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domingo, 24 de octubre de 2021

LA SANTA MISIÓN

 LA SANTA MISIÓN APOSTÓLICA

Como todo en el mundo se acaba también se ha acabado la santa Misión”. En los años 50, el pueblo, siempre socarrón, parodiaba los cantos: “También se ha acabado el pan de ración…”
Este agónico canto se entonaba al finalizar aquella Misiones Apostólicas de los años 40 y 50 del siglo pasado. En toda la historia de la Iglesia española seguramente no ha habido un misionero que haya predicado tanto como el padre Eduardo Rodríguez, SJ. 
Su voz cascada y monótona ha sonado durante medio siglo por millares de púlpitos de España y de América, anunciando siempre a Jesucristo. Natural de Moratalla (Murcia), fue ordenado sacerdote en 1926 a los 25 años, luego doctor en derecho canónico en la Universidad Gregoriana de Roma. Fue párroco de Hellín (Albacete), hasta 1934, para en 1935 ingresar en el noviciado jesuita, desplazándose a Bélgica, ya que la II República disolvió la 'Orden'. Su primera misión fue en Azuaga (Badajoz) y desde entonces no dejó de ejercer el ministerio, ostentando un notable récord con casi 900 misiones durante 43 años. El 12 de enero de 1985 con 84 años, fallece en Alcalá de Henares. 

El padre Rodriguez en plena procesión

El padre Rodríguez fue apóstol de la reconciliación cristiana después de la guerra civil. Recorrió centenares de poblaciones 'recristianizando' a los alejados y entusiasmando a los cristianos fervorosos. En multitud de retiros y ejercicios espirituales durante diez lustros estimuló la santidad de los sacerdotes, de comunidades religiosas y de asociaciones cristianas de laicos. Vocero de Jesucristo, gastó su voz para anunciarlo. Con aquella ronca voz característica, este moratallero universal, dotado de unas cualidades oratorias extraordinarias, con un gran crucifijo colgado al cuello, sobrecogía con su encendida palabra a las gentes que, silenciosas y atentas, llenaban cada tarde las naves de la Iglesia Mayor de Santa María Magdalena, y recordaba el temible infierno si no seguíamos los preceptos recalcados en los días de Misión. 

Campanario Sta. Mª Magdalena.

Antes del amanecer, se convocaba al pueblo a participar en el Rosario de la Aurora, con las campanadas de la vetusta torre de la Parroquia Mayor y a través de rústicos megáfonos. El cortejo se dirigía por las callejas cehegineras entonando lúgubres cánticos sagrados: Levántate fiel cristiano/ que ya llega la mañana/. Levántate que la Virgen/ para el Rosario te llama... 
Venid cristianos venid/que la iglesia abierta está. / Llegad cristianos llegad/ que ya el Rosario va a empezar. 

Jóvenes celebrando los ejercicios espirituales en la antigua Piscina Municipal de Cehegín -1960-

A lo largo de las misiones se celebraban confinamientos, sobre todo en el Palacio de los Fajardo, entre personas mayores o jóvenes adolescentes, donde se explicaban mensajes cristianos y se conversaba sobre ello, comprometiéndose a llevar una vida acorde con los dogmas de la Santa Madre Iglesia, los misioneros, así mismo, se realizaban reuniones preparatorias con señoras y sobre todo con los niños que, acompañados de sus maestros, acudían al templo a recibir el mensaje cristiano con habilidoso sistema para captar la atención infantil, que consistía en cánticos por todos sabidos, para que cansados de tanto gritar, atendieran sin parpadear el mensaje a ellos dirigido.

El padre Rodríguez, exhortando a los fieles desde el balcón del palacio de los Fajardo.
(Hoy Museo Arqueológico)

Las gentes, acudían en multitud a los actos religiosos, todo se impregnaba de religiosidad y buenos deseos para aspirar a la gloria eterna. Desde un catafalco, el predicador Rodríguez exhortaba con su voz grave, cargada de pasión, ante la multitud que se apiñaba en la plaza del Castillo, e intimidada con la condenación, asentían sumisos, rezando para obtener el perdón por los pecados cometidos.

El Padre Rodríguez exhortando a los fieles en la plaza del Castillo de Cehegín.

La Santa Misión tenía lugar durante un período no superior a quince días, generalmente en el otoño, siendo organizada por la Iglesia local, y cuya predicación se encargaba a un grupo de sacerdotes llegados de otros sitios, casi siempre jesuitas. En el transcurso de esas jornadas cada sector de la población obtenía su propio mensaje y así mismo se intentaba normalizar situaciones, entonces mal vistas, separaciones matrimoniales, amancebamientos, enfrentamientos, o litigios entre vecinos,  y un largo etcétera.
Los bares y cafés cerraban sus puertas, el Cine Alfaro dejaba de proyectar películas en esas fechas y todos, sin excepción, eran invitados y motivados a la confesión y comunión general, creciendo en intensidad emocional conforme avanzaba la Santa Misión. En la clausura se preparaba un acto multitudinario en la Plaza del Castillo ceheginero. 


Para concluir la gran Misión celebrada en 1955 se organizó una procesión general con farolillos que, saliendo de la Iglesia Mayor de Sta. María Magdalena, se dirigió hasta el Convento franciscano, con cánticos llenos de devoción, como: Perdona a tu pueblo, Señor..., perdona a tu pueblo. ¡Perdónale, Señor! No estés eternamente enojado, no estés eternamente enojado. ¡Perdónale, Señor!’ y otro salmo que rezaba así: ‘Dueño de mi vida, vida de mi amor, / ábreme la herida de tu corazón. / Corazón divino, dulce cual la miel, Tú eres el camino para el alma fiel. A Misión os llama | La Santa Misión’. Se entonaban numerosos cánticos que muchos recordarán: Al cielo quiero ir; Dios te salve; Tomad Virgen pura; Venid y vamos todos; Yo tengo una madre; ¡Sálvame, Virgen María!...

Sin duda una manifestación del más puro nacionalcatolicismo de la época, con sus luces y sus sombras, llena de piedad cristiana y así mismo de amenazantes anatemas, que hoy posiblemente serían objeto de parodia alegórica.

 Fuentes: Diversas publicaciones, Fotos, y recuerdos de la tradición oral.

 



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