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lunes, 6 de abril de 2020

Concilio Vaticano II -Apuntes-

55 Años de la Clausura del Concilio Vaticano II


El Concilio Vaticano II dio comienzo el 11 de octubre de 1962 y su cuarta, y última, sesión, concluyó con una solemne clausura celebrada el 8 de Diciembre de 1965.
El Vaticano II fue concebido, inicialmente, como una asamblea de marcada orientación pastoral, con la finalidad de establecer un “aggiornamento” (apertura), una adecuación de la vida estructural  y apostólica de la Iglesia a las necesidades del mundo contemporáneo. Una manera nueva de estar ante la sociedad y el mundo. Una ventana abierta a la humanidad por donde penetrase aire nuevo. El papa Juan XXIII manifestó al tiempo que abría una ventana: «Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior». En suma, una nueva primavera.
Elegido Papa el 28 de octubre de 1958, Angelo Giuseppe Roncalli tomó el nombre de Juan XXIII. Al igual que Pío XI, pensaba que el diálogo era la mejor forma para dar solución a un conflicto. El término “Aggiornamento” (Apertura) define el espíritu renovador de su pontificado. Convocó el XXI Concilio Ecuménico —que posteriormente fue llamado Concilio Vaticano II-, el I Sínodo de la Diócesis de Roma y la revisión del Código de Derecho Canónico. El concilio fue inspirado en la figura del Papa Pío IX (Pío Nono) precursor del Concilio Vaticano I, inacabado, por cierto, y quien, según el Papa Juan XXIII, nadie en la historia de la Iglesia había sido tan amado y tan odiado a la vez.


La muerte del “Papa Bueno”, ocurrida poco después de la inauguración del Concilio, produjo hondo pesar en el mundo entero. Fue declarado Beato por S. S. Juan Pablo II  el 3 de septiembre del año 2000.
En aquellos años sesenta del siglo XX el ateísmo y el agnosticismo ascendían en el ranking cultural. El Vaticano II abrió horizontes transformadores. Reconociendo en el ateísmo “…uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo…” insistió en la amplia gama de modalidades del espíritu que abraza y en su complejidad. La Iglesia quería, por tanto, conocer las causas de la negación de Dios que se esconden en la mente del ateo y juzgaba que los motivos del ateísmo deben ser objeto de serio y profundo examen”. Reconocía incluso que, en el ascenso de un fenómeno cultural tan grave, los mismos creyentes tenían parte de responsabilidad…, no pequeña, pues entre las motivaciones que lo hacían posible se encontraba la “reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana”. Pues frecuentemente, con una formación religiosa descuidada, con la forma poco adecuada de proponer las verdades que creemos, con las carencias, en fin, de nuestra vida religiosa, moral y social, nosotros mismos hemos “velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”. Y como es palmario la sociedad sigue igual o peor y evidentemente los pasos dados son en retroceso.
Al Concilio fueron invitados como observadores, no sólo miembros de todas las Iglesias cristianas (Ortodoxa, Protestantes y Evangélicas, en general) sino miembros de diversos credos desde creyentes islámicos hasta indios americanos. En el caso de la Iglesia Ortodoxa Rusa, por temor al gobierno soviético comunista, sólo aceptó tras recibir seguridades de que el concilio sería apolítico (es decir, de que no se reiteraría la condena al comunismo).
Si el de Trento, en el siglo XVI, había sido un concilio contra la Reforma, defensivo, el Vaticano II iba a ser receptivo. Si el Vaticano I, en el siglo XIX, fue un concilio afirmador de la autoridad, con la definición de la infalibilidad pontificia, El nuevo concilio partía de conceptos como la colegialidad, el laicado, o la dimensión participativa de todos los católicos.
De aquel Concilio Vaticano II emanaron tres grupos distintos de documentos: Constituciones (dos de ellas dogmáticas), Decretos y Declaraciones.
Entre las Declaraciones promulgadas por el Vaticano II está la denominada Nostra aetate o “Actitud de la Iglesia ante las religiones no cristianas”. En este documento se menciona expresamente, al hinduismo y al budismo y, con mayor relevancia al judaísmo y al islamismo.
El concilio Vaticano II dice textualmente:
 “Por consiguiente (la Iglesia) debe exhortar a sus hijos a que con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de la fe y la vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio culturales, que en ellos existen”
Y sobre el Islam, concretamente, dice:
La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia.
Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, las limosnas y el ayuno.
Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando el pasado, procuren sinceramente una mutua comprensión, defiendan y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y libertad para todos los hombres”.
            Firmado en San Pedro (Roma), 28 de Octubre de 1965. Yo, Pablo, Obispo de la Iglesia Católica.


En el discurso de clausura del Vaticano II, Pablo VI expresaba que el Concilio había trabajado pensando en todas las categorías humanas. En los gobernantes: «honramos vuestra autoridad y vuestra soberanía, respetamos vuestras funciones, reconocemos vuestras leyes justas, estimamos a los que las hacen y a los que las aplican, pero tenemos una palabra sacrosanta que deciros: sólo Dios es grande», declaró Montini, quien también habló a los intelectuales, científicos, artistas, mujeres y jóvenes. Una llamada al Ecumenismo Global.
La «Dignitatis humanae» afirmaba que la persona tiene derecho a una libertad religiosa, consistente en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción. Este derecho debe estar reconocido en el ordenamiento jurídico de los estados, afirmaba el Concilio. Se insistía más en la tolerancia con ideas religiosas no católicas, en lugar de afirmar que la verdad plena estaba en la Iglesia.
Durante el pontificado de Pablo VI (1963-1978) las doctrinas y las nuevas orientaciones pastorales del Concilio experimentan un notable empuje y desarrollo, la Iglesia se abre al mundo y se aleja de las disputas partidistas de la política, pero al llegar el pontificado de Juan Pablo II (1978-2005) aquel impulso inicial se frena y las esperanzas nacidas en este Concilio se evaporan. 
Ya, con el nuevo pontífice, Benedicto XVI, se abrían nuevas expectativas de apertura que quedan frustradas por algunas actuaciones claras de continuismo en los postulados de su antecesor.
Sin lugar a dudas los hombres de Cristo del siglo XXI no están de momento a la altura de los tiempos que corremos y deberán explicar alguna vez el porqué de su involución con criterios contrarios al aquel esperanzador Concilio Vaticano II
El nuevo pontífice Francisco, con gestos cercanos al 'Papa Bueno' ha vuelto a traer aires nuevos, intentando abrir otra vez los grandes ventanales de la Iglesia de Cristo. Así se intuía en las manifestaciones previas a su designación: 


(Ponencia de Jorge Mario Bergoglio ante los cardenales, previa al cónclave de su elección como Papa Francisco. Este documento incluye cuatro puntos): 
En el primer punto expresó: La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria. 
En el segundo párrafo caracterizó a la institución como: una Iglesia «autorreferencial», centrada en sí misma, una tendencia que enferma a la institución. 
En el tercer punto, Bergoglio profundizó en este problema. «La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia... y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual».
En el cuarto punto hizo un comentario sobre las características que él consideraba debía tener un papa actual. El pontífice sería, -explicó Bergoglio-, un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo... ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales. 
            
Antonio González Noguerol . 
Fuentes Consultadas: “Aggiornamento”; “Ecumenismo”; “Concilio Vaticano II”, y “Diversas lecturas y publicaciones”.                                                                             
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