Desde mi Buhardilla Mesonzoica
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sábado, 24 de octubre de 2015

DÍA DE LOS SANTOS Y FIELES DIFUNTOS.

EL MES DE LOS SANTOS.

“Partimos cuando nacemos / andamos mientras vivimos / 
y llegamos al tiempo que fenecemos; / así que cuando morimos / descansamos.”
Jorge Manrique.

Concluidos los fastos septembrinos y las festividades del Poverello de Asís, El Pilar y Teresa de Jesús, sorprendentemente nos vemos abocados al 'Mes de los Santos', que se dice… Es cuando la campana dobla con su tempo lento.

Campanario de Sta. Mª Magdalena

Por nuestras tierras del noroeste murciano se van manifestando esos días plomizos y tristones, silenciosos…, los viejos agricultores le llamaban “tiempo estaizo”. 
Ya en las pinadas afloran las brumas que se elevan ingrávidas hacia el cielo. Es cuando ese amargo pero peculiar color ocre se ensaña con el paisaje ceheginero. Y eso que acarreamos varios años con el cambio climático y sus nuevos biorritmos, mostrando temperaturas primaverales que retrasan, tercas, la caída de la hoja.
Antaño eran fechas preñadas de jornadas dolientes y melancólicas, quizás influenciadas por aquel tiempo inclemente, un día lluvioso, otros con neblinas agoreras que representaban, paradójicamente, un momento de reencuentro entre el mundo de los muertos, personificados por la tierra estéril, y el mundo de los vivos, simbolizado por las semillas sembradas que posibilitarán la vida en el futuro.

Paisaje otoñal del Casco Antiguo de Cehegín

Y es que las festividades de los Santos y Difuntos son, en sus raíces, remembranzas otoñales que nos anuncian la inminente proximidad del invierno. En tiempos pasados se solían rescatar de las arcas aquellos descomunales chales negros de lana, con largos flecos, donde se arrebujaban las mujeres. Así mismo los caballeros lucían de nuevo sus abrigos y pellizas, que en algunos casos heredaban de padres a hijos y de éstos a los nietos.
La tierra, metáfora femenina, aparecía yerma después de la tala o la siega, materializadas en el estío, pero cuando recibía la semilla, símbolo masculino, esta tierra se tornaba en esperanza de continuidad. No es extraño pues, que sea en otoño cuando la naturaleza va muriendo, las hojas de los árboles se desmayan etéreas para cubrirse con el sudario blanco del invierno. Es el “Perpetuum Mobile” de la Madre Naturaleza.
El concepto de fantasmas y brujas era común en estas celebraciones. Rezaba la superstición vieja y agorera que la conmemoración de ‘Los Santos’ es fecha fatídica y se aguaban en ella todas las diversiones, incluso el vino. El Tío Palacios sentenciaba: -“¡Ojo!, debemos abstenernos de cazar y pescar, porque reventará el cañón de la escopeta y podemos pescar espantables cabezas de ajusticiados.”-
En las zonas montañosas del noroeste murciano, al llegar la estación autumnal, se creía que esas noches las ánimas en tránsito sentían frío y desamparo y por eso visitaban sus moradas terrenales donde se les preparaba fogoso vino, pan tierno y cama caliente.
También es tradición consumir postres como los Buñuelos de Viento, evocando acaso el irritable genio del dios Eolo; o los populares Huesos de Santo que gozan de un simbolismo funerario.

Buñuelos y Huesos.
Antiguamente se practicaba la fervorosa costumbre de rezar un padrenuestro a los fieles difuntos por cada dulce o castaña consumida y a los niños se les decía: - “Como no recéis os aparecerá un fallecido que os tirará de los pies mientras dormitáis”-.
Así mismo por estas fechas maduran ya los cosechas tardías de otoño, (granadas, nueces, higos, uvas, moras, membrillos, jínjoles y caquis) que algunos dicen son los más sabrosos, y los frutos del almez, los minúsculos ‘aratones’ que tanto proliferaban en las riberas del Argos; es cuando las evocadoras castañeras aparecen en el paisaje urbano con su rústico infiernillo chisporroteante ofreciendo a los viandantes su preciosa mercancía al amable reclamo de: “¡¡A la rica castaña de la Vera… calenticas, son las primeras!!”… avivando el cuerpo y el ambiente.

Típica castañera.
Con la Fiesta de los Fieles Difuntos, sostiene la estación otoñal, llena de presentimientos, su punto más reflexivo y dramático. Seguimos conservando la piadosa costumbre de acudir al Camposanto, (¡qué hermoso nombre!). El escenario parece adecuado para ejercitar el devoto recuerdo hacia los que se fueron al “más allá”.

Camposanto de Cehegín

Al mediodía de la celebración de 'los fieles difuntos', acababan las penas y se podía retornar a la vida cotidiana. Antiguamente los teatros estaban cerrados durante los dos días. Luego se abrían por la tarde del día 2, una vez acabada la celebración. En esa tarde se acostumbraba representar la obra ‘No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague’ o ‘El convidado de piedra’ y el sainete ‘Duende fingido’, hasta que en 1844 el poeta romántico José Zorrilla estrenó su ‘Don Juan tenorio’, que hasta la fecha constituye la fiesta teatral ligada al día de los muertos.

Escena del Sofá (Cía. de Julio Navarro). 
Hoy la vida es tan superficial, tan apresurada, que este encontronazo nos asalta, nos sorprende y nos sumerge por unas horas en la más delicada de las memorias, hasta han desaparecido los crisantemos, delicada esencia de la ofrenda floral a los  que se descansan en paz.
 Se han desmantelado casi todas la supersticiones, se han desvanecido muchas tradiciones, pero el sentimiento perpetuado por el enorme peso evocador de estas jornadas, queda aún vivo e intrínseco, proporcionando a este mes de noviembre el aire grave de la muerte, de la amorosa muerte igualadora.   



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