PASEANDO POR LA VIA VERDE…
Ahora en plena primavera, de vez en cuando, el viento tañe las ramas de los pinares de nuestros poblados montes, y esos pinos cantan a la fertilidad, a la alegría de vivir, los bosques entonan sublimes eufonías y los ribazos muestran su paleta de infinitos cromatismos. El céfiro nos habla y nos canta.
El Polifemo de la Peña Rubia ataca con sendos patadones iniciando en anacrusa el allegro del concierto y por las cañadas de Cantalobos la brisa de Levante entona evocadoras melopeas mientras en el Almajar un ventarrón del Norte le contesta con el grave contrapunto de los violonchelos procedentes de las caducas encinas. Una liebre parturienta se relaja agazapada en una covachuela del Cabecico Ruenas escuchando el intemperado concierto y una oveja madre bala a sus hijos para merendar.
Por el Puente de la Vía, el contrabajo de olivera marca el tempo con graves ronquidos y la brisa desde el otro viaducto, el Puenteyerro, abanica las cuerdas agudas de los ‘abercoqueros’. Un coro de voces blancas tropieza contra las arboledas y contesta sotto voce.
Por el sur, junto a la Fuente del Abad, el árbol más alto, más añoso, el tenor, canta su autoritaria romanza por el hálito de dos feraces higueras a la vera del Quípar y el gallardo barítono del oeste contracanta con una bella aria desde los chopos del Argos que con sus cien mil ojos columbra un orfeón de vencejos procedente del lejano Puntarrón.
Via Verde desde el Escobar (Cehegin en lontananza). |
Las gaviotas desperezan la siesta
y las pajaricas de las nieves revoletean buscando la quietud del paisaje. El atardecer inicia el adagietto por la
vereda de Cañancalvo, y por el Bancal de Henares dos nogueras susurran
un tierno berceuse de juventud que el viento transporta entre los huertos de peros de alcuza mientras unos ruiseñores expatriados
del norte dialogan con los colorines afinadas glosas contrapuntísticas. Tras
los cipreses del Tollo la destartalada ventana de un chamizo palmotea la percusión y un forte de
los trombones escupe un dinámico regulador
que nos conduce al cenit de la obra.
De pronto, un aquilón revienta el
compás sembrando la locura, y da paso al tutti
orquestal que se despide sacudiendo cuanto encuentra a su paso. Entonces la
lluvia de abril aparece socorriendo el ambiente y enmudece el hontanar sinfónico.