SINFONÍA DE CAMPANAS (Fantasía)
Por Antonio González Noguerol.
Concluyentemente eran la base del quehacer diario de la comunidad. Sin embargo, el ejercicio fundamental de su toque y sonido ha servido siempre para llamar a los monjes a los oficios divinos y convocar a los fieles a las ceremonias de la Iglesia.
Campanario de la Magdalena a los cuatro vientos. |
Aposentado en la cima del casco antiguo, casi acariciando el cielo, el campanario de la Santa Iglesia Mayor de la Magdalena tañe con tonos graves, “La Mayor” recuerda a sus compañeras de repiques del aquel espléndido carillón desaparecido en los años tenebrosos.
En pleno Mesoncico, como un eco, el humilde volteo de la espadaña del Hospital de la Real Piedad, antiguo cobijo de las Hijas de Vicente Paúl y sus acogidos, se introduce en el diálogo con su resonancia que anuncia el Amor y la Caridad cristiana irradiadas por su precursora la hermana Luisa de Marillac.
Y si estamos atentos escucharemos al mediodía el cantarín repique del Ángelus invitando a rezar, echando las campanas al vuelo de los cuatro vientos, gozosamente expandido desde el emblemático campanario de la Concepción. Jaula de oro del enigmático hidalgo Martín de Ambel, el legendario personaje de la tradición ceheginera, historiador y novelista, como es sabido huido de la justicia por un lance de honor y acogido a sagrado entre los muros de aquel templo.
Por los contornos del Cubo, también tintinea cabizbajo y melancólico el otro campanario, el de la Soledad, seguramente el más antiguo de la localidad, auspiciando no sé qué augurios con sus toques austeros y de señal: Toque ‘a muerto’ avisando del fallecimiento de algún parroquiano —varía la reseña según el sexo del finado: dos toques mujer / tres toques hombre— la campana dobla en la despedida a difuntos mientras las plañideras rezan: «Ya se despide esta alma/ de su familia y su casa/ los ángeles la reciban/ y la coronen de gracia». «San Pedro le abra las puertas y San Miguel la pese bien».
En la otra ladera de ese magnífico toro espatarrado que es el Casco Antiguo Ceheginense, es decir, por la calle Mayor de Abajo, las campanas siguen sonando como un insistente ‘perpetuum mobile’. Esta vez es la soprano quien canta con regocijo desde el Santo Cristo de la Sangre, sede de antiguas cofradías.
Paisaje con torre del Sto. Cristo |
Mientras, abrazada por el sosegado Jardín del Convento, en el Santuario de nuestra Patrona la Virgen de las Maravillas, la torre de San Esteban saluda a los urbanitas con unas campanadas atenoradas, timbres alegres, quizá en contrapunto a la austeridad de los hijos del Poverello de Asis.
Convento-Santuario Virgen de las Maravillas |
En la vorágine del centro urbano, en el fragor de la ciudad, los guerreros del asfalto cavilan formas de provocación contra el sosiego. No se enteran de la abstracción, ebrios de actividad y sordos ante el silencio, ignoran el verdadero sentido de la vida. Desde la contemplativa quietud de los solitarios que esquivan tanta malquerencia, las voces mudas del entorno entonan una melopeya minimalista, las sombras de las torres caen sobre las arboledas donde los nidos evocan la primavera, mientras el fulgor del astro rey calienta los recodos umbrosos de Argos y Quípar, nuestros ríos babilónicos preñados de mitos que auspicia el yermo discurso autumnal.
Crepúsculo misterioso |
Más tarde, en el crepúsculo, de nuevo tomará la palabra la campana para señalar el camino de la anochecida, anunciando a los labradores de “Las Caballerías” la hora de la pausa y el gaudeamus. Se acerca la hora de la cena y posterior descanso reparador. Es cuando el alma se serena y sólo encuentra en el sueño toda su mística creatividad.