Las películas entrañables,
como los galanteos de la pubescencia, nunca se olvidan. Hay filmes, que, sin
ser obras maestras, marcaron indeleblemente a toda una generación que no
disfrutaba de otra forma cultural que no fuese aquel viejo cine Alfaro, donde
tantos sueños inalcanzables nos despertaron. Parece mentira cómo han pasado los años, fechas
de algunas privaciones, y no solo crematísticas, cuando los pueblos del
noroeste murciano desconocían los oropeles del progreso y la “calidad de vida”,
cuando nuestras calles sembradas de guijarros argamasados por las polvaredas y
los sedimentos, desanimaban al más optimista, aunque gozáramos de paisajes en
blanco y negro, amables y bucólicos, a los que aún no se les había mancillado
con los ornatos consumistas de la modernidad. Cantaba, a la sazón, el recordado
Carranza: ―« Mi viejo Cehegín de calles retorcidas / mi viejo Cehegín de casas desmayadas / mi viejo Cehegín de cuestas con fatiga / mi viejo Cehegín de plazas arrugadas... »―
Hace bastante tiempo, como
decía antes, sesenta años, más o menos, vi en el Cine Alfaro, el lugar de cita
de los amigos cinéfilos, un filme de George Sidney protagonizado por Tyrone
Power y Kim Novak, se titulaba “The Eddy Duchin Story” (Melodía Inmortal), un
lacrimógeno melodrama al estilo de la época que narraba la historia del
malogrado intérprete Eddy Duchin. El pianista Carmen Cavallaro y
una soberbia orquesta, interpretaban las melodías que Duchin tocó durante su exitoso
periplo por el mundo del espectáculo. Era conmovedora, sobre todo la consternación
de la escena final cuando el músico muere, afectado por la leucemia, mientras tecleaba
en el piano su "melodía inmortal", que era una versión moderna
titulada “To Love again”, basada en el Nocturno nº 2 en mi bemol mayor, op.9,
uno de los más bellos y nostálgicos de Frederic Chopin.
No había vuelto a saber del
film, hasta hace unos días, cuando un amigo me regaló un CD con música de películas famosas como: “Sólo ante
el peligro”; “El tercer hombre”; “El
Padrino”; “Casablanca”, y entre ellas, apareció como por arte de magia un
fragmento de“The Eddy Duchin Story”. Este hallazgo me hizo buscar
de nuevo la reedición de la banda sonora en formato moderno.
Hoy, al momento de escribir
estas letras, he vuelto a vivir esos hermosos episodios de juventud con toda su
carga de melancolía y saudade, y escucho, con el mismo entusiasmo de 1960, esa
cascada de notas de “Dizzy Fingers”, canción en la que los dedos de Cavallaro hilvanan
sobre el teclado como un encordado de sutiles hilos de agua acariciado por sorprendentes
avecillas. O el calor y la ternura de “You’re my everythings” en donde, al
contrario de la anterior pieza, el pianista roza las teclas como si temieran
dañarlas. O la jovialidad al mismo tiempo que la gracia de la “versión Cavallaro”
de “Brazil”, la inmortal samba de Ary Barroso. O la tristeza evocadora de “Manhattan”.
Para finalmente vivir la emoción que me asalta ahora, en este instante en el
que la escucho y escribo estas letras y que siempre me despertó la
"melodía inmortal" de Chopin. Esa hermosura arrebatadora de los
arpegios del virtuoso pianista cuando sigue a los demás instrumentos de la
orquesta, para acabar con ese sublime, aunque fugaz, diálogo entre el piano y
unos violines íntimos, coloquio que nos descubre las profundidades del alma
humana más allá de la vehemencia y el silencio.
Confieso que me asaltó la
emoción. Y no sólo por el sentimiento que despierta la historia de Duchin, ni
por la belleza de las interpretaciones del pianista Cavallaro, ni por el
recuerdo de la diosa: Kim Novak ―”Pic-nic”; “Vértigo”, “El hombre del brazo de
Oro”― que fue mi actriz favorita y el romance oculto de todos los adolescentes
de la época, ni por los primeros devaneos y esas aventuras impúberes,
deliciosas e inenarrables de la juventud, sino por todo cuanto representó aquel
tiempo: el filme, la música, los actores, el pianista, la radio y el cine,
maravillosos adelantos que fueron el símbolo de una época precaria, pero llena
de asombrosas posibilidades, que transcurrió esperanzadamente en medio de la
indiferencia de quienes no pensaron en las consecuencias de la desidia cultural
rampante, frente a los que buenamente veíamos entonces el mundo y el futuro de
un modo diferente, con la pasión de la juventud.
Sin duda una visión mucho más igualitaria y enriquecedora.