GÓLGOTA CEHEGINERO
El Paso Morao saluda al Hospital del Mesoncico. |
Cehegín cada Semana Santa se convierte en un GÓLGOTA. Su tortuoso contorno reproduce el itinerario de la Vía Dolorosa. Así lo podemos atestiguar, no sólo los que revivimos desde niños la Semana Santa, si no cuantos visitantes recorren maravillados esos recónditos rincones por donde aparecen insospechadamente los protagonistas del Drama Divino, retrato de la injusticia más vil contra el más Justo de los hombres, a ese Calvario lo conducen a hombros esos avezados anderos que sin desmayo desfilan atentos por los vericuetos cehegineros.
Es cierto que Cehegín sorprende; bajo la silueta enhiesta de la torre de la Magdalena, ¡cuántas perspectivas se destapan!. Las gentes corren por las calles anejas al recorrido, atajando a la procesión e inesperadamente, desde un estrecho callejón, vislumbran la sombra de la Cruz. Recuerdan a las tres Marías atosigadas buscando al Galileo para llorar a su paso agazapadas en las inhóspitas esquinas de Jerusalén.
Este es nuestro pueblo, un toro despatarrado sobre un enorme cabezo, un infinito laberinto retorcido abocado hacia la vega, un bellísimo conjunto de moradas amontonadas que parece creado para escenario bíblico.
Si bien, el lugar más iconográfico sea la placeta del Mesoncico, lugar de encuentros, sitio privilegiado de salidas procesionales, y de llegadas..., es tradición que todos los pasos semanasanteros hagan un alto en su camino para saludar a los ancianos del Hospital de la Real Piedad. Posiblemente es el instante que más público congrega la Semana Santa ceheginera, expectante ante cualquier inesperada actuación, improvisados cantores que suelen recitar o entonar devotas plegarias y saetas dedicadas a la imagen de turno.
Recuerdo cierta ocasión en que un anciano del hospital, en un gesto inocente aunque quizás extemporáneo, se lanzó a cantar emocionado “Virgen de amor..., ven junto a mí...”
Virgen de los Dolores (Cofradía de los Negros). |
La procesión, como siempre, impresionante y solemne, fiel a su misión, prosigue su ferviente periplo hacia la Magdalena, mientras algunos espectadores se enjugan alguna traidora lágrima que se ha escapado trémula.
El Mesoncico, noble, apacible, primaveral, doméstico, abrileño, queda impregnado del perfume regalado por la apoteosis floral de los primorosos tronos, al tiempo que la enigmática Luna de Nissan, con su sonrisa de plata, nos señala desde lo alto el inicio de la Pascua Florida.
Antonio González Noguerol