EL ROSCÓN DE REYES
‘Mentiras y roscones cuanto más grandes mejores’
Casi extinguidos los efluvios navideños con sus dosis de bacanales y villancicos evocando el nacimiento del niño Jesús, nos disponemos a festejar el tradicional Roscón de Reyes, al que los franceses llaman gallete des rois, un dulce que ha sufrido mínimas alteraciones a lo largo de los
tiempos. Se trata, pues, de uno de los más orondos y fastuosos ornamentos de
nuestras mesas. De olorosa fragancia, merced a la naranja y el limón, mezclados
con la canela y el agua de azahar que le proporcionan un sabor inigualable al
tiempo que evoca el perfume del incienso y la mirra, entregados, junto con el
oro, como honorable regalo al Niño Dios. Esas frutillas en dulce que cabalgan sobre
su lomo, simbolizan los rubíes y esmeraldas que decoraban los mantos de los
magos de oriente Melchor, Gaspar y Baltasar. (También el rosco en sí se asemeja
al turbante oriental, usado como tocado, en la cabeza de Baltasar).
El Roscón despierta expectación por el significado
simbólico que reúne la colocación en su interior de una figurita o haba (un
haba seca que se colocaba en los primeros tiempos). Lo importante nunca fue el
hallazgo en sí de la sorpresa, sino la suerte que prometía a quien lo
encontrara; tanta que en tiempos de griegos y romanos llegaba a suponer un
simbólico ejercicio de poder y gobierno.
En la Edad Media llevaba consigo ciertas ventajas
materiales, a condición de servir de diversión en la mesa de los poderosos
señores y aguantar bromas durante un cierto tiempo.
Algunos
señalan el origen griego de esta fiesta, como pervivencia de las Basilindas,
adaptadas por el Cristianismo. Pero en los tiempos actuales seguimos premiando
a quien encuentra la figurita o haba, que se ve así revestido de una corta
realeza... y le augura, no solo un
futuro año prometedor de bonanzas, sino también el deseo de paz y bonanza para
todos. Lo mismo que deseamos a nuestros amigos la familia Motolite.