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sábado, 9 de octubre de 2021

LA CULTURA DE LAS COSAS (Reflexiones en torno al llamado "Black Friday").

 LA CULTURA DE LAS “COSAS



La libertad que hay que dar al pueblo es la Cultura.
Miguel de Unamuno.

La cultura de "las cosas" está suplantando a la cultura de las ideas. Porque las cosas ya no son medios para el desarrollo de una dimensión humana de las ideas, sino que se han convertido en fines. Más aún, constituyen el mundo en que nos movemos y existimos porque invaden nuestro espacio, nuestro tiempo y hasta nuestra psicología. Estamos atrapados por las cosas de este mundo lleno de codicia. Ya no nos movemos en el espacio natural de tierra, mar y aire, sino en un inmenso escaparate de cosas que tenemos que contemplar y consumir; no podemos dar un paso sin encontrarnos con el rótulo de un negocio, la publicidad de tal marca comercial o la seducción de hermosos objetos artificiales. 


Las “cosas” deberían ser las herramientas para desarrollar nuestros conocimientos, para plasmar nuestras ideas, en suma, para forjar nuestra felicidad y la de nuestros semejantes. Aunque deberíamos preguntarnos: -¿Y qué es la felicidad...? - Pues hombre... - me contesta mi 'alter ego', Paco el "Supersabio", fanático del acendrado consumismo- ... ¿Quieres mayor felicidad que de nuevo llega el Black Friday, dios de las rebajas?
Seguramente responderíamos que nuestro tiempo también está ocupado por las “cosas”; no sabríamos en qué emplearlo sin la distracción y entretenimiento que ellas nos deparan y nos aburriríamos soberanamente si nos faltara el televisor o los mil aparatos de juegos. Pero lo más grave es que las “cosas” también han invadido nuestro mundo interior. El tema de gran parte de las ilusiones y preocupaciones que bullen en muchas cabezas es cómo conseguir “cosas”. Lo que debiera ser externo y secundario se ha convertido en lo más importante e íntimo de nuestro mundo.


Nuestra razón de ser se centra en el desmedido consumismo, en poseer un automóvil más moderno que el del vecino, en vestir ropa con marcas de última moda y llenar nuestros “hogares” de objetos superfluos. Nuestras más íntimas preocupaciones se centran en los próximos partidos de nuestro equipo favorito y discutir de política en el bar de la esquina. Nos importa un carajo el problema de calentamiento global y el hambre que azota al tercer mundo. ¿Dónde se encuentra ese humanismo cristiano del que tanta gala hacen algunos? Si ante la visión de un pordiosero miran para otro lado, por si los contamina. ¿Cómo nos va a quitar el sueño la suerte de tanto desventurado? Si no se nos mueve el alma, ni intentamos imaginar las matanzas que se producen a diario en tantos ‘paraísos’ cercenados por la avaricia y el poderío. Incluso nos da igual los millones de seres humanos que caen en las múltiples guerras recomendadas por los poderosos para utilizar el excedente armamentístico. 
En el colmo de la impostura, hace poco, leía un terrible artículo de un “ilustre” periodista, aseverar que la crisis actual se solucionaría —remedando a las anteriores crisis históricas— originando la III Guerra mundial para, igual que las precedentes, llevarse por delante a catorce o quince millones de jóvenes. (Y se acabó el paro). ¡Será bestia!, aunque, ¿Quién sabe si esa ‘mítica’ tercera guerra, no será este maldito Covid19…?


El otro día, alguien “pisó” el cable de la red de internet y el mundo se paró en seco, nos quedamos huérfanos de tantas comodidades, por unas horas tuvimos que “repensar” cómo sumar, cómo se acentúa tal vocablo, cómo dirigirnos a tal sitio, cómo sacar dinero del cajero, y cómo escribirle a un amigo una frase bonita… (¡Había llegado el fin del mundo!) Por ello, no debemos ser tan descuidados e imprevisibles echándonos tranquilamente en brazos de las nuevas tecnologías, porque en cada avance hay que medir también los posibles percances irreparables. 
Aunque sin duda, nunca podrán compararse a la pérdida de un amigo. En la hermosa película “¡Qué bello es vivir!” para exaltar el valor de la amistad se dice en clave de humor: “Nadie que tenga un amigo es pobre. Y, si tienes tres amigos, ya eres un jodido rico”. 


Con este contradictorio horizonte, contemplar una inconmensurable puesta de sol ya no es atractivo para nadie, ni la húmeda fragancia que regala la floresta después de un aguacero. Ni siquiera el silencio que calma nuestras inquietudes en esta placentera noche otoñal, cobijados bajo la cúpula celestial claveteada de estrellas, cuando nos guiñan, coquetuelas, desde lo alto, mientras paseamos por las recónditas callejas de nuestro incomparable casco antiguo ceheginense.
Es el único regalo que va quedando para los pocos soñadores de este mundo.



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