Desde mi Buhardilla Mesonzoica
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jueves, 11 de febrero de 2016

NOCHE DEL REVENTÓN

LA NOCHE DEL REVENTÓN

(MARTES DE CARNAVAL) 

Esta Noche se refiere, como muchos conocerán, a la del último día de carnaval, (al menos antaño), noche incruenta aunque sólo para estómagos bizarros, los cuales solían cobrarse una gran cena como anticipo de las próximas jornadas de ayuno y abstinencia, tributo de la penitencial cuaresma, -que se representaba como una vieja con siete pies (por las siete semanas que abarca) y un bacalao seco en la mano-, iniciada el siguiente miércoles de ceniza, después de recibir en la frente el estigma de la cruz cenizosa. ('De polvo fuiste hecho y en polvo te convertirás'), así invoca el oficiante al señalarla en la frente de los fieles.

La cruz de ceniza.
 Ya lo advertían los obispados: Después de aquella jornada solo se podían consumir huevos, productos lácteos y pescado cualquier día, incluso los de ayuno.
Contaba mi abuelo que Juanico 'el Bomba' se engulló una noche de aquellas: 1 docena de huevos fritos con pimientos, 3 capones en escabeche, 1/2 kg. de tocino vetoso y un pan de carrasca de 2 kgrs. y 1/2 docena de tomates de Canara, con un buen chorro de aceite de la almazara de Dª Magdalena, todo ello regado con una 'bombanica' de 5 litros de vino del tío Tarato. Y cuentan que aquella madrugada soltaba unos regüeldos que se oían en toda la "república del Mesoncico". De ahí lo de ‘reventón’, porque en verdad que algunos llegaban casi a estallar de la gran panzada.
Las casas más pudientes solían organizar una bacanal ("De to lo nacío", como se dice por estos lares), con cantidad de alimentos que serían proscritos por la iglesia durante los cuarenta días posteriores, sobre todo los derivados del cerdo, así, comer embutido era motivo de confesión para aquellos que no gozasen de una bula.


Exuberantes cenas del 'reventón'.
Viene al caso una pícara anécdota que contaba un amigo: A mí me mandaba mi madre a comprar la bula para la Cuaresma y yo buscaba en el cajón de la cómoda la del año anterior y me quedaba con las 'perras'.

Certificados de las Bulas.
Otros, así mismo, iniciarían su particular penitencia privándose del tabaco y el alcohol durante los cuarenta días, (Al tío Manuel Afeitagatos no había quien le hablara, con el síndrome de abstinencia tabaquil, soltando exabruptos por doquier), y el domingo de Resurrección todo volvía a lo cotidiano, era día grande y solían celebrarlo con un puro habano y una gran cogorza.

Puro habano.
Los hogares más precarios se organizaban esa noche como Dios los encaminaba, aunque tenían el recurso supremo de las populares ‘tortas fritas’ o ‘de carnaval’, unas pelotas o rosquillas de masa blanda de pan, fritas en aceite hirviendo y después rebozadas en azúcar o bañadas en almíbar macerado de fruta.

Tortas fritas de carnaval.
Lo cierto es que estas tortas, un manjar ancestral, era el más socorrido en la mayoría de las familias. Ya se encargaban las amas de casa de ahorrar harina de los amasijos para disponer de una buena cantidad y que su prole quedara satisfecha la gran noche, pues la cuaresma amenazaba con el anatema, colmado de rigores penitenciales, aunque no se necesitaba tal intimidación ya que los tiempos no daban para mucho más, naturalmente no para algunos que podían pagar la citada bula cuaresmal.

Tortas fritas.
De esta forma ‘pagana’ la ‘Noche del Reventón’ se ponía en marcha con sus tradiciones seculares, heredadas quizá de las 'fiestas saturnales', para después deshacer la cena y disfrutar de la gran mascarada final donde los embozos y antifaces sumergidos en el desenfreno y el jolgorio, cantaban la conocida retantanilla ¡Que no me conoces…!
Al día siguiente el paisaje mutaba, Cehegín era una silente acuarela color sepia, el aura flotaba triste y mustia para dar paso a la mortificante Cuaresma. En cuyos días se encarecía la recurrente sardina (los pescados no eran vedados) y las familias le preparaban un entierro digno de los buenos paladares.
Comenzaba pues, el entristecido tiempo de vigilias, en los templos se cubrían las imágenes con amplias telas moradas y cada viernes los fieles conmemoraban el Vía Crucis, y con ello el anuncio primaveral de nuestras ubérrimas arboledas cubiertas con el nevado manto florido. La Semana Santa se proyectaba en lontananza.

Vía Crucis.
De esta suerte, desde tiempos inmemoriales, continuamos conservando tradiciones y costumbres de nuestros progenitores que dan la personalidad a nuestra tierra de fronteras: el Noroeste de Murcia. Y una de ellas es la Noche del Reventón, noche de tortas fritas y mascarones.

Fotos de archivos diversos y del autor.
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