Desde mi Buhardilla Mesonzoica
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martes, 7 de abril de 2015

CANTO AL CAFÉ.

Canto al café

«El café ha de ser caliente como el infierno,
 negro como el diablo, puro como un ángel 
y dulce como el amor».


Procedente del África tropical, el café pasó de Etiopía a Arabia, y después los peregrinos, al regreso de La Meca, lo extendieron por el mundo árabe. Muchas leyendas ilustran su origen con la tradición turca cuando asegura que la primera taza de café la ofreció el arcángel San Gabriel a Mahoma, bastante fatigado por sus piadosas vigilias.
Los médicos ingleses, en el siglo XVI lo recomendaban para curar la tisis, la hidropesía, la gota, el escorbuto, la varicela, "pero..., -solían advertir- ...mezclado con leche puede provocar la lepra".
En Francia algunos lo señalaban como un veneno lento. A lo que Voltaire y Fontenelle contestaron: -“Fijaos si es lento que rebasamos los ochenta años tomándolo y aun no nos ha causado ningún daño”-.
Así, poco a poco, el café se introdujo en toda la Europa del siglo XVII y en 1727 llegó al Brasil, propagándose por toda Sudamérica. Sobre el año 1840, su cultivo ya era generalizado en Asia y América.
Para unos, el más eficaz de los venenos, y para otros, un brebaje maravilloso. Según ciertas afirmaciones, con poco rigor científico, el café aumenta la hipertensión, -no menos que el té o los refrescos de cola-, es decir, que estimula el sistema nervioso central. Es sabido que la cafeína se utiliza contra de la migraña. Asimismo potencia el efecto de algunos analgésicos. 
Lo cierto es que esta amarga infusión, diurética, estimulante, y fiel amiga de los noctámbulos y soñadores, es una de las bebidas más consumidas en el mundo.
Mezclado con leche, su fiel camarada, ha aliviado numerosas situaciones: calor contra los crudos días de invierno; ferviente compañero de la lectura y con un chorrito de anís ya es la ‘acabóse’.
Y no digamos las numerosas combinaciones que admite, además de un refrescante granizado para el verano: un ‘Irlandés’ bien caliente, o con ‘bailey’ y cubitos, ron y granos de café, el dulce bombón o la cremosa ‘moka’ hasta un buen carajillo al 30 % de brandy, aplaca cualquier constipación; y si es perfumado con un oloroso anís como el sin igual 'Flor de Murcia', o los conocidos anisados de Ojén o Rute, produce tal placer en la sobremesa que tiene asegurada la perfecta digestión. Y si lo saboreamos como complemento de una exquisita tarta de moka, con el bizcocho calado debidamente con café recién hecho, ya es para morirse, pero de gusto. 

Tarta de moka 'Motolite'

Por tanto, si le gusta a usted el café, no haga caso de los hipocondríacos y deléitese con una gustosa taza de café bien calentito y déjese de precauciones absurdas. Seguro que le sentará estupendamente.
Pero no sólo con lo dicho definimos este caldo amarronado, la palabra ‘café’ también es patronímico del establecimiento expendedor de la oscura bebida que por extensión se refiere a ese lugar y así mismo a las actividades realizadas allí. Igualmente se vincula el café a otros locales como el Music-Hall, Café-concierto, Café Cantante, Charlas-Café y a la literatura, en instituciones como el legendario Café de Chinitaso los madrileños Gijón (refugio de intelectuales magistralmente recreado por Cela en La Colmena’) y el recordado Café Pombo (albergue del gran Gómez de la Serna y sus adláteres), Els Quatre Gatscatalán y los cafés del cante flamenco del ‘Burrero’ y ‘Silverio Franconetti’, guarida del padre del 'duende', don Antonio Chacón, donde la auténtica bandera era la Soleá. 
En la gloriosa época tanguista existía un gran salón denominado Café Nacional de Buenos Aires’, donde se produjeron títulos como El Último Café’ o ‘Café de los Angelitos’. Otras obras musicales plasman la evocación cafetera como Canto de los Cafetales del compositor cubano Catarla o 'El Cafetal' de Ernesto Lecuona. 
Ya lo aseguraba mi tío David: -“Sobrino haz como yo, que llevo ochenta años consumiendo el carajillo de anís, después de comer, y ya me ves…, el mes que entra cumplo 96 años.-“
En el horizonte de la nostalgia ceheginera asoman los viejos cafés, cuna de tertulias decimonónicas, como 'La Patria Chica' pequeño cafetín de la época republicana; el 'Café Lorencio' -antecesor del Bar Sol- donde se fumaba tabaco de bote y se jugaba al billar; 'El Gato Negro' pioneros de cerveza de barril; el 'Café las Maravillas' cobijo de tratantes de ganado;  y el anecdótico 'Cafetín de Macanches', donde los clientes se servían y (algunos) pagaban,… , el 'Café de Juan Antonio', cenáculo taurino, donde el genial Manolete saboreó su oloroso café; el Cafetín del Tío Manolillo, donde según contaba el 'maestro Lupias' murió Manolillo del susto que le ocasionaron los 'Hermanos Iguales’ por no servirles más vino fiado, simulando con una escopeta de caña, le apuntaron y con un estentóreo grito: ¡¡pum..!!, al pobre viejo le sobrevino un colapso y quedó 'tieso'. Pero quizás, el recuerdo más perenne en el jardín de la memoria local, sea la imagen del 'Tío Marchando' en la puerta de su café-bar, mientras giraba la manivela de su viejo infiernillo tostador de aquella extraordinaria mezcla de cafés de Colombia y Brasil, aventando la fragancia por toda la carretera de Murcia desde la Verja hasta la cuesta del Partidor.

Rústico artilugio para tostar café.
Y luego hay que evocar a los socios de la "Peña" y el "Casino de Cehegín", ante sendas tazas de café, copa y puro 'Farias', debatiendo de lo divino y lo humano, siempre bajo la tutela de la vieja enciclopedia Espasa. Cuando sólo quedaba un "culillo" de café en la taza, solicitaban amablemente al camarero: "Por favor, échame una rabotica de coñac en la taza..." - Y cuando se iba agotando la consumición, repetían la faena. En época estival solían confraternizar al uso, con el trasero repantigado en los antañones sillones de mimbre en ambas aceras de la calle Mayor, si pasaba por la calle un amigo, saludaban: "¡Buenas tardes!, qué tal..."- el socio disimulando respondía: -"Ya ves, aquí cafeteando..."- ¡Y ya había despachado tres o cuatro 'rabotas'!
Eran tiempos donde la prisa era una dama desconocida.

Café-tertulia en Salón de los Espejos.

Son viejos recuerdos de la juventud, evocados por Antonio González Noguerol -Motolite-.
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