55 Años de la Clausura del Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II dio comienzo el 11 de octubre de 1962 y su cuarta, y última, sesión, concluyó con una solemne clausura celebrada el 8 de Diciembre de 1965.
El Vaticano II fue concebido,
inicialmente, como una asamblea de marcada orientación pastoral, con la
finalidad de establecer un “aggiornamento” (apertura), una
adecuación de la vida estructural y
apostólica de la Iglesia
a las necesidades del mundo contemporáneo. Una manera nueva de estar ante la sociedad y
el mundo. Una ventana abierta a la humanidad por
donde penetrase aire nuevo. El papa Juan XXIII manifestó al tiempo que abría
una ventana: «Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los
fieles puedan ver hacia el interior». En suma, una nueva primavera.
Elegido Papa el 28 de octubre de 1958, Angelo
Giuseppe Roncalli tomó el nombre
de Juan XXIII. Al igual que Pío XI, pensaba que el diálogo era la mejor forma
para dar solución a un conflicto. El término “Aggiornamento” (Apertura) define el espíritu renovador de su pontificado.
Convocó el XXI Concilio Ecuménico —que posteriormente fue llamado Concilio Vaticano II-, el I Sínodo de la
Diócesis de Roma y la revisión del Código de Derecho Canónico.
El concilio fue inspirado en la figura del Papa Pío IX (Pío Nono) precursor del Concilio
Vaticano I, inacabado, por cierto, y quien, según el Papa Juan XXIII, nadie en
la historia de la Iglesia había sido tan amado y tan odiado a la vez.
La muerte
del “Papa
Bueno”, ocurrida poco después de la inauguración del Concilio, produjo
hondo pesar en el mundo entero. Fue declarado Beato por S. S. Juan Pablo
II el 3 de septiembre del año 2000.
En aquellos
años sesenta del siglo XX el ateísmo y el agnosticismo ascendían en el ranking cultural. El Vaticano II abrió
horizontes transformadores. Reconociendo en el ateísmo “…uno de los fenómenos más graves
de nuestro tiempo…” insistió
en la amplia gama de modalidades del espíritu que abraza y en su complejidad. La Iglesia quería, por tanto,
“conocer
las causas de la negación de Dios que se esconden en la mente del ateo y
juzgaba que los motivos del ateísmo deben ser objeto de serio y profundo
examen”. Reconocía incluso
que, en el ascenso de un fenómeno cultural tan grave, los mismos creyentes
tenían “parte de responsabilidad…, no pequeña”, pues entre las
motivaciones que lo hacían posible se encontraba la “reacción crítica contra las
religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la
religión cristiana”. Pues
frecuentemente, con una formación religiosa descuidada, con la forma poco
adecuada de proponer las verdades que creemos, con las carencias, en fin, de
nuestra vida religiosa, moral y social, nosotros mismos hemos “velado
más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”. Y
como es palmario la sociedad sigue igual o peor y evidentemente los pasos dados
son en retroceso.
Al Concilio
fueron invitados como observadores, no sólo miembros de todas las Iglesias
cristianas (Ortodoxa, Protestantes y Evangélicas, en general) sino miembros de
diversos credos desde creyentes islámicos hasta indios americanos. En el caso
de la Iglesia Ortodoxa Rusa, por temor al gobierno soviético comunista, sólo
aceptó tras recibir seguridades de que el concilio sería apolítico (es decir,
de que no se reiteraría la condena al comunismo).
Si el de Trento, en el siglo XVI, había sido un concilio contra la Reforma , defensivo, el Vaticano
II iba a ser receptivo. Si el Vaticano I, en el siglo XIX, fue un concilio
afirmador de la autoridad, con la definición de la infalibilidad pontificia, El
nuevo concilio partía de conceptos como la colegialidad, el laicado, o la
dimensión participativa de todos los católicos.
De aquel Concilio Vaticano II emanaron
tres grupos distintos de documentos: Constituciones (dos de ellas
dogmáticas), Decretos y Declaraciones.
Entre las “Declaraciones”
promulgadas por el Vaticano II está la denominada “Nostra aetate” o “Actitud
de la Iglesia
ante las religiones no cristianas”. En este documento se menciona
expresamente, al hinduismo y al budismo y, con mayor relevancia al judaísmo
y al islamismo.
El concilio Vaticano II dice
textualmente:
“Por consiguiente (la Iglesia ) debe exhortar a
sus hijos a que con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración
con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de la fe y la vida
cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y
morales, así como los valores socio culturales, que en ellos existen”
Y sobre el Islam, concretamente, dice:
“La Iglesia mira también con
aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios, viviente y subsistente,
misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a
los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma,
como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia.
Veneran a Jesús como profeta, aunque
no lo reconocen como Dios; honran a María, su madre virginal, y a veces también
la invocan devotamente. Esperan, además el día del juicio, cuando Dios
remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian la vida moral y
honran a Dios, sobre todo, con la oración, las limosnas y el ayuno.
Si en el transcurso de los siglos
surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes,
el sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando el pasado, procuren
sinceramente una mutua comprensión, defiendan y promuevan unidos la justicia
social, los bienes morales, la paz y libertad para todos los hombres”.
Firmado en San Pedro (Roma), 28 de
Octubre de 1965. Yo, Pablo, Obispo de la Iglesia Católica.
En el discurso de clausura del Vaticano II, Pablo VI expresaba que el Concilio había trabajado
pensando en todas las categorías humanas. En los gobernantes: «honramos vuestra autoridad y vuestra
soberanía, respetamos vuestras funciones, reconocemos vuestras leyes justas,
estimamos a los que las hacen y a los que las aplican, pero tenemos una palabra
sacrosanta que deciros: sólo Dios es grande», declaró Montini, quien
también habló a los intelectuales, científicos, artistas, mujeres y jóvenes.
Una llamada al Ecumenismo Global.
La «Dignitatis humanae»
afirmaba que la persona tiene derecho a una libertad religiosa, consistente en que todos los hombres han de estar
inmunes de coacción. Este derecho debe estar reconocido en el ordenamiento
jurídico de los estados, afirmaba el Concilio. Se insistía más en la tolerancia
con ideas religiosas no católicas, en lugar de afirmar que la verdad plena
estaba en la Iglesia.
Durante el pontificado de Pablo VI (1963-1978) las
doctrinas y las nuevas orientaciones pastorales del Concilio experimentan un
notable empuje y desarrollo, la
Iglesia se abre al mundo y se aleja de las disputas
partidistas de la política, pero al llegar el pontificado de Juan Pablo II
(1978-2005) aquel impulso inicial se frena y las esperanzas nacidas en este Concilio
se evaporan.
Ya, con el nuevo pontífice, Benedicto XVI, se abrían nuevas
expectativas de apertura que quedan frustradas por algunas actuaciones claras
de continuismo en los postulados de su antecesor.
Sin lugar a dudas los hombres de Cristo del siglo XXI no están de
momento a la altura de los tiempos que corremos y deberán explicar alguna vez
el porqué de su involución con criterios contrarios al aquel esperanzador Concilio
Vaticano II.
El nuevo pontífice Francisco, con gestos cercanos al 'Papa Bueno' ha vuelto a traer aires nuevos, intentando abrir otra vez los grandes ventanales de la Iglesia de Cristo. Así se intuía en las manifestaciones previas a su designación: (Ponencia de Jorge Mario Bergoglio ante los cardenales, previa al cónclave de su elección como Papa Francisco. Este documento incluye cuatro puntos):
En el primer punto expresó: La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.
En el segundo párrafo caracterizó a la institución como: una Iglesia «autorreferencial», centrada en sí misma, una tendencia que enferma a la institución.
En el tercer punto, Bergoglio profundizó en este problema. «La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia... y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual».
En el cuarto punto hizo un comentario sobre las características que él consideraba debía tener un papa actual. El pontífice sería, -explicó Bergoglio-, un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo... ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales.
Antonio González Noguerol .
Fuentes Consultadas: “Aggiornamento”;
“Ecumenismo”; “Concilio Vaticano II”, y “Diversas lecturas y publicaciones”.