LOS TIEMPOS DEL CÓLERA Y EL AMOR
(Cuentecillo de Antonio González Noguerol).
El cólera, había invadido toda la comarca y Cehegín, confiado en su aislamiento entre dos ríos como el Quípar y el Argos, continuaba su vida ordinaria.
Las entradas a la ciudad estaban totalmente controladas y, previniendo, sólo se abrían las barreras desde el amanecer hasta el ocaso y en los vados de paso de los ríos se estableció una especie de frontera donde los visitantes debían sumergir sus monedas en unos recipientes que contenían agua con vinagre y otros ácidos para desinfectarlas en precaución de un posible contagio.
Los comercios y tiendas abiertas, los clérigos en la iglesia y los ciudadanos en sus labores, todos ignorantes de lo que estaba por llegar.
Estamos en 1830 y un jinete se acerca por Las Caballerías, lugar que fue cría de corceles para la guardia del rey don Alfonso el Sabio. El cuadrúpedo, inexplicablemente, tropieza en uno de altozanos de la acequia de la Vega y el caballero se desploma en un ribazo, herido en la frente. Una bella moza que lava ropa en uno de los lavaderos de la acequia se acerca alarmada y observa al joven caballero herido…, es un hombre atractivo, en su vaina luce espadín ropero y viste ropa elegante y capa, su chambergo de ala ancha, pasado de moda, rueda por el suelo debido al viento cartagenero que sopla inclemente.
Los comercios y tiendas abiertas, los clérigos en la iglesia y los ciudadanos en sus labores, todos ignorantes de lo que estaba por llegar.
Estamos en 1830 y un jinete se acerca por Las Caballerías, lugar que fue cría de corceles para la guardia del rey don Alfonso el Sabio. El cuadrúpedo, inexplicablemente, tropieza en uno de altozanos de la acequia de la Vega y el caballero se desploma en un ribazo, herido en la frente. Una bella moza que lava ropa en uno de los lavaderos de la acequia se acerca alarmada y observa al joven caballero herido…, es un hombre atractivo, en su vaina luce espadín ropero y viste ropa elegante y capa, su chambergo de ala ancha, pasado de moda, rueda por el suelo debido al viento cartagenero que sopla inclemente.
Muestra un aspecto extraño y taciturno, excesivamente sudoroso y macilento, además emana un hedor característico, síntoma de un estado febril, la joven lo achaca a la prisa excesiva en el galope y al calor propio del mes de mayo. La muchacha reclama ayuda a su hermano pequeño que le acompaña y lo llevan a una cercana cabaña en el huerto familiar a la orilla de río Argos.
Avisado el médico, con gran preocupación diagnostica: —“Estamos ante un nuevo caso de cólera-morbo… ¡hay que actuar con gran sigilo…!”— sin embargo la infausta plaga ya había hecho su aparición en Cehegín…, la junta local de emergencias estaba movilizada discretamente y al otro lado del río Argos, en la antigua ermita de San Sebastián, custodiada por militares, se instalaba un lazareto para cobijar a los posibles afectados, y cuyos auxilios eran gratuitos para los pobres y de pago para quienes tuvieran medios económicos.
La incomunicación con el exterior ha de ser absoluta: en la enfermería de la misma se encerrará un médico, un sangrador que hará de practicante, un cocinero y un sacerdote que procurará la asistencia espiritual.
Ruinas de la Ermita de S. Sebastián |
El contagiado es trasladado rápidamente en un carro al lazareto, donde ya asisten a otros dos enfermos y aíslan también, de momento, al mozuelo y su hermana…, avisando a la familia para que no alarmen a la población.
La jovencita ayuda cordialmente al médico, siente cierta atracción hacia el joven caballero y lo cuida con sumo esmero. Y así corren los días hasta que el doctor aliviado, deja marchar a la muchacha y su hermano, ya libres de cualquier contagio.
Una vez en Cehegín, parece que todo discurre en la normalidad, pero el siniestro cólera se va apoderando de las calles, y la desvencijada ermita de san Sebastián se va llenando de nuevos contagiados…., incluso la bella zagala también ha contraído el mal y ha de volver al lazareto, lo cual le viene de perlas al infortunado gentilhombre…..
Grabado de un lazareto. |
Sólo la zona de la calle de la Fortuna, parece librarse milagrosamente de la epidemia…. —de ahí el nombre con que la bautizaron sus vecinos—….
Mientras, aquel desdichado caballero del espadín, sombrero de ala ancha y levita, está a punto de fallecer. Atravesaba los campos cehegineros hacia La Puebla de don Fadrique, en busca de su prometida para contraer matrimonio en la finca de sus suegros, -gente de alta alcurnia-, pero los ricos también son propensos al contagio de aquella proterva plaga. Al caballero sólo le quedó el consuelo de una cautivadora jovencita ceheginera que le socorrió en la orilla de una acequia y que junto a él, también sucumbió a la epidemia. El destino les deparó unir sus almas en esta suerte de desventura amatoria.