amiga la 'Diablesa Cojuela', que ya andará integrada en la coctelera común del substrato abonable.
Mientras tanto un servidor, deambula taciturno añorando sus reconfortantes y porfiadas caricias mosquiles.
Antonio González Noguerol